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8 de junio de 2009

En el lugar equivocado

Por: Juan Carlos Ortiz

Durante muchos años me he dedicado a trabajar con la campana de ”El lugar equivocado” . Muchos años intentando mantener su consistencia,  su frescura y su capacidad de hacer parte de la vida cotidiana de los colombianos. Tanto así que como un colombiano mas también la viví en carne propia, porque la buena publicidad siempre hace parte de la vida misma.

Cada año me hago un examen médico ejecutivo donde me revisan casi todo hace unas semanas decidí realizarlo. Cuando fui a hablar con el médico me dijo que había encontrado unas encimas del hígado que no estaban en sus niveles adecuados y que le gustaría profundizar con un chequeo más especializado. Así pues me ordenaron un examen llamado TAC, un análisis casi fotográfico del órgano en cuestión, el cual provee un diagnóstico de su estado y salud.

Una mañana  en mi oficina recibí una llamada del doctor para ir inmediatamente a su consultorio para hablar sobre los resultados del TAC.  Con una dosis alta de preocupación e incertidumbre, allá llegue.

El doctor me pidió tranquilidad y me entregó la carta con el resultado para que la leyéramos juntos.

El diagnóstico era claro y contundente: cáncer de páncreas.
Quedé congelado. Sentí que empezaba a morir en vida. Mi mente se disparó y empecé a ver una película en mi interior. Mi propia película, la de mi esposa, mis hijos, mis padres, mi familia y mis amigos. Una lágrima se deslizó abandonada por mi ojo.  Mientras tanto no sabía si había pasado una hora o un minuto o una eternidad, cuando volví a aterrizar en la realidad y le pregunte con candidez y en búsqueda de una última esperanza al médico:

-Doctor, pero yo me revise fue el hígado, no el páncreas.

El médico reaccionó, tomó nuevamente el examen y con una fisura de posibilidad pidió llamar al laboratorio.

El resultado de la investigación fue iluminador. El laboratorio se había equivocado y había cruzado dos diagnósticos. Era yo pero con la enfermedad de otro. Volví a respirar, volví a vivir, pero en ese momento mi nueva alegría era la tragedia de otra persona.

Tuve cáncer de páncreas por un minuto, estuve en el lugar equivocado, pero sobre todo volví a confirmar nuestra fragilidad humana, la que nunca nos debe hacer olvidar que aprender a ser vulnerables es aprender a vivir y que no tenemos todo el tiempo del mundo para luchar cada día por ser mejores seres humanos.