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15 de diciembre de 2004

Una cabina de proyección

Por: Astrid Harders

Una cabina de proyección es una sala de responsabilidad. No la responsabilidad que se tiene en un quirófano, sino la clase de responsabilidad que se siente al ser anfitrión de una fiesta. Uno quiere que todo salga bien, que alcance el trago, que la gente salga contenta. Claro, hoy en día las cabinas de proyección son modernas y la responsabilidad se comparte con una máquina, pero igual, hay decenas de espectadores que vinieron a pasarla bien y si algo sale mal en la cabina se les daña la fiesta.
En el múltiplex más grande y nuevo de Cine Colombia, el del Portal de la 80, hay 12 salas y una cabina de proyección que cuenta con una docena de lo que técnicamente se conoce como platter. Los platters son unas máquinas con tres discos que giran (uno envía, uno recoge y uno auxilia) y sostienen los inmensos rollos de película. Es sobre estos platters que pueden ocurrir accidentes de enredos de cintas y, en caso de crisis total, detención de la película. Alexander, uno de los técnicos del múltiplex, corre de un platter al otro y se sabe todas las máquinas de memoria, pero está expuesto, como todos, a la tragedia. Una vez se le cayó la cinta de El señor de los anillos porque era muy pesada y apenas si cabía sobre el platter. Para entrar en perspectiva: El señor de los anillos cabe en doce rollos de película, de esos que se meten en los estuches redondos de metal que salen en todos los detrás de cámaras de Hollywood (otras películas, menos excepcionales, como Garfield, Pelotas en juego y Alien vs. Depredador, son de cinco).
Trabajar en la sala de proyección también implica un riesgo que no sospechan los espectadores. Cada técnico que trabaja con los proyectores está eventualmente expuesto a una desfiguración o la pérdida de un brazo. La bombilla de 3.000 W que se utiliza para proyectar puede quemar una retina si se mira directamente y causar otros irreparables daños si explota. Por eso, desde que la cara se le desfiguró a un empleado en Medellín, los técnicos del Portal de la 80 deben usar un traje de carnaza pastel, con pantalla protectora de acetato para la cara y guantes aislantes amarillos, cuando tocan o sacan la bombilla del proyector con un forro de plástico (tocar la bombilla con los guantes está prohibido debido al alto riesgo de explosión).
La sala de proyección es un universo de pisos y paredes grises, con tubos, cables y barras geométricas, con gigantes orugas plateadas que parecen pertenecer a algún vehículo de la NASA (en realidad son gigantescos extractores que bloquean el olor a palomitas de maíz y que, además, funcionan como aire acondicionado para regular el intenso calor que irradian las peligrosas bombillas). Allí, las jornadas de trabajo arrancan a las nueve de la mañana y terminan a las dos de la madrugada; un pequeño mundo encerrado en el que sus "habitantes" corren de un lado a otro con cintas que pesan alrededor de cinco kilos. Aunque el múltiplex del Portal tiene la ventaja de poder usar la misma cinta hasta para las doce salas simultáneamente, con un leve retraso en cada proyector, los desplazamientos generan complicaciones. Por ejemplo, cuando se está usando la misma cinta, dividida en dos rollos, de una película como El Espantatiburones, en tres salas de cine al tiempo. Entonces, el técnico tiene que correr de un platter al otro, calcular con precisión los minutos restantes (1 segundo de película equivale a 24 fotogramas) y pegar el comienzo de la segunda mitad al final de la primera mitad con cinta pegante especial. El riesgo de que un empate salga mal, y que la película se corra, es bastante alto. Suena rústico, pero es un proceso de alta velocidad y con herramientas tan modernas que más bien parece un cambio de llantas de la BMW Williams en el Nürburgring. Por eso, cuando ruedan los créditos, la sala de proyección lleva toda la responsabilidad, independiente de si la película era buena o mala.