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13 de mayo de 2011

Testimonio

Yo me arrepentí en la puerta de la iglesia

Por: Martha Scheidt
Historias maritales

Lo que hizo que yo decidiera no casarme en aquel momento creo que es un asunto contemporáneo y todavía muchas mujeres deben pasar por eso. Me di cuenta de que estaba buscando en un hombre claridad, transparencia y respeto. Mi historia es que siempre tuve una resistencia con todo el show del matrimonio, el vestido, la fiesta, los arreglos, porque me parecía que era un juego del que no quería participar. Siempre fui muy privada con mis cosas. Por eso decidimos con mi novio en ese momento casarnos con un grupo muy pequeño de amigos. Yo tenía 17 años y él 25. Él ya había terminado la carrera y además era viejo amigo de mi familia, así que lo conocía hacía años. Es más, cuando yo tenía 12 años, más o menos, me había enamorado de él platónicamente. Tiempo después nos volvimos a encontrar y él se enamoró de mí.

Lo que me hizo dudar tiene que ver con la forma en la que la sociedad trata y maltrata a la mujer, y cómo trata el sexo. En mi generación era un pecado tener intimidad con la pareja y, sin embargo, el novio lo empujaba a uno a eso, de forma solapada. Ellos hablaban entre sí de que si uno caía entonces en el fondo uno pasaba a ser una mujerzuela fácil, así que el respeto se perdía. Ahí fue cuando me empecé a cuestionar de si yo quería vivir en esa hipocresía. Lo que me impactó más es que una amiga mía se había separado y había pedido la anulación de su matrimonio, para lo cual la Iglesia se demoraría cerca de siete años. Mientras tanto, a ella le tocaba vivir escondida en su casa con sus hijos, como una criminal. Los hombres, en cambio, iban a las casas de citas y demás. En ese momento supe que yo no quería la vida que me ofrecía mi prometido, que era una casa grande, con porche, servidumbre y chofer, pero en el fondo una vida triste como la que tenían la mayoría de mujeres casadas que conocía en esa época. Pero por otro lado, yo era una niña todavía y las hormonas me habían cegado.
Finalmente organizamos una ceremonia pequeña. El día del matrimonio fueron cerca de diez amigos, los padrinos y mi novio y yo en su carro. Llegamos a la iglesia, todos vestidos de forma muy normal, no hubo nada de grandes lujos. Justo cuando me iba a bajar del carro, sentí un dolor de estómago muy fuerte. Yo soy una persona muy sensible, y a pesar de que mi cabeza me dice que haga una cosa, el cuerpo se me congela y debo actuar distinto. Le dije que no era capaz de hacer eso, que no me podía casar. Nunca pude confiar en una situación que no me pareció del todo transparente, era algo que venía pensando desde hacía mucho antes del matrimonio. Ahora siento que algo en mí me protegió de cometer un error. No me bajé del carro, pero no logré explicarle a mi novio por qué. Me rogó un rato y luego se bajó y les dio la noticia a todos. Le dijo al cura que debíamos posponer la ceremonia. Él se portó de forma muy amable, estuvo muy pendiente de mí después de eso. Le dije que se fuera a Europa a hacer un posgrado y que habláramos después. A pesar de que él no terminó la relación, todo se fue diluyendo entre los dos. Empecé a hacer una especialización y a poner terreno entre los dos hasta que todo se acabó, él se casó con otra mujer y yo me fui a vivir a Europa.
Mi familia se enteró tiempo después, porque no vivía en Colombia, pero recibí todo su apoyo. Mi hermana me dijo que yo era una mujer muy avanzada para mi época y que mejor me fuera del país. Mis amigos nunca hablaron de eso, aunque esos amigos eran más de mi novio que míos. Creo que ellos nunca entendieron qué pasó y me di cuenta de que algunos me alejaron. Finalmente me fui, exploré otras ciudades, exploré mi independencia, y eso confirmó lo que yo ya pensaba sobre el trato que recibí de esa sociedad con la que me iba a casar. Pasó el tiempo y, cuando cumplí 30 años, conocí a un hombre un poco menor que yo y me casé. La experiencia fue totalmente distinta. Yo siempre había rechazado al hombre mujeriego, mentiroso, al que solo quería darme un estatus social y ya. Fue entonces cuando me encontré con un hombre transparente, con el que podía hablar, un amigo que me respetó desde el primer día, que también estaba consciente del maltrato hacia la mujer, con el que pude disipar todas mis dudas. Sentí que él estaba de mi lado y que realmente me entendía.

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