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15 de julio de 2003

Yo sobreviví a mí mismo

Por: Fernando Quiroz

No pienso hacer las cuentas, porque estoy seguro de que no sobreviviría a un coma matemático, pero ya son bastantes las madrugadas de las que he logrado salir ileso. Improductivo, cientos de veces. Y muchas más con cara de poca cosa. Con ojeras que generan dudas. Con mirada que inspira tristeza. Pero vivo al fin y al cabo... unos días más vivo que otros. No es poca cosa amanecer: saber que se ha cruzado con éxito otra vez esa frontera entre la oscuridad y la luz. Saber que se ha regresado de esa pequeña muerte de las noches (pequeña y casi siempre grata). Que se ha luchado contra los últimos fantasmas del sueño y se les ha ganado la batalla, muchas veces contra nuestra propia voluntad. No es poca cosa amanecer: estirar la mano, dar en el blanco de un despertador al que uno quisiera lanzar contra las paredes, pero tener la calma suficiente para simplemente oprimir el botón que lo hará callar hasta el próximo día. Y, sobre todos los misterios del despertar, encender ese interruptor secreto del cerebro y comprender la vida en un instante. Entender que otra vez -¡otra vez!- hemos sobrevivido a nosotros mismos.

Muchas veces he tenido que levantar las cobijas, ver cómo se mueven los dedos de los pies ante una orden del cerebro, apoyarlos con dificultad en el piso -primero el izquierdo, para desafiar los agüeros desde el comienzo- caminar hasta el baño y mirarme al espejo para saber que soy yo. Que allí estoy, contra todo pronóstico. Algunas mañanas me sorprendo de haber sobrevivido a una botella de tequila, a una sobredosis de nicotina o a un exceso de colesterol que llegó vestido de bife de chorizo término medio. Pero otros días -siempre hay días de aquellos, profundos, como la canción de Porfirio- en los que puedo ignorar las manecillas, darle media vuelta al despertador y quedarme pensando (que es el ejercicio más peligroso de la mañana), comprendo no sólo que he sobrevivido a mí mismo, sino que he sobrevivido a pesar de mí.

Comprendo que estoy allí -o aquí, ahora- a pesar de haber convertido la duda en un instrumento de bolsillo. A pesar de haber caído en la tentación de la carne por amor. A pesar de no haberle creído a algún sensato que ya todo estaba escrito, y haber querido volver sobre las palabras. A pesar de haber tomado varios aviones sin tiquete de regreso. A pesar de haber mirado atrás y permitirle un espacio a la nostalgia. A pesar de haber guardado hojas secas de un otoño en el que creí ser feliz. A pesar de haber perdido tantos años convencido de que la virtud era el único camino. Hay mañanas en las que me sorprendo de haber sobrevivido a pesar de que me sigo preguntado todos los días qué habrá más allá, qué encontraremos cuando no haya más mañanas, cuando ya no podamos levantar la cobija y mover los dedos de los pies.