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14 de noviembre de 2007

Payaso de restaurante

Por: Poncho Rentería
| Foto: Poncho Rentería

Que el jefe de los payasos es Julio César Turbay, lo dijo el talentoso Bernardo Salcedo. "Abajo el payaso de Andrés Pastrana", lo leí en una pared de Chapinero. "Gaviria, Samper, Belisario y Uribe, todos son payasos", lo gritaron en la Plaza de Bolívar unos "manes" del Polo. El payaso está vivito en Colombia. Somos muchos los que estamos en el periodismo, en la política y hay mil en el curubito del poder.

Quién te ha visto y quién te ve. Sí, me veo unos zapatos de siete colorines, como de playboy pereirano en Miami. Sí, veo algo alucinante: una foto mía con pinta bacanísima verdosa, con boina como de colegio de niñas bien en Escocia, overol XXXL y, claro, los zapatos que ya mencioné y que hacen reír con solo verlos. Eche… y tengo los labios pintados de "rouge", de rojo pecador, el mismo colorete de Paola Turbay y de María Fernanda Valencia. Y tengo polvos rosados en los pómulos, colorete en la nariz y maquillaje en los ojos que me dan un toque ligeramente gay. Eche… y las fotos están fully, las hizo el genial Juan Camilo Palacios que le puso magia a la cámara.

No, no me he trabado con hachís, ni con cannabis, ni me he metido un éxtasis. Pero veo algo rechinante. Veo un colorido exquisito, veo mi cara, la de Poncho Rentería, y me veo igualito a un payaso y estoy gustador y casi seductor. Un momentito, ser payaso tres horas seguidas en una calle de San Victorino, en el restaurante el Brasero del Pollo, donde ruedan cinco mil buses, donde pasan dos mil camiones por hora pitando y donde zumba la polución, es algo muy tenaz. Es una pesadilla, porque toca vender alegría falsa y hacer fuerza para que al restaurante le vaya bien en las ventas y paguen con cariño. Tengo una pinta extravagante, un maquillaje excesivo, un discurso llamativo y un sombrero

desagradable para convencer a la gente que almuerce pollo asado. No soy el típico artista de circo que trata, a veces con éxito, hacernos reír, burlarse de los indefensos, saltar, hacer piruetas y trucos pendejos. No. Yo busco arrear gente para que coma en el asadero donde ejerzo como payaso este día, por lo que pagan siete mil pesos por hora.


Llegar al Bracero del pollo, donde demostré mis habilidades como payaso, no se dio así como así. Dos agentes del servicio de contraespionaje y "cazatalentos" de SoHo, Daniel Pardo y Aleja Quintero, me convencieron con habilísimo verbo, que esto era una rica e interesante aventura. Acepté y acordamos ir a los restaurantes con payaso donde la clientela llega gracias a la magia que logran crear con su pantomima.

Convinimos en ir inicialmente al centro caótico e histórico de Bogotá. Recorrimos la séptima por el building de Avianca, alguna vez incendiado, nos paramos frente al viejo edificio de El Tiempo, en la avenida Jiménez, y hasta vimos el lugar donde mataron a Gaitán aquel funesto nueve de abril. Maravilloso fue ese paseo por el viejo hotel Continental, que será remodelado, y por el Palacio de Justicia donde hace 25 años mataron a once magistrados y a 90 inocentes transeúntes. Allí donde un prócer dijo "aquí me tienen defendiendo la democracia, maestro". Paseamos el viejo Bogotá y sentí nostalgia porque fui habitante de esas calles y de esos recovecos mientras fui vendedor.

Conocí hace muchos años trabajos aburridos, pero ahora me la gano facilito en prensa, revistas, radio y televisión, gracias a que tengo una inteligencia arrolladora. Trabajar es amargo. En mis tiempos de joven, vaciado, anónimo y corto de billete, fui doce años vendedor de calculadoras y máquinas de escribir de Carvajal & Cía., de donde me echaron porque yo quería volverla Carvajal & Rentería. Era tenaz, tocaba ir donde el cliente, y es universal que los clientes odien a los vendedores. Tuve otro trabajo aburridísimo: fui parlamentario cuatro años y me tocó oír desde mi curul setecientos noventa y cuatro discursos malos y larguísimos de ciento dos parlamentarios imitando a Churchill, a Gaitán, a Mussolini. También fui jurado de un reinado del mar en Santa Marta y, tronco de problema, de las siete candidatas ninguna sabía nadar.

Doce del día, mucho sol, y encontramos en la calle 12 con séptima unos jóvenes de bachillerato en manifestación "anarco" antitodo y ellos por guaches putearon groseramente a los sencillos policías que, muy gallardos, no movieron un párpado a pesar de los madrazos ignorantes. Centro bogotano y mucha gente, muchas razas, mucho boyacense, mucha ruana, muchas mujeres, vendedores y desocupados. Y yo, buscando ser payaso, buscando improvisar el arte de llenar un asadero a lo Ronald McDonald. Muy feos los andenes, muy vital ver a soldados levantando novia, mucha radiola botando tangos tristes y mucho pinchao tomando cerveza en los cafetines con música del jefe Daniel Santos. Pasaban los buses, despedían hollín y chorros de humo negro. Finalmente, nos topamos con el Brasero del Pollo en San Victorino, frente al sitio más polucionado de Suramérica: la avenida Caracas.


