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18 de enero de 2010

Café, cigarrillos, fútbol

Por: Daniel Pardo

El-Tugareya, Alexandria, Egypt.


El sábado a las seis de la tarde un señor que vamos a llamar Mohhammed, puesto que ese es el nombre más usado en el mundo árabe, estaba tomándose una limonada en El-Tugareya, una cafetería con 94 años de edad el frente del Mediterráneo en la histórica y hoy aburrida ciudad de Alejandría, al norte de Egipto. Canoso, a dos años de quedarse completamente calvo, de bigote plano, saco negro de lana y pantalón de pana vinotinto, Mohhammed era el único hombre solo de la cafetería más famosa de esta ciudad de tertulia.

El-Tugareya (foto) está separada en dos: un salón de té que acepta mujeres, donde la gente se reúne a jugar dominó y tomar té de menta usualmente por lastardes, y un salón de debate donde hombres no menores de 40 años se reunen en mesas diminutas a hablar, a 10 centímetros de distancia entre cara y cara, de política, fútbol y negocios. Su nombre en árabe, ahwa, traduce comercio, y la bebida oficial es el café turco: espeso, arenoso y fuerte.

Estar tomando limonada en una mesa solo hacía de Mohhammed un bicho raro en este establecimiento donde es prohibido, según un código pegado en la pared, tomar café parado. Después pidió un té, que viene en una bandeja de plata con un vaso de agua de la llave, un contenedor de azúcar y una cuchara que Mohhammed no usó, ya que echó el azúcar directamente desde el contenedor.

A las 7 y 45 Mohhammed se paró y caminó dos cuadras al sur, entre las calles angostas del centro, y llegó a otro café del mismo estilo, donde unos 50 señores se preparaban para ver ala selección de Egipto jugar su segundo partido en la Copa Africana de naciones. Al café no le cabía una persona más, aunque nadie estaba viendo el partido parado. Sentados en filas perfectamente alineadas, sin dejar espacio entre uno y otro, todos los hombres de este café estaban tomando café o té y fumando cigarrillos o sheesha.

Cuando Mohhammed Gedo, jugador del El-Ittihad El-Iskandary que entró en elminuto 68 aplaudido por los hombres del café, marcó el 2 0 con una media bolea, Mohhammed (nuestro Mohhammed, que nunca apago cigarrillo pero en el segundo bar no se tomó nada) no dio signo de vida, a diferencia del resto de los hombres, que saltaron y gritaron el gol.

Al terminar el partido, la mayoría de los hombres de este bar abrieron las mesas de dominó y sacaron las fichas. Mohhammed, en cambio, se sacudió las manos y tiró la colilla del último Cleopatra que se iba a fumar en esta noche fría de sábado, que en el mundo musulman es lo que a nostros, los occidentales, es el domingo. Salió del bar y se perdió, con su metro y medio de estatura, en las calles desbaratadas de Alejandría, la ciudad que no dejó huella alguna de la alborotada historia que vivió en tiempos pasados.