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19 de agosto de 2010

Si yo fuera famoso

Por: Daniel Páez
| Foto: Daniel Páez

Aclaro que no soy el Daniel Páez que protagonizó PVC-1, un tocayo mío que tampoco es muy famoso pero que al menos es más conocido que yo. Tampoco soy el cantante ecuatoriano de baladas que, por más soso que sea, nunca será tan popular como Franco de Vita. Con dos homónimos haciéndome competencia, será difícil convertirme en celebridad, pero no será imposible: con mi talento de artista de pan integral, puedo ser más chabacano que Lady Gaga con el toque menstruante de Ricardo Arjona, actuar con menos histrionismo que Jáider Villa y más simbolismo que Íngrid Betancourt, escribir libros más predecibles que los de Paulo Coelho con ortografía de Armando Benedetti o cambiarme el apellido por Triana para dirigir pésimas películas que sean taquilleras y muy bien financiadas.

Cuando sea famoso no pienso dar autógrafos. No es que yo sea mezquino o que me dé pereza escribir a mano o que no les quiera robar el Sharpie a mis fans, lo que pasa es que mi firma es tan básica —simplemente es mi nombre en letra imprenta— que le pueden pedir a un niño de siete años que les firme lo que sea, desde una portada de revista hasta un cheque en blanco: ni el más experto grafólogo notará la diferencia.

Lo que sí haré será tomarme fotos con mis seguidores: soy tan fotogénico que estoy seguro de que jamás van a publicarlas en Facebook, a menos que sean tan expertos en Photoshop como los de esta revista. Por supuesto, de estas fotos y de las personas que me reconozcan en la calle saldrá más de un tórrido romance con las groupies a las que, sin importarles la pinta del famoso, les parece "di-vi-no" cualquier payaso que salga en televisión. Así, cambiaré de pareja cada vez que necesite subir el rating, haciendo bodas rimbombantes y divorcios que sean portada en TV y Novelas.

Por más que mi mánager insista, no pienso crear un perfil en ninguna red social. Siendo famoso, solo me quedará tiempo para ir a todos los partidos de fútbol de Farándula vs. Cáncer de Seno y a los conciertos de Sting —o alguien aún más aburridor— que hagan parte de la campaña 'Siéntete mejor persona gastando un millón de pesos'.

Es que yo tengo un corazón muy grande. Por eso, trabajaré en la linda causa de convertir a las videorockolas en patrimonio cultural de los colombianos, definiéndolas como "la nueva chiva". Montaré la microempresa PirateArte en la que madres cola de familia de Chigorodó les pondrán lucecitas y formas de guitarra —o de escopetarra— a unas artesanías de plástico que, en realidad, serán memorias USB llenas de música y videos piratas. Estas alhajas se venderán en aeropuertos y centros comerciales por sumas cercanas a los dos salarios mínimos —los audífonos no estarán incluidos—. Las ganancias se destinarán a la grabación de corridos, vallenatos y rancheras con videos de mujeres siliconadas bailando en calzones al ritmo de cualquier cosa excepto de la que está sonando.

Quiero pasar a la historia como uno de los ilustres más gorreros del panorama nacional: que se vayan grabando mi cara los porteros y los barman de Armando Huecos, Kukaraguákala, Andrés WC y cuanto nuevo antro se inventen en el Parque de la 93 o la Zona T, porque no les pienso pagar el cover ni los tragos, solo voy a estar súper con la gente chévere como yo. Incluso, para mayor rentabilidad de mi imagen, montaré mi propio restaurante bar en la Zona HP.

Así, me convertiré en la imagen de las tiendas de ropa usada de la avenida Caracas para imponer el eslogan 'Vístase sin estilo'. Es eso o protagonizar comerciales de operadores de celular.

Por último, advierto que mi vida privada seguirá siendo privada: especialmente privada de lujos. Es que ser famoso no significa ser rico y, si llegara a serlo, dilapidaría mi fortuna comprando una nave intergaláctica para irme a un planeta donde los famosos viviremos felices por siempre.