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13 de julio de 2006

Cómo es casarse...

Por la visa

Necesitaba una visa específica para quedarme legalmente en Atlanta, Estados Unidos, al lado de mi novia, que había llegado allí gracias a un permiso de trabajo. Yo tenía que conseguir una de acompañante, la H4, conocida popularmente como de mantenido

Por: Andrés Burgos
| Foto: Andrés Burgos

Necesitaba una visa específica para quedarme legalmente en Atlanta, Estados Unidos, al lado de mi novia, que había llegado allí gracias a un permiso de trabajo. Yo tenía que conseguir una de acompañante, la H4, conocida popularmente como de mantenido. Y para ello debíamos casarnos lo más pronto posible. El rito nos tenía sin cuidado, de modo que nos la jugamos por la salida más fácil. Nos habían contado que Tennessee era un estado que otorgaba facilidades especiales a las parejas ansiosas de sellar la alianza. Por eso llegamos hasta un pueblo llamado Chattanooga, fuimos a la corte estatal, firmamos dos pendejadas en una taquilla, pagamos 33 dólares y conseguimos el permiso para unir nuestras vidas ante los ojos del Tío Sam. Hasta ahí todo bien. Pero aún no estábamos casados. ¿Cómo podíamos entonces terminar la tarea? Alguien nos señaló a un tipo que dormitaba en un corredor y dijo que se trataba de un ministro, un pastor de una iglesia cercana que al parecer se cuadraba ganándose una platica como freelance. Solo su traje negro, desgastado pero digno, y el cuello clerical de su camisa separaban su imagen de la del típico mecánico colombiano a la espera de que le caiga trabajo. El cura (¿se puede llamar cura a un pastor protestante

) se mostró dispuesto a hacer la vuelta a cambio de una donación de 35 dólares. Añadió que ese corredor oscuro no era el sitio adecuado para unir nuestras vidas y nos pidió que lo siguiéramos. Creímos que nos llevaría a una capilla, pero el recorrido terminó en un jardín al lado de una avenida. Nunca llegaríamos a conocer su sede física. Quise entrar en calor y lo único que se me ocurrió preguntarle fue a qué iglesia pertenecía. Power of Touch Church, fue la respuesta. La Iglesia del Poder del Toque. Mmmm… Calculé que encontrar un nombre para una iglesia, en un lugar donde cientos se fundan y se dividen cada año, requeriría de un proceso similar al de registrar una dirección de correo en Yahoo. ¿Iglesia Suprarreformista del Sur? Lo siento, ya alguien lo tomó. ¿Qué tal Congregación Cristiana Neoliberal? No, también está ocupado. Mejor intentar con Comunidad Morfogeobautista1974… Tuve que morderme la lengua para callar. La prudencia me insinuaba que en esa zona, conocida como Cinturón de la Biblia, nadie apreciaría mis comentarios.

Escogimos una sombra bajo un árbol. Nuestro pastor, después de hacernos esperar porque le entró una llamada a su celular, nos leyó varias líneas de una bibliecita desgastada sin agregar nada original. A la hora de los votos confundió nuestros nombres. Yo dije I do, la contraparte hizo lo propio y la cosa se acabó sin dolor. Después de recibir su pago, el guía espiritual nos entregó un volante litografiado por si deseábamos saber más y se despidió de nosotros para siempre. El volante, aparte de dar algunos teléfonos de contacto, desglosar un pequeño organigrama y anunciar las horas de las misas -en una sede temporal-, no aclaraba cuáles eran las características específicas de nuestro nuevo credo. Moriré sin saber si terminé más cerca de la Iglesia Bautista Reformada del Sur o de la Misión Metodista Científica Unificada.

De vuelta en la corte, la señora de la taquilla nos felicitó e imprimió el certificado oficial. De paso nos entregó una bolsita como regalo de bodas. Yo ya había visto que le daban un paquete igual a una pareja que iba delante de nosotros: ella de shorts y él de manga sisa, ambos con los brazos llenos de tatuajes y tufo a Jack Daniels. Mi mujer, que nunca soñó con casarse de blanco, pero que se había puesto labial porque consideró que la situación lo ameritaba, miró con aire de superioridad a nuestros predecesores.

Una vez comprobamos que ya no estábamos viviendo más en pecado, procedimos con codicia a abrir nuestro regalo de bodas. Contenía una tarjeta de felicitación, una muestra de Tyde, un sobre de café Folgers, un cupón de descuentos para mandar a diseñar nuestros cheques personales con motivos de Disney y Garfield, un desodorantico para dama y una caja con quince servilletas. ¿Eran esos los patrocinadores de la corte? ¿Una corte podía tener patrocinadores? Elegimos no mirarle el diente a ese caballo regalado, porque al fin y al cabo a eso se reducía nuestro shower. Algunos suspicaces afirman que la particularidad de mi enlace le resta seriedad. Yo los invito a no opinar a la ligera. Siento que en el fondo tengo mayor respaldo y veedores que la mayoría de los que se han sometido a ceremonias corrientes. Después de todo, no muchos pueden decir que detrás de su unión marital están los intereses del gobierno de los Estados Unidos, de varias transnacionales y de una excéntrica congregación que probablemente cuenta con solo dos afiliados en Colombia. Creo que es precisamente en esa confluencia donde radica el poder… del toque. ?

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