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22 de octubre de 2006

En el puerto de Amberes

Como una cuba en La Habana

Por: Héctor Abad



Con este título cabrerainfantesco de Rubén Vélez, lo que iba a contar es que íbamos como unas cubas por Amberes. Y por Bruselas. E incluso por Lieja. Mi nuevo vecino de blog, anagrama de mi nombre, Bada, ya dijo algo del encuentro en Lieja, ante estudiantes y profesores de literatura, así que omito este pedazo del viaje. Quedan las otras dos ciudades belgas en las que cuatro escritores colombianos tratamos de hablar de la literatura que se está haciendo en ese luminoso pero oscuro lugar de Suramérica donde nacimos y donde solo dos de los cuatro seguimos viviendo (aunque yo tampoco ahora estoy ahí).

Antes de seguir me toca hacer una reflexión sobre este nuevo medio de comunicación: el blog. Un blog es lo que uno quiera hacer con él. Puede parecerse a una sucesión de artículos de opinión surgidos sobre la marcha. Pero yo ya publico artículos de opinión, en papel y en la red, y no tiene mucho sentido duplicar ese trabajo. Si mucho, a veces, el blog puede servir para darle un seguimiento más largo a algún tema de la columna fija. Como en la revista uno no se puede quedar patinando sobre lo mismo, el blog permite hablar de algunas repercusiones o reacciones sucesivas de las columnas de opinión: por ejemplo la polémica desatada con un coronel o con un cardenal.

El blog puede ser también algo así como un diario privado abierto al público. Conozco casos de total exhibicionismo. Lo cual ni siquiera me lo planteo pues en mi caso lo más íntimo no me lo diré sino a mí: “Yo no digo mi canción, sino a quien conmigo va”. Un blog no es una especie de reality por escrito en el que uno va contando día a día su vida: “me salió un barro en la nariz”; “comí coliflores con ajos”; “tengo nuevos vecinos al frente del apartamento”; “tuve mala digestión”; “anoche le di un beso a Fulanita y en el momento en que su boca…” etc. No, no puede ser eso. Si el blog se parece a un diario, tendrá que estar compuesto con esas partes de la vida privada que puedan tener algún interés público. Si hablo de un paseo en bicicleta, es para elogiar el sistema de ciclovías o de parques públicos de un sitio; si hablo de un concierto, es para fomentar un placer intelectual que me parece duradero e importante. No puede ser, no debería ser para mostrar las vísceras ni para hacer alarde de los sitios que se visitan.

¿Entonces para qué contar que íbamos como unas cubas por Bruselas? En realidad eso, que además no es exacto, no vale la pena contarlo. O vale la pena solamente contárselo a uno mismo. De hecho a ningún lector, salvo alguna curiosa deformación mental, le debe importar un comino si yo llevo una vida sobria o disipada, si por las noches tomo leche de soya, sorbos de Wurzelpeter o largos tragos de ajenjo. Si me acuesto a las ocho o a las diez. Un blog no es (aunque creo que a veces me he confundido) una carta abierta a un amigo.

Si uno es un periodista que está cubriendo una guerra, o alguna situación verdaderamente dramática, un blog diario puede ser algo apasionante. Digamos si uno está cubriendo en la selva unas improbables conversaciones de paz entre la guerrilla y el gobierno y es testigo privilegiado de algunos avances. El blog en tal caso no sería un diario personal, sino un diario de asuntos públicos y, en realidad, la sucesión de análisis y de noticias de un reportero que recoge datos y da su testimonio.

Y aquí vuelvo entonces a Bruselas y a Amberes. ¿Qué parte de ese viaje puede ser interesante para un blog? ¿Que la casa del Instituto Cervantes de Bruselas es una especie de Palacio de un indiano de Flandes que se enriqueció en África y quiso hacer alarde de su riqueza en la capital? ¿Que allí hubo una discusión animada sobre la literatura colombiana actual y nuestros nexos con España? ¿Que en Amberes hablamos, Santiago Gamboa y yo en broken English, y Carolina Sanín en perfecto inglés profesoral americano y Margarita Posada en un curioso inglés de solterona británica que toma el té? ¿Que Santiago Gamboa chocó su carro de diplomático por llegar a tiempo a un desayuno y después quería morder la furia al Embajador, pero diplomáticamente se contuvo? ¿Que a Margarita Posada no le gustó el desayuno y entonces pidió champaña? ¿Que yo metí las patas diciendo que una campaña cultural sobre no sé qué piezas precolombinas era mejor dejarla morir? No sé si esto interesa.

Diré que nuestro guía en Bruselas fue un escritor español, José Ovejero, que tiene un magnífico libro de viajes a China (lo estoy leyendo). Y que en la Grand Place, una de las más bellas de Europa, Ovejero nos señaló el sitio donde Marx y Engels escribieron ese monumento literario y religioso del siglo XX, el Manifiesto comunista. Diré también que en Amberes nos presentó un escritor y periodista flamenco muy joven, Tom Naegels, que había estado en Bogotá hace algunos meses. Y que por ese bellísimo puerto nos guió una belga curiosa que conoce mejor que muchos de nosotros el tema del secuestro en Colombia.

No me quedaron de este viaje, creo, grandes enseñanzas intelectuales. Me quedaron, en cambio, largas conversaciones con mis amigos escritores, largas noches mal dormidas (pero bien vividas) llenas de palabras, de cervezas y de vinos. Algo más importante que la vida mental. Asuntos que tal vez me cuente a mí mismo en mis diarios privados, pero no en un blog. Hay cosas que no se dicen, porque si se cuentan se dañan. Y lo más importante, muchas veces, es aquello que ni siquiera se menciona.


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