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12 de septiembre de 2005

Parto pobre

Por: Gonzalo Mallarino

Usted vio cómo estaba la entrada. Esa cantidad de gente. Todos ahí apeñuscados delante de la ventanilla. Queda bien alta y yo con lo bajita que soy. Para que le reciban a uno el documento y lo dejen entrar es muy difícil. Todo el mundo metiendo la mano por el roto de la ventanilla y gritando para que la señorita lo oiga a uno. Yo vine con Luis Eduardo. El papá de la niña. De Nayibe. Y de este niño que estoy esperando. Aunque dicen que es niña. Yo no sé porque solo me pude hacer una ecografía. Y eso hace rato. Cuando cumplí los cinco meses. Vine con Luis. Él y yo estamos en unión libre. Él me quiere bastante. Y ahora nos vamos a salir de donde mi papá para una pieza que sea de nosotros. Ya juntamos lo que pudimos. Para llevar todo para allá cuando nos salgamos. Luis Eduardo me quiere bastante. Desde que nació la niña estamos los dos. Yo tenía dieciséis años cuando quedé esperándola. Me tocó salirme del colegio. Hoy la dejamos en el jardín y ya nos vinimos para acá para el hospital del Tunal. Una hermana me la va a recoger y a mirármela mientras tanto. Luis Eduardo maneja una camioneta. Él se va madrugado para Corabastos y compra fruta y grano. Él vende eso en la calle. En algún barrio donde le compren. Y ahí más o menos le va. Yo cuando entré ya tenía bastante dolor. Y nosotros ahí parados esperando. Y espere y espere. Con ese dolorón. Venimos desde Porvenir. Eso queda siempre retirado. Muchas personas vienen aquí al Tunal desde Ciudad Bolívar. O desde el Trinidad Galán. O así de por acá cerca. Nosotros desde Porvenir. Usted me pregunta que cómo es la niña. Que si se parece a mí. Pues sí se parece pero no tanto. Es morenita. No así blanquita como yo. Tiene sí el cabello como yo. Bien liso. Y clarito. Usted no lo ve ahora por el gorro este que tengo. Me lo pusieron cuando ya me acostaron aquí. Me quitaron toda la ropa y me dieron la bata y el gorro. Y me mandaron a que me acostara aquí. En el corredor. Con todas las demás. Mientras ya es la hora. A Luis Eduardo no lo dejaron subir. Él está allá abajo esperando. Yo subí con la pañalera con las cosas. Para que vistan al niño cuando nazca. No le vaya a dar frío al chinito. Usted me pregunta que hace cuánto estoy aquí. Será desde la una por ahí. La doctora Catalina y el doctor Gallo dicen que de todos modos me van a hacer cesárea. Y eso que ya dilaté bastante. Más de siete centímetros. Pero como el primero fue cesárea ya toca así. Usted me pregunta que por qué Nayibe nació por cesárea. Porque por la tensión. Por lo chiquita que yo era. Imagínese. Dieciséis años. Se me subió la tensión y no pude tener bien a la niña. Fue aquí mismo. No con estos doctores. Ellos no estaban. Con otros. Aquí lo atienden bien a uno. Los médicos son buenos. Usted me pregunta que si me dolió. Sí. Bastante. Una cesárea duele mucho. Los primeros días de la dieta tiene uno mucho dolor. Por la herida. Y por dentro. Yo no sé por qué. Y como tenía que darle a la niña no podía descansar casi. Quién sabe. Quiera la Virgen que ahora me vaya mejor. Ya soy más mayorcita. Usted me pregunta que si yo tengo miedo. Me preguntó eso ahora. Apenas se acercó. Yo lo vi cuando usted se acercó. Sí se me hizo raro. Ya yo había mirado bien a todos los doctores. Y verlo a usted aquí adentro. Caminando por entre todas las camillas. Con la misma ropa de los doctores. Pero yo me di cuenta de que usted no era doctor. Ni usted ni el otro señor que está tomando fotos. Ninguno de los dos. Usted se acercó. Miró el papel que pegan a la cama. Ahí dice Jenny. Mi nombre. Y me empezó a preguntar cosas que dizque para una revista. Usted me preguntó si yo conocía la revista. Pero yo no. No la he visto. Usted me volvió a preguntar que si yo tenía miedo. Yo no tengo mucho miedo. No tanto. Yo quiero es que me operen rápido para irme para la casa. Nayibe me estará preguntando. Y Luis abajo esperándome. Ya se habrá cansado también. Yo quiero irme. Con el niño cuando ya me lo den. Aquí estoy acostada esperando. ¡Ay, hágase para allá! Es que duele bastante cuando vienen las contracciones.

