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14 de mayo de 2008

Crónica SoHo

Rescatista de aguas negras

La labor de Jairo Bolaños consiste en rescatar personas que hayan caído en caños, ríos y lagunas contaminadas. Una misión que pocas veces tiene buenos resultados

Por: Santiago Rodríguez Tarditi. Fotografía: Federico Pardo
La labor del Grupo de Buzos de Aguas Negras de los Bomberos de Bogotá consiste en rescatar personas que hayan caído en caños, ríos y lagunas contaminadas. | Foto: Santiago Rodríguez Tarditi. Fotografía: Federico Pardo

Paradójicamente, Jairo Bolaños se despierta cada mañana sabiendo que aunque su labor como teniente del Grupo de Buzos de Aguas Negras de los Bomberos de Bogotá consiste en rescatar personas que hayan caído en caños, ríos y lagunas contaminadas, son pocas las vidas que logrará salvar. Sin embargo, desde las cinco de la mañana, otros diez bomberos bajo su mando han estado entrenándose físicamente como lo hacen a diario, esta vez para un ejercicio de simulacro, uno de los operativos que les sirve de preparación para inmersiones en los ríos Bogotá, Tunjuelito y Juan Amarillo, entre otros lugares que tienen un denominador común para ellos: sus aguas negras no dejan ver nada. Debajo de esas superficies oscuras, su misión es moverse con el tacto e intentar lo que parece imposible. Ellos hacen parte de un total de 25 bomberos especializados y certificados en buceo por NAUI (National Association of Underwater Instructors) que, día de por medio y durante turnos de 24 horas, rotan puestos y se encargan de rescatar víctimas de accidentes en fuentes hídricas. El Cuerpo Oficial de Bomberos se fundó en 1895 durante el mandato de Miguel Antonio Caro como seccional del Departamento de la División Central de Policía, y aunque desde el año pasado los bomberos han recuperado su autonomía y cuentan con un presupuesto mucho más cuantioso del que les designaba la policía —ahora definido por el Distrito luego de varios debates en el Concejo— la Estación de Kennedy, una de las 17 que hay en toda la ciudad, está en un estado deplorable. Sus paredes resquebrajadas hacen par con los vidrios rotos y percudidos, la pintura agobiada por la humedad se desmorona entre manchones de agua negruzca que recorre el techo de la estación entre cuartos desocupados donde descansan pedazos de muebles, muñecos y ropa vieja (que se emplean en simulacros de incendios) hasta llegar a las barracas donde unos catres reciben a los afortunados bomberos que logran dormir algunas horas entre emergencia y emergencia. Lo único que está en perfecto estado, pulcra y decorosa, es la piscina aclimatada donde los buzos entrenan todas las semanas y ejercitan su nado. Al teniente Bolaños le prometieron remodelar completamente la estación, pero con una sonrisa y sus ojos cargados de resignación, deja claro que no se queja de su lugar de trabajo. Mientras que un bombero estadounidense gana alrededor de 7.000 dólares mensuales, Bolaños con su salario de 2.400.000 pesos alcanza a pagar la universidad a dos de sus hijas, el colegio de otra, el arriendo y los servicios de la casa donde vive con su esposa y, de vez en cuando, le permite darse uno que otro gusto; no es la plata lo que lo motiva a ser bombero. Lleva 25 años en la institución siguiendo el legado que dejó su padre, quien también trabajó un cuarto de siglo en esta misma profesión. Mientras que Bolaños recorre su habitación adornada con diplomas y certificados de algunos de los congresos y cursos de salvamento que ha tomado en Estados Unidos y en América Latina, el resto de su cuadrilla está inflando botes, preparando caretas, esnórqueles, aletas, chalecos de flotación, reguladores y tanques de oxígeno; todo el equipo necesario para bucear. De un lado para otro, vestidos con sus trajes de neopreno, los integrantes del Grupo de Rescate corren como focas fluorescentes ante la mirada de transeúntes curiosos. El naranja de sus botes y el rojo de sus camiones contrastan