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12 de diciembre de 2006

Zona Crónica

Tras los restos de Jimmy Salcedo

Seis años sin flores no los soporta una novia; una tumba, sí. El florero empotrado está cayéndose a pedazos, la losa de mármol anda descascarándose y la pintura de las letras en su lápida se asemeja al esmalte cuarteado en las uñas de una mujer descuidada.

Por: Nicolás Samper C.

El pasto está largo alrededor del lote 616 donde reposan los restos mortales de Jimmy Salcedo Tafache (en la lápida está Salzedo así, con "z") la gran leyenda televisiva de los años 80. Está solo, nadie lo visita jamás, pero parece que por fin está tranquilo.

(Tras los pasos de Milan Kundera en París)

Suárez, el celador que se convierte en guía para encontrar la tumba, y se alegra de que por fin alguien vaya a verlo. Nadie, dice él, se arrima nunca. Pero el vigilante andaba equivocado: Gladys se para sábados y domingos sobre el costado occidental de la autopista desde hace catorce años, curiosamente desde el mismo tiempo que Jimmy pernocta por esos lares. Todas las mañanas vende fritanga en las afueras de Jardines del Recuerdo. Cuando el dinero se lo permite, deja esporádicamente pompones en la 616.

Una tarde de domingo se sorprendió cuando una sexagenaria se le acercó. La señora, muy elegante, de sesenta años más o menos, pero con pinta de tener veinte más, la encaró:

—¿Por qué le pone flores al sepulcro de mi sobrino?

Cuando Gladys esperaba una reprimenda injusta, provocada por compadecerse de la agonía del difunto, la mujer la abrazó y soltó un par de lágrimas. Era tía de Jimmy. El tiempo pasó y de vez en cuando Gladys y la tía se veían en el cementerio. Un domingo la señora dejó de ir. De eso ya han pasado seis años. Es bien probable que ya esté cerca de Jimmy, dice Gladys.

Jimmy empezaba a dejar su estatus de figura de bares, para escalar escaños de farándula. Por eso renunció a su puesto como músico en el grill miramar

Mano a mano musical

Antes de que las bailarinas de nado sincronizado en tierra llamadas ‘Super Notas‘ se untaran de fama gracias a él, Jimmy se había trasladado a Barranquilla cuando era un adolescente porque Mompox, el lugar que lo vio nacer el 9 de marzo de 1944, se le estaba quedando pequeño. Su gran talento para la música empezó a hacer bulla en bares barranquilleros, en los que Jimmy mezclaba sus interpretaciones en el piano con chistes y apuntes que lo empezaron a hacer famoso.

Guillermo García fue uno de sus mejores amigos en vida. García, más conocido como Billy Pontoni, dice que el flaco, recién llegado a Bogotá, golpeaba las congas en La Gaité, un desenguayabadero de artistas ubicado al sur del teatro Lux (calle 20 con carrera 9ª). Le pagaban a Jimmy unos 18 pesos de la época, muy poco, porque el salario mínimo era más o menos de 600 pesos. Pero todo era por encontrar un lugar en el mundo. Por eso, Salcedo no se ponía colorado cuando les pedía a los Street Cumbia un chance para interpretar el piano con ellos, en las noches fastuosas del Guadalajara de la 30, el afamado grill que quedaba en el Centro Internacional.

Funcionó tan bien esa apuesta de colarse de a poco en la fiesta, que la noche ya lo extrañaba cuando él no estaba. Por eso, y a pesar de que los puristas lo criticaran por interpretar el piano con una sola mano, Jimmy, mientras pulía al lado del maestro Alfredo Aragón sus interpretaciones sobre el piano, más parecidas a teclear sobre el rodillo de una Olivetti que a acariciar un Baldwin, ya había establecido su primera agrupación, los Be-Bops.

Un empresario, viendo que el muchacho era talentoso le dijo que se fuera de gira por Europa. Eso sí: solamente había pasajes de ida para todos los integrantes. Allá debía ganar lo suficiente como para comprar el tiquete de regreso. Y la gira duró años: viajaron por todo el Viejo Continente ganando dinero.

