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12 de junio de 2006

Yo me comí un gol hecho

Por: Darío Silva

No me comí uno, sino varios en tantos años de fútbol y el peor de todos no fue, como muchos creen, el de la semifinal de la Copa América del 2004 contra Brasil. Ese fue el más promocionado, porque se televisó a todo el mundo y lo repitieron mil veces. Nadie se podía explicar cómo lo había errado. Yo me pregunto lo mismo, pero son momentos, milésimas de segundo en las que uno le quita la vista a la pelota.
Era un partido muy importante para nosotros porque esa selección uruguaya estaba conformada por muchos jóvenes y ganarle a Brasil hubiese significado un espaldarazo anímico muy importante.
Arrancamos mucho mejor que ellos, dominando claramente y llegando con posibilidades. A los diez minutos, Diogo hizo una gran jugada por la derecha y tiró un centro perfecto. El arquero Julio César quedó a mitad de camino y la pelota me quedó picando dentro del área, cerca del segundo palo. Hay un momento en que se quiere alejar de mí, entonces la golpeo más fuerte de lo que tenía pensado para asegurar el gol, pero le di al travesaño.
Sentí un vacío muy grande porque me convencí de que quedábamos fuera de la final de la Copa América. Si bien faltaba muchísimo para el final, yo pensé: ¿si no entró esta, qué otra va a entrar? ¿Cuántas oportunidades tan claras vamos a volver a tener en el partido? Sobre todo por la calidad de un rival como Brasil, al que no se le puede perdonar nada.
Todo el estadio gritó gol antes de que pateara. Pero ojo, que yo vi errar peores goles a muchos grandes jugadores como Shevchenko, Adriano, Raúl, Crespo y tantos otros. Incluso, algunos la tiraron más arriba, yo por lo menos le pegué al travesaño. En esos casos las puteadas vienen de la tribuna. Los compañeros se solidarizan con uno y saben que lo mejor es alentar al goleador que vive de la confianza de los demás y que puede aparecer en cualquier momento.
Tardé media hora en volver a meterme en el partido, porque jugadas como esa se quedan grabadas en la mente y no es fácil sacársela de encima. Terminamos 1 a 1 y en la definición por penales me tomé revancha y convertí el primero de la serie, pero al final erró Vicente Sánchez y Brasil pasó a la final contra Argentina.
El gol más tonto que fallé en mi carrera fue en Chile en 1994. Con Peñarol enfrentábamos a la Universidad de Chile. Bengoechea eludió al arquero chileno y me dio el típico pase al gol. Yo estaba más solo que Robinson Crusoe, a medio metro del palo y de la línea de gol. La pelota venía despacio, a ras del piso, cómoda para empujarla. No tenía excusas de ningún tipo. Era gol sí o sí. Pero a veces los goleadores tenemos esas taras momentáneas que son inexplicables. Le pegué tan mal que la pelota hizo una parábola y acarició la parte de afuera de la red. El árbitro argentino Lamolina vio que se movió la red y habrá pensado ¡que era imposible errarlo! Se dio vuelta y cobró gol. El línea dudó un segundo y salió trotando hacia el medio, pero sin convicción.
Los jugadores chilenos puteaban a Lamolina en todos los idiomas y mis compañeros gritaban: "¡Esta rota la red, esta rota la red!". Bengoechea se dio cuenta de que no había sido gol, porque mi reacción instintiva fue agarrarme la cabeza. Cuando Lamolina se da vuelta, Bengo me dijo: "Gritá gol, gritá gol que si no lo anulan". Y yo salí corriendo como si hubiera hecho el gol del siglo. Claro que el engaño no duró mucho, porque los chilenos protestaron tanto que obligaron a Lamolina a revisar la red. Cuando vio que no estaba rota lo anuló y me vino a encarar. Con la cara de enojado que traía pensé que me iba a expulsar por mentirle. Se paró frente a frente y me dijo: "Darío, ¿me puede explicar cómo carajo hizo para errar ese gol?".