con el opaco cielo de Bogotá. Hoy es uno de esos días grises y fríos de la ciudad, donde no dan ganas de hacer nada, mucho menos zambullirse entre ríos de materia fecal. A diario los bomberos deben atender unas 57 emergencias para solucionar problemas que varían desde escapes de gas hasta incendios, pasando por recuperación de mascotas y eliminación de enjambres de abejas. El Grupo de Rescate debe cumplir con todas estas tareas pero además son los únicos especializados en toda América Latina en recuperar víctimas de accidentes en aguas negras, que al año están alrededor de 15, dependiendo del invierno y la crecida de los ríos de Bogotá. El teniente Bolaños sale a apurar a su escuadrón mientras oye por su radio, su Avantel y su celular, constantes actualizaciones del Sistema de Emergencias de Bogotá que avisa cualquier evento al que deban desplazarse. Pero por ahora las noticias son positivas y podrán proseguir con el simulacro que tienen previsto. Una vez los equipos están contados y revisados y los botes de más de 80 kilos están en el techo de los camiones, Bolaños reúne a su equipo y les da los pormenores del operativo. En cuestión de segundos, diez bomberos toman sus posiciones y arrancan hacia la laguna del Parque Timiza, donde desarrollarán la actividad de salvamento. Aunque no se encuentran atendiendo una emergencia y no hay necesidad de manejar bruscamente, los conductores de los carros que transitan por las calles de Kennedy se detienen ante las prepotentes maquinarias de los bomberos para darles paso. En caso de una eventualidad, el Cuerpo de Bomberos cuenta con un GPS que le asigna una ruta que pueden seguir los maquinistas, habilitado con una señal que bloquea todos los semáforos que interfieran con su camino desde la estación hasta el lugar de la emergencia. Pero hoy no hay afán verdadero, y ellos se toman su tiempo. Lo aprovechan porque saben que normalmente tienen un minuto para salir de sus barracas uniformados y estar dentro de los camiones, y su tiempo promedio de atención debe estar entre los cinco y los seis minutos. Una vez en el Parque Timiza y ante la mirada de colegiales fisgones que se pasean por sus prados, el Grupo de Rescate se apresta a bajar sus balsas motorizadas y sus equipos de salvación cerca a una de las orillas de la laguna donde hoy entrenarán. El primer paso a seguir es acordonar un área donde descansarán los seis tanques de oxígeno, los diez pares de guantes y aletas, las caretas y los tres trajes secos que se usarán hoy, todo para hacer un conteo de los equipos en caso de robo. A los bomberos los roban constantemente durante sus operativos y no es de extrañarse que días después de un rescate haya gente que pase por la estación de Kennedy ofreciendo reguladores, porque a lo mejor les puede interesar. Bolaños recuerda una vez que le robaron su radio y poco después se comunicaron con la estación en busca de una recompensa: —Ladrón a Central, ladrón a Central, ¿me copian? Erre. Los equipos con los que cuentan los buzos son nuevos y hacen parte de varias de las compras que permitieron los 41.000 millones de pesos destinados en 2007 para que los bomberos actualizaran sus instrumentos, un gran regalo para ellos que contaban anteriormente con un presupuesto de solo 3.000 millones de pesos, migajas si se tiene en cuenta que solo un camión cuesta alrededor de 800 millones de pesos. Por eso, el Grupo de Rescate de Aguas Negras ha aprovechado el presupuesto del año pasado y el de 2008, que es de unos 25.000 millones de pesos, para cubrir gastos de funcionamiento y modernización y para solicitar una escafandra que facilite su trabajo. Sueñan con tener unas full face, caretas que cubren toda la cara y que cuentan con un intercomunicador. Después de organizarse e impartir órdenes sobre cómo proceder, el teniente Bolaños y dos de los buzos con más experiencia en buceo, los hermanos González, se visten con sus respectivos trajes secos (trajes especiales herméticos por donde no se filtra