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10 de junio de 2003

Queremos tanto a Jota

Por: Juan Carlos Rodríguez

Enhorabuena por los canales privados de televisión, que aunando esfuerzos, han enriquecido el pobre mundo cultural de la televisión colombiana con dos joyas dignas de ser trasmitidas por People & Arts, National Geographic Television o el mismísimo Film & Arts. ¿De qué otra cosa puedo estar hablando que de los gemelos Día a día y Muy buenos días, que confirman el adagio aquel de que "lo bueno, dos veces bueno"? Bajo la noble insignia de enseñar deleitando, el incansable, respetuoso, versátil, sesudo y nada hostigante Jotamario Valencia compite con Javier Hernández Bonnet, quien trasciende la profesión de cronista deportivo, oficio reconocido por su ya mítica riqueza lingüística, abriendo nuevos espacios para sus colegas.

Estos programas estimulan todos los niveles de la curiosidad intelectual, alimentan el espíritu, informan con una objetividad que no tiene comparación y divierten de una forma delicada y autóctona. Promueven el espíritu de la sana competencia tan necesario en nuestro intolerante país: siendo idénticos da igual ver el uno o el otro, liberándonos de la frustración de tener que elegir. Al tener tres presentadores nos enseñan cómo debe ser el trabajo en equipo. ¿Quién quiere perder el tiempo oyendo lo que los invitados tienen que decir? Gracias a la magnífica coordinación de los entrevistadores, ninguna respuesta se completa, ningún punto de vista se explica a fondo y ningún tema se trata durante más de veinte segundos. De esta manera quien ve el programa se informa de manera rica y variada sin necesidad de agotarse con tortuosas explicaciones.

Su otra gran virtud compartida es la tolerancia religiosa, rayana en el sincretismo. Cada programa tiene un cura de cabecera y media hora después de sus intervenciones, hablan: el astrólogo, el tarotista, el experto en feng-shui y el yerbatero, todos debidamente certificados con el título de profesor. Esta magnífica mezcla enriquece la limitada experiencia de la religión y prepara a la audiencia para las necesidades espirituales de la nueva era.

¿Dónde más encontrarían los desorientados televidentes una mejor ayuda para sus dificultades sexuales? La aristocrática doctora Urrutia, amablemente parodiada por su émula, Clara de Luna, sorprende con sus vanguardistas consejos y su rancio hablar de la lengua castellana.

¿En qué otro lugar saldríamos de nuestra ignorancia acerca de las nuevas tendencias en ropa interior? ¿Cómo habríamos aprendido que hay una nueva colección cada semana? La modelo de RCN al decir "hoy les tengo una gran sorpresa a los señores" y el presentador de Caracol al pedirle a cuanta mujer llega al set una "vueltica, vueltica" nos liberan de la agotadora obligación feminista de considerar a una mujer como algo más que un amasijo de carne y facilitan, al simplificarlas, las relaciones entre los sexos.

El espacio que abren a las más vernáculas formas del humor criollo fortalece la identidad cultural. Don Jediondo deleita a sus incontables seguidores con la pasmosa facilidad que tiene para construir neologismos y nombres propios con derivaciones del verbo "mamar": mamá-dora, mamá-cita, que-mamás, paque-mame, etc. Como si fuera poco, estos programas desarrollan la capacidad de actuar sin necesidad de pensar antes, liberándonos de ese mito propagado por intelectuales carentes de sentido práctico.

¡Lástima que la mayoría de jóvenes en edad escolar no puedan verlos por andar en el colegio! Para solucionar esta injusticia, deberían retransmitirlos a partir de las cinco de la tarde...