Home

/

Generales

/

Artículo

4 de septiembre de 2006

Clima y carácter

Por: Héctor Abad

Demasiado influidos por la ideología marxista, según la cual la economía determina el comportamiento de los seres humanos (dime cuánto tienes y te diré qué piensas); demasiado influidos por la psicología freudiana según la cual nuestras pulsiones sexuales o los traumas infantiles determinan nuestra forma de ser (dime con quién te acuestas o no te acuestas y te diré quién eres); demasiado influidos por la psicología evolutiva, según la cual nuestro comportamiento se debe al pasado remoto de nuestra especie (dime si eres un mamífero macho o hembra y te diré qué buscas y por qué); demasiado influidos por todo esto, nos olvidamos de una vieja teoría antropológica según la cual el clima influencia de un modo determinante nuestra conducta, la manera de ser de la gente, e influye también en las realizaciones de su intelecto y en su estado de ánimo en general: dime en qué clima te educaste y en qué clima vives, y te diré algunas cosas interesantes sobre ti.
¿Por qué son puntuales los alemanes y en las paradas de bus dice exactamente la hora y el minuto en que pasará el próximo servicio público? ¿Por qué en general los teutones no hacen esperar a los amigos parados en las esquinas? ¿Será que son rígidos y cuadriculados por falta de sexo? La explicación es más simple: dejar a un amigo esperando un rato, en una calle de Cartagena, provoca como mucho que se cambie de acera para evitar el sol. Pero si estoy en el norte de Alemania y es otoño o invierno o primavera, y llueve y hace frío, no saber cuándo llegará el bus puede ser una experiencia aterradora (e incluso mortal, si a eso vamos). Y si el amigo no es puntual, en esas condiciones atmosféricas, al llegar lo recibiremos con piedras en la mano.
Esta influencia del clima en nuestra forma de ser y en nuestras actividades cotidianas, es más importante de lo que se piensa. “A las ideas -decía Hegel- no les conviene el calor,” y lo decía en sentido figurado, pero también literal. Sentarse a leer o a pensar en el trópico, con un aire tibio afuera, y muchachas que bailan en la calle, no es lo más atractivo. Con calor solamente dan ganas de salir al aire.
Hoy, creyendo que haría el mismo clima maravilloso de ayer, cogí mi bicicleta y me fui a pedalear por el Grunewald, que es un gran parque en las afueras de Berlín, y el mayor pulmón verde (el único verdadero “campo”) que tenían los berlineses occidentales antes de la caída del muro. No se nos olvide que Berlín era una isla rodeada de Alemania Oriental. Mientras pedaleo se me ocurre otra idea de la influencia geográfica: nuestra extremada violencia en las ciudades puede deberse también a la nefasta carencia de parques verdes y abiertos en el espacio metropolitano. En Medellín no hay ni uno solo, y si construyen un parque, lo pavimentan o lo llenan de cemento.
Mientras pienso en esto, empieza a lloviznar y se levanta un viento frío. Vuelvo a toda carrera a la casa, y toda la tarde la dedico a leer y a escribir. Preparo una charla que tengo dentro de dos semanas. Si no estuviera lloviendo, me habría quedado afuera, disfrutando el clima y el paisaje y los encuentros fortuitos. El clima me obligó a encerrarme y a estudiar. Supongo que Einstein, que vivió en Berlín, prefería quedarse en su casa resolviendo teoremas matemáticos, en vez de salir a pasear. Sólo en verano, y con razón, prefería los paseos a las matemáticas. Con un clima como el nuestro en Colombia, es difícil dedicarse a la filosofía o a las matemáticas.
Esto no lo explica todo, pero influye, no me cabe duda.