el agua) para sumergirse. Pero no siempre fue así. Bolaños recuerda que en sus primeros años como buzo él y sus compañeros se embadurnaban con vaselina y grasa de carro para evitar el contacto directo con las aguas contaminadas y resguardarse de posibles infecciones. En sus 25 años de experiencia, aparte de un par de hongos y un fuerte pie de atleta, ni él ni los integrantes de su grupo han sufrido graves afecciones de la piel. Mientras ellos terminan de enfundarse entre los apretados trajes nuevos, los demás buzos inician un proceso de reconocimiento de la zona donde con la ayuda de remos y escombriadores —unos palos largos con ganzúas— palpan el fondo del lago para sentir algo que pueda parecer un cuerpo. Dependiendo del grado de descomposición que tenga el cadáver que estén buscando, varía su flotabilidad. La mayoría de veces los bomberos que quedan en la orilla junto con la Policía judicial que se acerca para hacer el levantamiento del cuerpo, hacen una pequeña indagatoria a los familiares de las víctimas que se agolpan en las riberas a esperar a sus seres queridos. Dependiendo de los días que lleve desaparecido, la ropa que la víctima tenga puesta, lo que haya comido y el alcohol que haya ingerido, su flotabilidad varía y hace más fácil determinar un rango de búsqueda. Mientras escarban el fondo de la laguna, recuerdan el caso de un personaje que había robado un morral lleno de monedas y al verse asediado por la Policía decidió saltar al río, pero el peso del morral le sirvió de lastre y lo arrastró hasta el fondo. Su flotabilidad era cero. Bolaños y los González están listos para entrar. El teniente da la señal y ‘Caco‘, el bombero más joven del Grupo de Rescate y quien previamente se ha uniformado como civil, se ve desaparecer a medida que se hunde entre las oscuras aguas de la laguna. Se da la orden de comenzar la recuperación del cadáver, y el teniente Bolaños se sumerge. Él es el encargado de asegurar la zona, evitar que haya elementos que puedan lesionar a los otros buzos, determinar el perímetro de trabajo y, si cuenta con suerte, lograr el objetivo. Lo primero que siente es el choque térmico. Mientras desciende entre el líquido opaco, el agua se enfría repentinamente y la temperatura va disminuyendo hasta llegar a los dos o tres grados. Los vidrios rotos y las grietas del concreto de la Estación de Kennedy lo han acostumbrado a las bajas temperaturas y aunque el frío es molesto, con los trajes y la experiencia se hace soportable. Lo verdaderamente complicado del tema es que en aguas negras la visibilidad de un buzo es nula. Como todo un invidente, Bolaños hace uso de sus manos para palpar el fondo de la laguna, revolviendo tierra y derribos, hasta encontrar el cuerpo que está buscando. Los trajes de última generación cuentan con unos guantes muy resistentes, pero Bolaños prefiere buscar los cadáveres con las manos desnudas para guiarse mejor con el tacto. Aunque nunca ha sufrido cortes o lesiones con escombros y basura que descansan en el fondo de ríos y caños, le impacta cuando en ocasiones luego de identificar el lugar de un cadáver procede a recuperarlo y se queda con el “guantalete”, pedazos de piel jabonosa descompuesta que permanecen pegados a sus manos. Bolaños logró encontrar a ‘Caco‘ después de unos seis minutos, pero no siempre es así. Hace unos años duraron 22 días en la laguna del Sisga buscando a una campeona de natación que había naufragado y que creyó podía vencer los calambres con sus expertas brazadas, pero no lograron encontrarla. El Grupo de Rescate cuenta con tanques de oxígeno que les permite sumergirse unos 60 metros y la profundidad de la laguna del Sisga alcanza los 100 metros, para lo cual necesitarían bajar con Nitrox en sus tanques, una mezcla gaseosa que les permitiría respirar a grandes profundidades como solo lo puede hacer en estos momentos la Armada Nacional. ‘Caco‘ es un gran actor. Entre los brazos del teniente Bolaños sale entumecido desde el fondo y su