El periodista
Ya se están llevando a Jenny. La doctora Catalina dice que ya en quince o veinte minutos. "Gallito", le dice al doctor Gallo, "usted me va a asistir, ¿no?". Él contesta que sí. A Jenny la están acabando de hidratar para pasarla a cirugía. Van a ser las cinco. Ellos entraron a la una. El turno es de una de la tarde a siete de la mañana. Nosotros llegamos a las tres. Ahí nos pasaron a donde los doctores se cambian. Es un cuarto en el ala de maternidad y obstetricia. Parece como un cuarto de finca. Tiene dos camarotes. Es decir son cuatro camas para los que están en este turno. Hay otro doctor y un anestesista. Con la doctora Catalina y el doctor Gallo está el equipo del hospital para atender a todas las mujeres que lleguen en esta jornada. Pueden llagar solo cinco o seis. Pueden llagar treinta o cuarenta. No se sabe. En los consultorios de ginecología unas horas antes el doctor León nos explicó todo. En el primer piso. Aquí en el hospital del Tunal. Llegan muchísimas mujeres. Todas están sisbenizadas. Unas llegan puro de urgencias con el muchachito casi entre las piernas. Ahí mismo las llevan para adentro y las ayudan a tener sus niños. El Tunal es un hospital de tercer nivel. Quiere decir que atienden básicamente casos complicados. "Gallos" como dicen los médicos aquí. Casos que no pueden atender los hospitales rudimentarios. Los llamados de primer nivel. El servicio médico del Tunal tiene la reputación de ser muy bueno. El Tunal es lo que llaman ahora una empresa social del Estado. Lo que antaño llamábamos de caridad.

