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5 de noviembre de 2006

Ex futuros

Por: Héctor Abad


Volverse a ver después de mucho tiempo con un viejo amigo que siguió en la vida por un camino distinto, por un camino que alguna vez fue el tuyo, te pone de frente con eso que se ha llamado “los yos ex futuros”, es decir, con los yos que pudimos llegar a ser y que no fuimos. Le debo al mismo amigo, Manuel Martín Morán, con quien acabo de pasar cinco días, tanto el enfrentamiento personal con uno de mis yos ex futuros (los buenos amigos tienen algo de espejo), como el concepto y la feliz expresión de “ex futuros”, desarrollada por don Miguel de Unamuno en algunos de sus escritos, que yo no conocía.

“Si te hubieras quedado en Turín, hoy ya serías catedrático”, me dijo Manuel una noche, después de la copita de grappa con que siempre terminamos nuestras comidas. Si aprieto los párpados y me miro con los ojos de la imaginación me puedo ver, si no como catedrático, al menos sí como ricercatore (investigador) o como Professore Associato en una universidad del sur de Italia. Ese fue uno de los muchos caminos que se me abrieron y que no tomé en la vida, a pesar de que alguna vez, hace casi dos decenios, harto de la barbarie colombiana, yo había resuelto volverme italiano e intenté conseguirlo durante años, hasta que tuve que rendirme ante la evidencia de mi terco tropicalismo. Pero no quiero hablar de mi ex futuro de italiano, al que nunca hubiera podido acceder realmente.

Es la noción general de ex futuro la que me interesa. Veámosla en palabras de Unamuno: “Siempre me ha preocupado el problema de lo que llamaría mis ‘yos ex futuros’, lo que pude haber sido y dejé de ser, las posibilidades que he ido dejando en el camino de mi vida. Sobre ello he de escribir un ensayo, acaso un libro. Es el fondo del problema el libre albedrío. Proponerse un hombre el asunto de qué es lo que hubiese sido de él si en tal momento de su pasado hubiera tomado otra determinación de la que tomó, es cosa de loco. Tiemblo de tener que ponerme a pensar en el que pude haber sido, en el ex futuro llamado Unamuno, que dejé hace años desamparado y solo…” Y en otra parte sostiene la sugestiva tesis de que uno de los Goethes posibles fue Werther. Lo dice así: “Werther es el ex futuro suicida Goethe.”

Yo me pregunto si la literatura no será en últimas, entonces, una manera de lidiar con nuestros ex futuros: con eso que no somos, pero que podríamos llegar ser o que pudimos haber sido.

En nuestra manera de entender cómo se construyen o desarrollan nuestras vidas creo que hay tres actitudes diferentes que hablan mucho de nuestro talante: la de los deterministas, que creen en el destino, en el hado, en la predestinación (o en la genética inflexible de nuestras más hondas inclinaciones); la de los azarosos, que creen que todo aquello que nos pasa al cabo de los años no está gobernado por nuestra elección, sino por el azar, por esa serie de muy improbables casualidades que llamamos la vida; y la de los voluntariosos, es decir la de aquellos que creen en la Voluntad con mayúsculas, y en nuestra capacidad de dirigir nuestras vidas como Palinuro dirigía el barco de Eneas por entre las olas del Mediterráneo, a puerto seguro contra viento y marea, salvo alguna tormenta fatídica.

El destino (genético o divino), el azar o la voluntad. Cuando se tiene la sensación de destino, no podemos admitir otros ex futuros, pues todo en la vida estaría dirigido a ser lo que somos, y no habría otro camino ni otro resultado posible. Con el azar nuestro yo futuro depende de la mera casualidad. Con la voluntad, creemos que al menos en parte gobernamos nuestro destino. Que al elegir, cerramos otras vidas y nos metemos por una única posible.

En las relaciones sentimentales esto se manifiesta con mucha claridad. Las novias, los amoríos, las esposas o amantes que hemos tenido, ¿las escogimos, fueron fruto del azar, o nos las impusimos como un acto de voluntad? Quién no ha pensado que bastaría no haber ido a tal fiesta, a tal paseo, a tal comida (como en algún momento pensamos hacer) para no haber conocido jamás a la persona que nos arregló o nos arruinó la vida. Eso es creer que el azar construye un futuro y destruye varios ex futuros. Hay quienes piensan que existe la mitad perdida de que habla Platón en su diálogo sobre el amor, que alguien nos la pone en el camino, y que solo a esa otra mitad estábamos destinados. Otros más consideran que creemos elegir, pero que la economía, la biografía, las experiencias infantiles o los mismos genes nos llevan a escoger, si no a una persona, sí al menos a una persona de determinadas características. Los que se creen dueños de su voluntad dirán que ellos escogieron exactamente lo que querían.

Yo creo que escojo, según las cartas que me reparte el azar, siguiendo un programa genético y cultural (mis experiencias, mi psicología), con una aparente decisión de la voluntad, que en realidad no es más que la justificación, a posteriori, de lo que no decidió sólo mi cabeza, sino sobre todo mi intuición. Al elegir, sin embargo, veo pasar los despojos de los yos que pude haber sido, unos yos que eran tan reales y tan probables como el yo que soy.
“Nuestros yos ex futuros son los demás”, dice Unamuno. Yo digo que los demás son demasiados, y mejor que lo que más se parece a nuestros yos futuros son nuestros amigos. Hablando con Manuel Martín, este amigo que hoy regresó a ese destino que alguna vez fue el mío, Turín, ese amigo que siguió por el camino que yo abandoné, el mismo que estuve a punto de seguir, y viéndolo al lado de su esposa, con sus hermosos hijos, con una carrera buena y una vida feliz, me pregunto si no habría podido también yo ser ese buen profesor, especializado hasta el fondo en unos pocos temas de investigación, ese buen marido y ese mejor partido. No es que me queje del yo que soy (que no sé si dependa del azar, del hado o de la voluntad), pero ese ex yo que veo en el espejo de mi amigo no me molesta para nada y a ratos casi lo envidio. Yo me pregunto si a él no le pase lo mismo, mirándome a mí, con lo maduros y rojos que parecen casi siempre los frutos del cercado ajeno. Tal vez en el otro cada uno vigila a su ex futuro.

Todos esos que no soy y que pude haber sido están en alguna parte que tal vez no quede mucho más allá de las paredes de mi cráneo. Porque no todos los ex futuros están muertos, según Unamuno: “No creo -es decir, no quiero creer- en la muerte definitiva e irrevocable de ninguno de nuestros yos posibles.” En alguna otra dimensión, así sea la de la fantasía o la del sueño, yo soy ahora profesor de literatura española, especialista hasta en la pierna coja de Quevedo, y estoy casado con una bonita ex muchacha de nombre Lorenza (con la que ese ex futuro yo mío tuvo tres hijos), a la que alguna vez, hace 20 años, no fui capaz de dirigirle la palabra.