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15 de septiembre de 2006

ALMORZANDO CON UN LEYENDO

Por: Kendon MacDonald

No es nada facil encontrar un sitio para almorzar con Roberto Posada. Él tiene demasiados amigos e invitaciones a la lata. Como columnista, su trabajo lo hace en almuerzos, comidas y cocteles. Es en esos momentos donde se ve con la gente que tiene la información. Pero eso sí: nunca iría a un desayuno, ya que no es muy madrugador que digamos. También le queda difícil por su salud. ¡No hay nada peor que un hipocondríaco que tiene la razón! Creo que antes de concretar la cita conmigo lo pensó dos veces, porque sabía que iba a ser una maratón.

Roberto está lleno de tantas contradicciones, que sería imposible encontrarlas todas juntas en otro ser humano. Es el más exitoso columnista político pero quiere escribir acerca de gastronomía. Es igualitario pero vive dentro de un mundo privilegiado. Es un comelón de miedo que le da miedo todo lo que come. Tiene la inocencia de un niño y la sagacidad de un zorro. La pasa igual de bien almorzando con su equipo de trabajo en un comedero popular y en un restaurante de primera línea con la mitad del gabinete presidencial.

Y se sienten pasos de animal grande cuando él entra a cualquier restaurante. ¡Todo el mundo sabe quién es y saltan de una! Me gana a mi por mucho en el efecto que tiene sobre la gente: sabe que con un PD en su columna, por lo menos 500 nuevos clientes llegarán al día siguiente, mientras que a mi me ven como alguien que les quitará 500 comensales.

Definitivamente es un hecho que los columnistas –en general- tienen un ego más inflado que su prosa, y eso es mucho decir. Sus historias son de ellos mismos y sus columnas han cambiado al país y al Gobierno. Pero Roberto es todo lo contrario. Se burla de él mismo y de su poder, y le pone muchísima atención a sus compañeros en la mesa. Él, de verdad, tiene una inquietud natural. Sobretodo cuando tiene que ver con la salud: ¡dos veces he tenido ue tomar mi presión porque la suya está por las nubes!

Para él no es facil tomar decisiones cotidianas. Por eso nuestro almuerzo en 80 sillas empezó lento y con problemas. Dártagnan ha calculado una escala de los tragos y los daños que le hacen, y yo de sus beneficios. Después de mucha deliberación yo ya estaba urgido de un Gin Tonic o de mi amado Dry Martini, pero me tocó seguir esperando hasta que al fin resolvió tomarse un trago de Saki, lo único que no tenía el restaurante. Lo buscaron al lado, en Osaka; nada es demasiado para atender a D’artagnan. Seguramente pensó que el minimalismo, que existe en la cultura japonesa también existía en el daño que le haría el Saki.

Tengo un tema que últimamente he usado para mortificar a los columnistas políticos ¡Normalmente se ponen bravos y me mandan al carajo! Les pregunto como es posible que con casi el 100 por ciento de los columnistas en su contra, ¿el presidente Uribe haya ganado con un 70 por ciento de los votos? ¿Será que nadie lee sus columnas? Como siempre, con Roberto las cosas son bien distintas. Su mente brillante (él si tiene el país en su mente) evitó el cliché de que nadie lo lea, sino más bien que nadie lo ve por televisión. Su explicación fue rápida y directa: “los columnistas están en su contra pero los dueños de los medios a su favor”.

Tiempo después empezamos a disfrutar de una tanda de muy buenas entradas. El restaurante es bastante original en su carta: deja que el cliente escoja el peso del pescado y el modo de preparación. Yo dejé la decisión en manos del maitre, seguro de que el pez muere por su boca. Sabía que me iban a escoger lo mejor. Roberto se demoró una eternidad y cambió de opinión 20 veces. Preguntó por todos los ingredientes de cada plato y mientras se debatía entre lo mismo, se acabó el Saki y pidió vodka. La calidad de todo era excelente menos en el caso de un seviche oriental que para mi gusto tenía demasiado aceite de ajonjolí tostado.

A esta altura del almuerzo ya estábamos pensando en el vino. Roberto me dejó escoger. Mi estrategia siempre ha sido buscar de acuerdo a la proporción calidad / precio. Encontré un malbec argentino de excelente calidad: nos encantó. D’artagnan quedó encargado de la segunda botella: lo que él hace es simplemente escoger un buen vino, sin importar el precio. Esta, señoras y señores, es la gran diferencia de sueldos entre un columnista político y otro gastronómico. Eso sí: el Montes Chardonay estuvo de maravilla.

El plato principal fue un mero fresco a la parrilla. Lástima que se hubiera pasado un poquito de punto, sobretodo con semejante calidad de pescado. Luego el chef se presentó en la mesa. ¡Qué sorpresa, también es escocés! El primero de mi país de origen que he conocido. La verdad es que Bogotá no es lo suficientemente grande para nosotros dos. ¡Menos mal que él no escribe! Ya entrado en daños, uno grande es mejor que uno pequeño. Finalmente pedimos un poussecafé. La conversación pasó entre politica, viajes, economía y chismes, chismes y más chismes…