piel azulosa y sus labios morados hacen dudar por un instante sobre el éxito del simulacro. Completamente rígido, los demás compañeros lo ayudan a subir al bote donde luego de tomar sus signos vitales, proceden a llevarlo a la orilla. En la vida real, familias enteras esperan a que el cuerpo desembarque y se agolpan encima del cadáver. Entre sollozos y condolencias, los buzos han recibido desde agradecimientos hasta regaños e insultos, pues los familiares confundidos creen que la incapacidad de los rescatistas fue la culpable de la muerte de sus allegados. Incluso, una vez se hizo un rescate rápido, y al momento de dejar al cadáver en la orilla la Policía aún no había llegado. Ese día, el cuerpo sin vida estaba lleno de gases que hicieron que la víctima se retorciera y produjera sonidos guturales, haciendo pensar a la familia que seguía vivo. Ellos se lo raparon a los bomberos, lo llevaron a urgencias convencidos de que continuaba respirando, pero sus esfuerzos fueron en vano. Después de cinco minutos debajo de aguas contaminadas no hay nada que hacer. Edwin, el menor de los hermanos González, lleva ocho años como buzo de los bomberos, y aunque su contextura física hace creer que es el mayor de los dos, la seriedad que portan los ojos de Pablo dejan claro que él es más viejo. Este último lleva siete años y medio como buzo, convencido por Edwin para que juntos cumplieran su sueño de poder bucear. Ambos ganan 1.800.000 pesos. Embutiendo su enorme contextura entre los estrujados trajes de neopreno, Edwin y Pablo se adentran en la laguna y desaparecen entre aguas turbias y oscuras que expelen un tufillo a gasolina para iniciar la segunda parte del simulacro, la localización y recuperación de equipo. El Grupo de Rescate ha viajado por todo el país recuperando evidencias, carros y armas que han quedado en el fondo de ríos e, incluso, le han colaborado al ejército en el rescate de cadáveres y munición perdida. Velozmente, los hermanos González localizan una careta que había quedado atrás intencionalmente para completar el simulacro. Esta vez les tocó fácil. Recuerdan un rescate en Altos de Cazucá. Después de un deslizamiento tuvieron que adentrarse entre escombros para recuperar los cuerpos de la familia damnificada, entre estos el de una niña de unos ocho años que sin vida mantenía en su rígida mano una carta que estaba escribiendo a su papá. Era el Día del Padre. Su último rescate fue igual de desolador y duró casi 15 días. Un niño del barrio Casalinda en Ciudad Bolívar cayó al río Juan Amarillo y fue tragado por unas compuertas del Acueducto. Tuvieron que sumergirse durante horas enteras en pozos sépticos colmados de condones, toallas higiénicas, materia fecal y otros residuos biológicos para lograr encontrar el cuerpo. En cada una de estas inmersiones sus reguladores se tapan con sedimentos, y sus bocas entran en contacto directo con los excrementos. Aparte de las vacunas que cualquier ciudadano tendría, como la del tétano o la fiebre amarilla, no cuentan con ninguna otra específica. Mientras sonríen y muestran unos impecables dientes blancos, cada uno de los integrantes del equipo se jacta de nunca haberse enfermado. El teniente Bolaños da por terminado el simulacro y todo el proceso de desembarco se hace a la inversa, efectuando un exhaustivo inventario de los elementos utilizados durante el operativo. Una vez en la estación, los buzos se ven obligados a lavarse con una manguera de agua a presión, hundirse en un tanque de 55 galones donde una mezcla de agua y cloro ayuda a desinfectarlos y rematan con un baño de más de media hora con alcohol etílico y yodo. Ellos están impecables. La comida les sabe igual, no sufren de escozor en el cuerpo y su piel no hiede. Reunidos aprovechan su preciado tiempo de esparcimiento hasta que vuelva a sonar la alarma: practican saltos y botes en la piscina y ríen como niños pequeños mientras chapotean agua por todas partes.

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