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30 de mayo de 2014

Testimonios

Yo soy el jugador más viejo del mundo

El 30 de abril cumplí 52 años y sigo jugando. Todavía no me pienso retirar. El año pasado estuve en el club Colón, en la divisional C de Uruguay, y ahí batí al legendario británico Stanley Matthews, que jugó hasta los 51 años y dos meses.

Por: Robert Carmona, futbolista uruguayo

Las estadísticas lo marcaban como el más veterano, pero ahora estoy en condiciones de decir que soy el jugador más viejo del mundo en forma ininterrumpida.

Tengo un representante que me está moviendo los trámites con el Récord Guinness. Logramos conseguir que la Asociación Uruguaya de Fútbol me reconociera, mediante un documento, como el jugador más viejo de la historia de acá. Ese papel llegó a Italia, donde ya fue avalado por el Guinness de ese país, y en breve ingresará a la Fifa, en Suiza.

Hace tres años, en 2011, jugaba y también dirigía en Albion, el primer club uruguayo de la historia, el verdadero decano del fútbol. En 2011 pasé a La Luz, en 2012 jugué el Torneo Clausura en Mar de Fondo y en 2013 pasé a Colón, siempre en la división C. Ya no juego y dirijo, ahora solo estoy en el césped. Suelo ser titular. Algún partido del año pasado estuve en el campo los 90 minutos, pero, para evitar lesiones, suelo estar máximo 70 minutos.

Lo mío es ordenar el mediocampo y cuidar la pelota. Si tengo que picar, lo hago, pero no es mi fuerte. Si corro contra chicos de veintipico o treintipocos, me van a ganar, y si vamos a trancar una pelota, también. Pero les juro que se las hago difícil, que no les será una tarea sencilla. Además, marcar no es lo mío. Lo mío es tener trato con el balón, administrarlo y pasársela al jugador mejor ubicado. Por eso mismo siempre fui volante 8 o 10.

Pasé por una veintenta de equipos, quizá más. La última vez que cobré un salario como futbolista fue en 1997, en un club de la ciudad de Young, departamento de Paysandú, Uruguay. Y en los ochenta jugué en un montón de equipos de Montevideo, siempre en tercera o cuarta división. También actué en el exterior: fui titular en el Municipal Limeño de El Salvador, y en 1988 me fui a jugar a Estados Unidos. Esa fue mi mejor época: estuve en la liga semiprofesional de lo que hoy es la Major League Soccer y anduve muy bien en el Boys Club. Pero donde realmente brillé —perdonen la falsa modestia— fue en Los Imperiales de Nueva Jersey. Ahí fui elegido el mejor jugador del torneo de 1993.

Al año siguiente pude vestir la celeste de mi país. Era la selección uruguaya de inmigrantes en Nueva Jersey. En esos años se pagaba muy bien, a veces 1000 dólares por partido, más viáticos. Jugaba todo el año. Cuando allá en el norte había receso, me venía a Uruguay y jugaba en algún cuadro del interior. Llegaba a cobrar 300 dólares por partido. Y, bueno, fui haciendo mi carrera entre ambos países. Eso me ayudó a comprar una casa, un auto, y a ayudar a que mi esposa se graduara de pediatra neonatóloga.

Como director técnico tuve mis pequeños logros también. A principios de los noventa ascendí a primera división a Deportivo Colonia. Imagínense: un equipito del interior jugando contra Peñarol y Nacional. Cuando lo subí, sin embargo, me despidieron. Cosas del fútbol... Dirigiendo a Albion, llevé al equipo a disputar un par de finales también, pero lamentablemente las perdimos.

Me entreno muy bien. Hasta hace minutos estaba sobre una bicicleta, porque tengo una tendinitis que no me permite correr. Hago una hora de bici, pesas, nado y practico el dominio de pelota. Eso, sumado al descanso adecuado, me permite seguir vigente.

Me importa el reconocimiento del Guinness, porque me ha llevado a ser una persona conocida y, además, se tornó en un desafío. También quiero dar un mensaje de calidad de vida a los deportistas jóvenes. Que sepan que el esfuerzo, el sacrificio, decirle no al alcohol y las drogas te ayudan a lograr cosas así.

Sé bien cuándo me voy a retirar o, mejor, cuándo no lo voy a hacer: no hasta que la Fifa me reconozca como el más viejo del mundo en actividad. Hay otros más viejos que yo, pero ninguno en una liga afiliada a la Fifa, como las de la Asociación Uruguaya de Fútbol. El Guinness hace rato que me está mirando, pero no me van a aceptar hasta que no lo haga la Fifa. Todo sería más fácil, más rápido, si yo tuviera apellido. Pero no soy Francescoli ni Forlán: soy Robert Carmona, y a esta altura tengo un reto personal: mientras no me reconozcan no pienso colgar los botines. Parece, entonces, que va a haber Robert Carmona para rato.

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