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31 de enero de 2008

El turco no es como lo pintan

Por: Lola ...

Estuve en el turco la otra noche y me pregunté si a los hombres les genera tanta curiosidad un baño turco de mujeres como a nosotras uno de hombres.

Hace un tiempo en SoHo, una periodista se disfrazó de hombre para entrar en el baño turco de un club y nos contó que allá no había nada. Puros tipos gordos y blancuzcos en toalla hablando de deportes o de noticias económicas.

Pues bien, acá tampoco pasa mucho. Estamos lejos de esa fantasía juvenil de ver un grupo de mujeres bronceadas y medio desnudas hablando de sexo y admirándose entre sí.

Si entran dos mujeres acompañadas, lo más probable es que hablen de hombres, no cosas sexuales sino problemas laborales, y casi siempre en tono de chisme o de queja. Pero lo normal es ir solas al turco. Sentarse con toallas amarradas sobre las tetas y sudar como posesas. Cuando fui había una mujer que se untaba una crema color verde en el pelo. Tenía el cuerpo grueso y poco tonificado. No era un espectáculo agradable. En la cámara más caliente, otra mujer cincuentona pero más cuidada (una cuchibarbie, se puede decir) estaba desnuda haciendo abdominales, y aunque se veía más sexy, no era algo que un hombre pudiera gozar.

Las mujeres que van solas hablan poco con las demás, y aparte de un saludo y un par de gritos que produjo una ducha fría, esa noche no oí ni una sílaba.

Casi siempre esos lugares que son prohibidos para los miembros del otro sexo terminan siendo un poco sitios de fetiche. ¿Qué mujer no ha fantaseado con un vestier de hombres después de un partido de fútbol? Pues me atrevo a decir, aunque nunca he estado, que ahí tampoco pasa nada. Debe ser un sitio desordenado y con olor a sudor, donde los tipos hablan de cualquier cosa poco interesante. No es un lugar cargado de testosterona, lleno de músculos sudorosos ni de modelos de Calvin Klein en movimiento.

Con las mujeres pasa igual. Normalmente las divas que ustedes se imaginan metiéndose en grupo a un jacuzzi o conversando en un turco son ancianas gordas con gorros de baño transparentes y embutidas en toallas, que se arrastran con chanclas dos tallas más grandes y llevan en sus manos todo tipo de menjurjes para rejuvenecer la piel o evitar la caída del pelo.

Casi siempre las fantasías son mejores en nuestras cabezas que en la vida real. Casi siempre los cuerpos los imaginamos perfectos, las caras sonrientes, los pelos brillantes.

Lo mejor sería dejar que aquellos lugares con los que fantaseamos se queden en planos virtuales. Si tan solo fuéramos capaces…