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11 de julio de 2010

El retorno de África

Por: Juan Villoro y Martín Caparrós

Por Juan Villoro

Pase a Caparrós:

Tienes toda la razón: el Uruguay-Alemania fue lo que yo anhelaba, un partido con volteretas y jugadas a la altura de mi nerviosismo. Una emoción sin tregua. La última jugada fue un tiro de Forlán al travesaño, que podría haber significado el empate. El 3-2 suele ser el marcador ideal de los Mundiales. Aunque ganó Alemania, le concedo especial mérito a Uruguay, que protagonizó otros dos juegos épicos, contra Ghana y contra Holanda.

Por desgracia, el portero Muslera escupió una pelota en el primer gol de Alemania y salió en falso en el segundo. Es excelente, pero ofreció excesivas facilidades a la industria alemana.

Joachim Löw no alineó a Klose, Podolski, Neuer y Lahm. Los más jóvenes de los más jóvenes estaban en el campo. Alemania tiene baterías para el próximo Mundial.

¿Y qué decir de la final? Pocas veces se ha visto un juego más desaliñado. Aquello fue la batalla de Flandes. Para impartir justicia en ese campo de cuchilleros se necesitaban los trabajos combinados de Amnistía Internacional y Human Rights Watch.

España tenía el compromiso histórico de demostrar que ha asimilado la lección de Cruyff mejor que Holanda y Holanda debía confirmar su jerarquía de llamar por tercera vez a la puerta de la gloria. Nada de eso sucedió. Si dejabas de ver un minuto el partido, sólo te perdías de una patada.

Una vez más España triunfó por la mínima diferencia, demostrando que prepara las jugadas como el Barcelona, pero las resuelve como el Getafe. Eso le bastó para ser campeón. Sin gran lucimiento en los campos africanos, mereció el título. Cada uno de sus triunfos fue tan inobjetable como poco brillante.

Y, pese a todo, resulta imposible no emocionarse con el inmenso Iker Casillas levantando una copa que merece como nadie. El capitán de España es el jugador más efectivo de las ligas europeas, el que más puntos ha dado a su equipo (si sus salvadas se computan como goles enemigos). Y ahí están los barcelonistas, egresados de la mejor escuela del futbol mundial. Iniesta anotó un gol mágico, como el que le metió al Chelsea en el minuto 90 para pasar a la final de la Champions en 2009.

Esa extraordinaria generación de futbolistas nos ha llenado de alegría en otros juegos y era digna de triunfar. Es una lástima que su alegría provenga de un partido horrible, pero no siempre la emoción está a la altura de la realidad.

Aunque insistió en fracturar a más de un contrario, Holanda tuvo dos gestos de nobleza en el partido. Después de una falta, los holandeses trataron de devolverle la pelota a España, el Jabulani dio un salto de los suyos y Casillas tuvo que despejar a córner. Van Persie no cobró la falta, sino que le devolvió la pelota a quien le correspondía. Después de la derrota, los holandeses tuvieron otro gesto: hacer un pasillo de honor para los triunfadores. Los piratas tienen sentido del honor.

Con estas líneas termino mi correspondencia. Este Mundial falló en la cancha y triunfó en las tribunas. Fue más grande en la expectación que en los hechos, prueba empírica de que el juego sucede dos veces, en la mente y en el césped. Esta vez la imaginación superó al marcador.

Lo mejor, para mí, fue saber que el juego se comparte. Cada lance fue un motivo de conversación con el amigo que recorrió África, cayó enfermo de malaria y regresó a la Argentina donde los resultados nunca modificarán la estatura mítica de Maradona.

¿Recuerdas la película de Alain Taner, El retorno de África ? Un par de suizos que desean ir lejos se encierran a planear un viaje al continente del origen. Se compenetran tanto con el tema que al salir de su cuarto sienten que ya fueron a África. Algo similar le sucedió a este sedentario; en buena medida, por que tú viajaste por mí.

Que la vida siga y el Mundial regrese: nos vemos en Brasil.