¡Bravo!… dimos con el restaurante que en su glamour tiene un payaso de renombre, Chupito, un genio en este arte de hacer felicidad de la vida. Él, mi profe, nació y vive en el barrio de la Victoria, cerca de San Cristóbal, en el sur de Bogotá. Vive con su mujer hace tres años, tiene un hijo —Joseph Felipe, de dos— quien sabe de la profesión de su padre, pero no busca ejercerla cuando grande. Según Chupito, ser payaso no es su proyecto de vida. A pesar de llevar seis años siendo payaso, no quiere serlo para siempre. Empezó en los buses haciendo chistes de piñata, pasó a una panadería en el 20 de Julio, y trabajó en una payasería. Hace dos años labora en el Brasero del Pollo. Durante el bachillerato, no le gustaba ser payaso porque con la burla de los compañeros y de los profesores era muy difícil expresarse. Por eso, cuando se graduó, él y sus hermanos empezaron a tomar clases con un amigo payaso del barrio, el 'guri guri'. Esas clases le dieron confianza para ser lo que hoy es.

Chupito trabaja de lunes a jueves tres horas al día, de doce a tres. El viernes, en cambio, lo hace cinco horas. Eche… el resto del día lo reparte como payaso haciendo publicidad o como animador en fiestas. No hace malabares, se define como el clásico payaso de chistes pendejos de circo. Trabaja con sus hermanos. Son seis, de los cuales cuatro son payasos. El mayor también es 'publicista' de un restaurante: el Sojón Huilense. Gracias a él, llegó al Brasero del Pollo.

Chupito no considera que su oficio sea aburrido, al contrario, se siente orgulloso. Es un oficio como cualquiera. No todos los payasos sirven para ser publicistas de un restaurante, es una especialidad que requiere atributos especiales: la vestimenta, los chistes, el discurso y el maquillaje.

Este maravilloso Brasero del Pollo, en la sucursal de San Victorino, entre semana y sin el payaso vende 87 pollos y con payaso, 145. En fin de semana, con el payaso vende 270 y sin él, 218. Es decir que, según Adriana, la hija del dueño, el payaso aumenta las ventas en un 35% aproximadamente.

Y es que Chupito no solo sirve para llevar a la gente al restaurante. También es una forma de publicidad para que la gente conozca el sitio, empieza a identificar sus servicios. El concepto del payaso es la única publicidad que hace el asadero, además de los volantes que entrega por la calle.

Quién te ha visto y quién te ve. Hoy, viernes soleado, estoy de payaso para el Brasero del Pollo. Una de la tarde y la algarabía callejera es tenaz. Yo, a lo mío: que los clientes escucharan mi cuento exaltador que sale por el megáfono: "Olvídense de la dieta, les tengo la mojarra frita que nos trajo el Pibe Valderrama de Santa Marta… les tengo una exquisita bandeja de pollo con arepas paisas, van a chuparse los dedos…". Me emocioné y seguí: "Tenemos el pollo asado, el mismo que comió Clinton cuando vino a Bogotá, aquí está el pollo que le gusta a Julio Mario Santo Domingo, el mismo que pide Álvaro Uribe cuando se vuela del palacio presidencial… aprovechen que está baratísimo…Vengan a comer con alegría, vengan por la mojarra que está bronceada, aquí está la pechuga que pide Fanny Mikey y la bandeja paisa que guardamos para María Emma Mejía". Tuve sed, me tomé dos vasos de agua helada, una cerveza y volví a mi carreta vendedora que decía: "Damas y caballeros, sigan al Brasero del Pollo y si no quedan llenos yo pago la cuenta… entiendan que la dieta engorda, aquí está el mejor pollo del continente americano…".

Seguí en mi cuento, aguantando calor, polución, mugre, y el ruido como un látigo al oído. Entraba la clientela porque dos payasos venden, no lo duden. Mi talento publicitario como payaso en San Victorino tuvo éxito. Seguí tirando megáfono, porque eran las dos de la tarde y volví al público diciéndoles. "Entren rápido que están llegando los Valenzuela, los Uricoechea, los Urrutia y los Samper Brush. Todos se vinieron del Jockey Club para este exquisito restaurante… aprovechen el mejor pollo, el que les gusta a los Vargas Lleras, a Pambelé y al entrenador Pinto… aquí la proteína baila y el chef hace maravillas".

Me emocionaba el trabajo, iba a la esquina, me acercaba a los que bajaban por la avenida Jiménez y les decía "los invito a comer fino, a comer como los de la 'Jai', como comen los ricarditos del billete, aquí el lomo es mejor que el argentino… sigan, sigan con la novia o con la amante que aquí no pedimos partida de matrimonio. Entren y pidan el pollo gitano que tiene salsas eróticas que, seguro, les quitará la pereza sexual y hasta pueden ganar puntos en la alcoba".

El trabajito de payaso me emocionó. Chupito, mi compañero payaso, mi profesor y maquillador, me dio ánimo, me hizo la segunda y me propuso que hiciéramos llavería como payasos por el resto del año y me sonó, porque yo me sentí feliz con mi cara de payaso y mi ropa de payaso. Volví a los transeúntes, a los de la familia Miranda que son los que miran mucho pero no compran nada. Me sentí en el globo del rebusque y en el mundo del rebusque vender es acertar, y yo como payaso estaba acertando. Hice intensa sociología urbana, conocí de cerquita un trabajo jodido, amargoso y mal pagado. Allí admiré a mi payaso entrenador, a Chupito, que me dio una lección, me mostró cómo es de jodido el trabajo de los pobres, cómo es de jodido trabajar por pocos pesos y tener que repartirle alegría a la gente en el ruidoso centro bogotano.