Volvió a Bogotá y conformó la mítica agrupación tropical La Onda Tres. Una de sus apariciones con la banda en un programa impulsó a los ejecutivos de Punch para contratarlo como director del programa Mano a mano musical, un concurso de los años 70 en el que había entrevistas y se seleccionaba al cantante más importante del país para que fuera partícipe de algún festival de jerarquía. Se fue con el ganador de este programa, Mario Gareña (cantante devenido en candidato presidencial, que en 1990 propuso cambiar el gorro frigio del escudo nacional por un lebranche tostado), a Osaka, a Expo 70. Alberto Peñaranda, hombre fuerte de la programadora, quedó seducido con la idea que le planteó Jimmy en una charla informal: el afroman haría el programa sobre un atrio, dirigiendo, entre chiste y chanza, una gran orquesta. A su regreso fue nombrado director musical de Punch.

Jimmy empezaba a dejar su estatus de figura de bares, para empezar a escalar peldaños en la farándula. Por eso renunció a su puesto como músico residente en el grill Miramar de la calle 24 con 10. Lo reemplazó en el cargo Billy Pontoni. Era 1971.

Pero la bohemia no fue clausurada por cuenta de las nuevas responsabilidades. La Onda Tres empezó a ser contratada para eventos. El Festival Enka Moda reunió a lo mejor del modelaje y el show biz en 1976. Y, claro, ahí estaba Jimmy animando el show central con Pacheco, Gloria Valencia, Billy Pontoni y Carmenza Duque. Al finalizar el espectáculo, Jimmy abordó a una mujer hermosa. Se dijeron un par de cosas, hubo secretos y risas y Salcedo huyó del lugar con la modelo, seguramente una de las más sublimes que desfiló por la pasarela. Días después, rozagante, se le volvió a ver, contento por su hazaña de "coronar" a la paisita caderona, de maneras tímidas y piel trigueña.

(Tras los pasos de Baldor)

Donde nacen las canciones

Con la creación de Do Re Creativa TV como programadora, a finales de los 70, Jimmy se planteó tres retos: hacer una tribuna que les hiciera un poco más fácil el camino de la fama a los artistas que, como él, alguna vez tuvieron que mendigar por un do de pecho, plasmar la mezcla de humor y música en la televisión y convertir sus emisiones en la plataforma que acercara al famoso con el pueblo y, de paso, para que él se amigara con los dueños del poder.

Willy Newball, productor musical de los programas de Jimmy durante trece años, cuenta que en el momento de pasar los formularios de licitación tras la muerte de Salcedo, Do Re Creativa no ganó ningún espacio. Su figura pesaba mucho, y sin él, ya no era sencillo pelear. Porque Jimmy para luchar y pelear era un hombre de carácter, a veces ofensivo, incluso. Durante una audición le dijo a un guitarrista:

—Diga ‘peras‘.

—‘Peras‘ —respondió el muchacho.

— Bien —replicaba Salcedo—, ahora diga ‘aguacates‘.

—‘Aguacates‘ —contestó el sorprendido músico.

—Apréndase esos nombres de verduras y frutas porque ese es su futuro: vender en una plaza de mercado. "Podía ser humillante en ocasiones", comenta Pontoni. Willy Newball añade que "si las cosas salían mal debía existir un motivo. Lo que a él le molestaba era que la gente le escondiera las cosas. ‘No me hable cono Cantinflas‘, decía". Wilson Viveros, baterista de La Onda Tres, y famoso por ser el morocho que tocaba los tambores con cucharas de palo y gorro de chef en los gags de humor para los Meros Recochanboys, además recuerda que "era estricto, exigente, tenía un genio muy difícil".

Cuando vino José Feliciano a Bogotá, Jimmy lo convocó al show —cuenta Newball— y en ese entonces compró un piso de fórmica ajedrezado para adornar el set para la ocasión. Le costó un ojo de la cara. Lo importó desde Miami. Estaban charlando cuando Feliciano le hizo un comentario:

—Oye, Jimmy, ¿ves eso que está en el suelo?

Jimmy enloqueció. Miraba en el piso, buscaba mugre, manchas, lo que fuera. No soportaba que algo saliera mal. Estuvo acurrucado cinco minutos hasta que le dijo:

—José, no veo nada.

Feliciano le respondió:

—Yo tampoco, marica.

Y hasta el tono altisonante de Jimmy podía reñir con la ley, pero igual no le costaba trabajo ser un amable contemporizador: una vez —dice Newball entre carcajadas— estábamos grabando en Cartagena para conmemorar los 450 años de su fundación. Jimmy empezó a tocar el piano, pero una moto sin tubo de escape pistoneaba y no dejaba oír nada. El afroman iracundo gritó:

—¡Corten! ¿Quién es el hijueputa que está haciendo ruido?

