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25 de diciembre de 2009

47 Monroe Street

Por: Daniel Pardo

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Dino Stavrou, un griego de barba que lleva viviendo 20 años en Nueva York, tiene 38 años, dos hijas de 5 y 7 años y una cava de vinos que heredó del restaurante de su abuelo, entre los cuales se encuentran botellas de los años 50 y 70, la mayoría vinos franceses que no bajan del Gran Cru Clasée Controlée; a saber, vinos de exquisita calidad que pueden llegar a costar mil dólares cada uno. Los tiene guardados en unas cajas en el depósito de su oficina en Chinatown, donde también guarda colchones que le sobran y los coches que sus hijas ya no usan.

Dino tiene un negocio de, digamos, finca raíz: en los 90 compró 10 edificios destartalados en ese mismo barrio al sur de Manahattan, convirtió cada piso en un loft bonito y práctico y ahora le arrienda los cuartos a gente que no puede firmar un contrato, que no puede pagar mucho, y cuyo destino en Nueva York es incierto. Como yo.

En 10 meses, Dino me arrendó dos cuartos, me robó 200 dólares porque se aprovechó del informal contrato que firmé inocentemente y por último me prestó su oficina, la misma donde guarda sus vinos, para dormir en un colchón arenoso que revivió el espasmo en la espalda que por fin, hace un mes, había logrado sanar. Ahí estuve las últimas dos semanas, antes de irme de este barrio repugnante y coger rumbo a otros lugares.