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20 de diciembre de 2012

Testimonios

Qué se siente... tener cáncer de seno

Esta valiente mujer, que se le midió a aparecer en nuestra portada, nos cuenta en este texto muy personal de dónde sacó fuerzas para superar un cáncer y por qué no se ha querido someter a una reconstrucción mamaria.

Por: Marcela Dussán Carrera - Fotografía: Alejandra Quintero

A mí me lo dijo un médico de frente, sin rodeos: —Usted tiene cáncer de seno—. ¿Y ahora?, pensaba. ¿Qué puedo hacer?, ¿será que me voy a morir?, ¿por qué yo, ¿por qué en este momento en que mis hijos tienen 10 y 16 años, me preguntaba minutos después mientras caminaba por un parque y reflexionaba sobre cómo me podía cambiar la vida.


Es muy difícil, sí, y traumático y doloroso y angustioso y miedoso y desesperante. Uno pasa por todas las etapas. Pero yo sabía que, en gran medida, dependía de mí. Sabía que la fuerza para salir adelante la tenía que sacar de adentro, de las entrañas, de la cabeza, del corazón. Pensaba que si todavía podía ver un atardecer o disfrutar de una buena canción, si todavía podía sentir y emocionarme, entonces había forma de salir adelante. De eso ya hace siete años, y acá estoy contando el cuento llena de vida.
¿Qué se siente? Ahí está el primer problema: que muchas veces no se siente nada, es asintomático. Se puede sentir una bolita al tacto cuando uno se hace el autoexamen, se puede sentir una rasquiña o una especie de resequedad en la piel, pero lo más probable es que todo parezca normal. Por eso siempre debemos acudir al médico ante cualquier cambio. Aunque sé de algunas mujeres a las que les ha dolido, no me cansaré de repetir que pocas veces pasa, y de ahí la importancia de hacernos el autoexamen una vez al mes, de visitar al ginecólogo al menos dos veces al año y de hacernos un examen clínico anual de seno. Es nuestro derecho, y todo derecho es exigible.
Se lo digo yo, que descubrí que tenía una bolita mientras me hacía el autoexamen. La noticia tenía para mí un carácter muy doloroso, pues mi mamá había muerto de cáncer de seno unos 20 años antes. Así que reviví todo lo que había sufrido. Miles de imágenes dolorosas se me vinieron a la mente. Por un instante pensé que viviría el proceso como si fuera ella. Pero no: el tema era conmigo y era hoy. Puede que uno relacione las palabras cáncer y muerte casi sin pensarlo, pero lo cierto es que la enfermedad diagnosticada a tiempo es curable.
Yo sentía que el cáncer era un león que podía abrir sus fauces y devorarlo todo. Pero ese león estaba dentro de mí, y dependía de mí si lo alimentaba o luchaba por empequeñecerlo. ¿Cómo? Decidí oír a mi cuerpo, que me pedía alimentarme bien, estar positiva, ser paciente y apasionada, dar y recibir amor. Me aferraba a la música del barroco y a los mantras tibetanos para concentrarme; caminaba para respirar y relajarme; ponía botellas de agua al sol para que se recargaran de energía.
Tenía también que asumir los tratamientos con la mayor madurez y responsabilidad posibles. Cada diagnóstico es diferente, pero hay que saber que el cáncer de mama es el que más alternativas terapéuticas tiene. Mi médico me mandó primero tres sesiones de quimioterapia cada 21 días. Era muy duro, me ponía muy débil, se me caía el pelo. Pero la idea era que los medicamentos atacaran también las células malignas que podían llegar a estar en otras partes del cuerpo. Repito que el cáncer diagnosticado a tiempo es curable, pero puede avanzar rápido y, si se le da ventaja, arremete contra todo.
Luego me hicieron la mastectomía, o me quitaron una, para que se entienda bien. Pero faltaban todavía seis sesiones más de quimio y 25 de radioterapia. El médico y yo convinimos no hacer una reconstrucción inmediata, podíamos esperar. Continué con la radioterapia, que recibí diariamente durante 25 días.
Me acuerdo de que terminé el tratamiento un 23 de diciembre, con muy poco pelo y menos fuerzas. Pero no me importó: ese día me arreglé, me sentí feliz y me preparé para disfrutar de las fiestas de diciembre con la mejor actitud, en compañía de mis hijos y del resto de mi familia. Bueno, acepto que, aunque el médico me había recomendado estar en mi casa, durante el proceso yo salía con amigos a escuchar música, a hablar, a estar en compañía de ellos. Porque la enfermedad le enseña a uno que es clave estar de buen ánimo. Y, como el cáncer no solo lo afecta a uno sino a todo el entorno, hay amigos que se van (supongo que les da miedo y no saben cómo afrontar la situación) y otros que llegan. Al final, uno agradece los abrazos, las miradas, los silencios cómplices.
Sobra decir que me han propuesto que me haga todo tipo de reconstrucciones mamarias. Hoy hay implantes preciosos. Y conozco —y admiro— a muchas mujeres que quedaron divinas después de ponérselos o hacerse otras cirugías reconstructivas. Estuve a punto, pero me di cuenta de que no estaba convencida, de que no tenía la necesidad. Al final, las tetas no han sido definitivas para mi expresión: son una pequeña parte de mi cuerpo, y mi cuerpo, a su vez, es apenas una parte de todo lo que soy yo como ser integral.
En medio de los obstáculos, sentí la necesidad de buscar compañía y apoyo en mujeres que pasaban por situaciones similares a la mía. Así que vine a Ámese (Apoyo a Mujeres con Enfermedades del Seno, www.amese.org), donde soy voluntaria y facilitadora de charlas informativas, acompaño en centros oncológicos a mujeres diagnosticadas y apoyo las campañas para que absolutamente todas estén pendientes de sus cuerpos. También estoy vinculada al departamento jurídico de la asociación, desde donde apoyamos a las mujeres sobre sus inquietudes legales y laborales.
Además, trabajo en estética, como antes de ser diagnosticada. Estoy bien físicamente y en la parte anímica. He aprendido mucho, he encontrado conocimiento en los momentos difíciles. Creo que hoy priorizo mejor y trato de no hacer pataletas por cosas insignificantes. Y, lo más importante, me siento bien como soy: una mujer bonita, atractiva, que no necesita tener los dos senos para estar completa.

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