—Yo soy, ¿por qué? —respondió un policía de malas pulgas y con ganas de llevarse alguien en cana.

Jimmy cambió el tono, sonrió, se echó hacia atrás, le dio una palmadita en la espalda y le respondió:

—"Ooooye, mi llave, no me hagas eeeesto, viejo man".

El acento costeño, lento y seductor que funcionó para que el agente no lo mandara a la mazmorra, sirvió a su vez para convencer a Fernando González Pacheco, Rudy Rodríguez, James Mina Camacho, Marcelo Trobbiani, la familia Turbay, Juan Guillermo Ríos, Nidia Quintero y cientos de personajes públicos, de que cantaran aunque no cantaran.

Cuando las sesiones del show terminaban, la cosa cambiaba. El clima era distendido y la fiesta iba de corrido. Hernando Casanova prestaba su apartamento para reunirse y cuando se aburrían en la casa del ‘Culebro‘ la baraja de sitios estaba al alcance de la mano: Unicornio, Jazz Bar, Keops, Subway, el sótano que alquiló en la casona Villa Adelaida...

Wilson cuenta que cuando su esposa sabía que él estaba con Jimmy ya no se preocupaba tanto por su paradero. Si bien se iba de fiesta larga, al menos contaba con la certeza de saber con quién estaba su marido. Willy en cambio era más inteligente: en el momento que la rumba estaba en el clímax, se iba entre la gente, bailando y haciendo señas, mientras encontraba la salida. A él le tocaba madrugar y responder con horarios de grabación, alistamiento de equipos y coordinación del estudio de grabación en Do Re Creativa TV.

¿Qué había en las fiestas? Nada que no se haya sabido: cocaína, mujeres, alcohol, marihuana... Poco antes de fallecer y para explicar el voltaje de las reuniones sociales, Hernando Casanova explicó con una sentencia concluyente cómo era el escenario cuando el furor de las fiestas alcanzaba los picos más altos: "Con Jimmy metimos hasta cebolla cabezona".

Pero igual, Jimmy era bravo, hasta con la amistad. No dejaba morir a sus "llaves". Cuando la hija de Wilson Viveros cumplió un año de vida, el "grone" bacán invitó a todos sus compañeros, menos a su jefe y amigo: le daba pena meterlo en un inquilinato de la calle séptima con cuarta, donde vivía con su familia. El teléfono sonó y Wilson contestó, mientras ponía un par de guirnaldas:

—Oye, hijueputa, ¿qué te está pasando? ¿Yo no soy tu amigo?

—No, Jimmy, es que pa‘ qué te vienes hasta acá.

—No jodas. Invítame. Donde sea, yo te caigo allá.

A los veinte minutos llegaron en un Renault 4 dos pianos de cola Baldwin, siete músicos y Jimmy. La rumba duró dos días.

Jimmy buscaba acercar a los famosos a todo tipo de público a través de una fórmula que tenía clara: la mezcla de música y humor.

Musiloquísimo

Su sepelio fue un sketch de los Meros Recochanboys. Como la frase de cabecera con la que arrancaba el segmento humorístico del Show de Jimmy (el Culebro salía como el león de la Metro Goldwyn Meyer) parecía que en esos instantes sustrajeron de la vida real, amor, pasión, intriga, romance, chicles charmes, mentas, cigarrillos...

Cuando el féretro estaba en la funeraria, una mujer bella, aunque avejentada, dijo ahí y en la Fiscalía que el niño que la acompañaba era hijo del hombre que se encontraba en el ataúd y que para comprobarlo se tendrían que realizar exámenes de sangre (ordenados en noviembre 6 de 1991, pero imposibles de hacer en esa época por el estado de coma de Jimmy) para ratificar la paternidad. Cuando Billy Pontoni la vio, recordó de inmediato su cara y su voz: era la modelo, la paisita caderona, de maneras tímidas y piel trigueña que una noche de 1976 se había escapado del Hotel Intercontinental con Jimmy.

Poco después y con la noticia en las páginas de los diarios, las autoridades ingresaron, con orden de la Fiscalía en mano, al lugar donde lo estaban velando y lo sacaron casi a la fuerza para hacer el cotejo sanguíneo. Los testigos de ese momento recuerdan que arrojaron bruscamente el cadáver a un latón frío, casi como si fuera un desecho, en frente de todos sus deudos. Tras empacarlo en una bolsa, lo metieron a una camioneta que lo condujo a Medicina Legal, como si se tratara de un rapto. Es que la justicia tenía que actuar: si Salcedo era cremado, no podría hacerse el examen de sangre.