 
Un hospital público. Fue fundado hace quince años y atiende a miles de mujeres pobres en un año. Seguro por eso los doctores tienen camas ahí. Porque los turnos son muy largos y hay que guardar energías. "Lo que más me quita la energía", me dijo en un momento la doctora Catalina, "es oír el llanto, el dolor de las mujeres". Por eso las recibe. Las evalúa. Las mira. Toma decisiones. Y sigue. Pasa rápido. Para que el dolor no se le quede pegado en la bata. O en las manos. O en los ojos azules. El doctor León nos dijo que hoy en día en Colombia se mueren sesenta mujeres por cada cien mil partos. Que esta estadística es muy alta todavía comparada con la de muchos países. Bueno. Me quedo pensando yo. Con las llamadas fiebres puerperales de antes se morían muchísimas mujeres más. Hay quienes dicen que hace ochenta o cien años se morían en Bogotá dos de cada cinco mujeres después del parto. Aquí hay varias salas en realidad. Más la sección de neonatos donde están las incubadoras. Más los quirófanos. Más las salas de recuperación. Es grande. Es limpio. Nada es bonito ni nuevo pero todo es limpio. Hay muchas mujeres. Sin contar a las que están abajo en los consultorios. Solo las que están aquí admitidas ya. Muchas. Sentadas esperando. En una sala donde hay esas bancas de tubos de hierro con varias sillas. Otras están tendidas en camillas en los corredores. Otras ya en las salas de maternidad propiamente. Otras en las salas de recuperación. Saliendo de la anestesia. Esperando que el doctor venga y les de la salida para irse con sus peladitos. Otras en las salas de partos. Acostadas o sentadas en esas sillas que tienen soportes para las piernas. "¿Para qué es la cubeta que ponen ahí?", pregunto yo. "Para que salga todo lo que botan", me contesta una enfermera, "orina, materia fecal, sangre". Esta tarde hay muchas mujeres. Los doctores dan y dan vueltas. Las miran. Les preguntan. Les hacen tactos para saber cuándo van a empezar. O si ya empezaron el trabajo. Les dan pastillas. Les dan suero. A todas las pueden llamar por su nombre por el papel que tiene pegado cada camilla. "Ábrame las piernas", le dice a una mujer el doctor Gallo, "¿tiene ganas de hacer popó?". Ya casi nos toca irnos para el quirófano. Para la cesárea de Jenny. Yo no quiero ir. Me da vergüenza irme a meter ahí. Metérsele a la gente en los momentos de la vida. Sus vidas. Pero ya nos estamos acercando por el corredor. Es ahí al fondo. Yo sé que ya Jenny esta ahí. Solita. Con los doctores solamente. Ya casi veo la puerta blanca. De vaivén. De dos hojas con un vidrio rectangular en la mitad. Jenny estará ahí. Sí. Pero no quiero verla. "Dile a la luna que venga", pienso. "Avisad a los jazmines con su blancura pequeña", pienso. "Que no quiero verla". No quiero ver a la niña de diecinueve años que está con tanto miedo y tan desvalida ahora y tan desnuda. No me quiero asomar porque sé que estará ahí tendida. Solita. Sin nada. Con frío. Con susto. Íngrima. Pero sí. Pues me tengo que resolver. Y entonces me asomo y la miro. Está sin ropa. Sin ninguna manta. Ninguna cobija. Acostada de medio lado para que la espalda quede bien expuesta. Le están poniendo la peridural. La anestesia. Ella va a estar despierta todo el tiempo. Solo se le va a dormir lo de abajo. El vientre y las piernas. Ya está boca arriba. Tiene los brazos como aspas. Como un Cristo. Le están amarrando las muñecas. "¿Para qué", le pregunto a una enfermera, "¿para qué la amarran así?". Ella me contesta que para que la paciente no se toque. No trate de meter las manos ni nada. Por lo que no va estar totalmente dormida. "Y yo soy instrumentadota", me dice después, "no enfermera". Yo le digo que me perdone. Ahora a Jenny le están echando isodine en la barriga y entre las piernas. Un montón de isodine. Yo le miro la cara. Está con los ojos entrecerrados. Por fin empiezan a cubrirla un poco. Con esas como toallas duras y verdes de las clínicas. La doctora Catalina me mira y me hace señas para que entre. Ya puedo entrar. Tengo que pararme detrasito de ella. Para no molestar. Ya Jenny está totalmente tapada. Solo el pedacito donde la van a cortar está destapado. Hay como una cortina que le mantiene el pecho y la cabeza del otro lado. Fuera de la luz blanquísima de la lámpara. La doctora corta exactamente donde Jenny tenía la cicatriz de la anterior cesárea. El estómago se abre. Como una boca. La doctora corta y corta. Despacio. Con el bisturí. El doctor Gallo va abriendo con las manos. Cogiendo los bordes de la piel y apartándolos con fuerza. Cuando gana un poco de espacio pone un aparato metálico. Un separador. Cinco minutos después la doctora llega cerca al útero. "Ahí está", me dice pasito, "ahí ya está el útero". Cinco minutos después mete los brazos. Casi hasta los codos. Hunde. Hunde las manos. Y empieza a sacar al niño. Lo coge de la cabeza. Lo hace girar. Duro. Jala duro. Despacio. Hasta que el niño sale. Parece un sapito. Está morado. Excepto la espalda que tiene como un pellejito. Blanco. Debe ser de la placenta. La doctora Jenny se lo entrega a otra doctora que acaba de entrar. Es la pediatra. Ella lo limpia. Le sopla la carita . El niño llora. La pediatra lo coge y se lo muestra a Jenny. Ella medio abre los ojos y lo mira. Le dicen que es una niña. "Está sanita", le dicen, "parece que está perfecta".

La mujer
..ahora no siento nada. No me duele. Yo quiero es que me traigan a la niña. Usted dice que la tienen en otra parte. Que la están lavando bien y vistiéndola. Ojalá me la den rápido. Usted me pregunta que para dónde me voy a ir. Pues para la casa de mi papá. Luis Eduardo pidió prestada la camioneta. O si no en taxi. Yo no sé. Ya cuando salga de aquí me llevan a piso. Si hay cuarto. Si no me dejan toda la noche aquí en recuperación, hasta que hayan camas..¡Ay!, no me pregunte más cosas que estoy cansada. Ya no me pregunte más. Hágase para allá que me está doliendo.