Tampoco estaba en las cuentas de nadie que en su despedida, después del anterior episodio, algunos amigos desenfrenados abrieran el cofre para tomarse la última foto con él. Fue la polaroid más desaliñada en la historia de Jimmy, la única en la que no sonrió y levantó el pulgar.

Tres años antes, él no andaba entre necropsias y escalpelos. El 30 de octubre de 1989 estaba peleando con Maritza Vera, uno de sus grandes amores y con quien convivió durante más de ocho años (su relación más estable desde que se divorció de María Cristina Caycedo). Maritza lo pilló con otra mujer y no quería saber nada de reconciliaciones. Bajoneado, se reunió con todos los empleados y en la tarde citó para una grabación en exteriores el 31 de octubre a las siete de la mañana, para sacar adelante una parodia de los Meros, un clásico del humor que dejó entre otros el famoso "Debajo de mi camión", parodia del vallenato El Higuerón del Binomio de Oro o ‘Farsán‘, el Tarzán criollo caracterizado por Hernando Casanova y que aparecía muriéndose del frío al borde del Salto del Tequendama. Por eso, para el día de las brujas debían idear algo interesante.

Cuando se cansó de llamar a Maritza al final de la tarde desde la oficina y el carro, junto con Viveros y Casanova se fueron a un casino para jugarle unas moneditas al destino. Apostaron un par de fichas, tomaron whisky y Jimmy les dijo que se iba, pero que regresaría acompañado de algunas amigas.

—Espérenme acá. Vuelvo en una hora. Paso por mi casa, recojo a las chicas y la seguimos.

A las diez de la mañana de ese día, Jimmy no se hizo presente en las grabaciones. Entonces se dispararon las alarmas: estaba claro que había bebido la víspera, pero siempre cumplía con sus deberes, sin importar lo larga que fuera la fiesta. Llamaron a todos lados y nadie sabía de su paradero. Al final, la Policía, su empleada de confianza, los hermanos y un cerrajero se dieron a la tarea de forzar la puerta del búnker que habitaba. Lejos de los seis pianos de todos los colores que poseía en la sala de su gigantesco penthouse de la 92 con 4ª, Jimmy, agonizante, yacía al lado de una jeringa y de la dosis de insulina que no alcanzó a inyectarse para vivir.

(De pueblerino a multimillonario: la historia detrás del dueño de Zara)

Fueron tres años en estado vegetativo, en los que a Wilson le apretó la mano alguna vez, o en los que se le vio una lágrima de sus ojos perdidos. Maritza Vera lo acompañó día y noche en la agonía interminable, que también fue suya. De su supuesto sida hay desmentidas. Que lo que lo dejó en coma fue una sobredosis, también. La única verdad es el dictamen médico del endocrinólogo William Kattah, médico que lo tuvo a su cuidado: murió como consecuencia de una bronconeumonía que se complicó por su diabetes y su condición neurológica.

Eso de descansar en paz no fue tan sencillo de lograr. Cuando cruzó finalmente el umbral a las cuatro de la madrugada del 27 de octubre de 1992 pasó cerca de una semana para que su cadáver finalmente se refugiara en el fondo de la tierra al lado de Alum Tafache, su madre.

Desde ese entonces, cuando su tumba estuvo atiborrada de amigos que lo vieron bajar hacia el nicho, casi nadie regresó. Se tomaron a pecho eso del "último adiós". El día de su entierro, el redoble de batería estuvo a cargo de Wilson Viveros y estuvo presente su único hijo del que muchos se vinieron a enterar ese día de su existencia, antes de que se fuera a Suiza con el derecho de su herencia, producto de la liquidación completa de Do Re Creativa.

La visita de SoHo y el ramo de pompones (consejo de Gladys) que tocó poner en un vaso plástico que sirvió como improvisado florero, rompieron el ritual de uno de los primeros sepulcros que se asoma a la entrada de Jardines del Recuerdo, ubicado a pocos metros de la calzada occidental de la autopista norte. Tal vez Salcedo nunca pensó en el olvido porque, tal vez sin saberlo, se había asegurado la inmortalidad cuando en la noche, en la TV o en las fiestas, aparecía vestido de blanco, con la elegante mortaja que puede ser un buen esmoquin.

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