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30 de junio de 2009

Fin de semana gay

Por: Daniel Pardo

El domingo pasado, 28 de junio, Nueva York salió del closet. O bueno, en realidad, salió hace 40 años, cuando los disturbios de Stonewall invadieron Manhattan. Mujeres desnudas amarradas con cadenas y hombres depilados y vestidos en tanga narizona marcharon por las calles de la ciudad este domingo, mientras celebraban una de las batallas más grandes de la guerra que todavía palean.

En 53 Christopher Street está el bar, StonewallInc, que desde los sesenta ha sido tanto el recinto de fiesta de homosexuales como el símbolo de su identidad. Es en el corazón del WestVillage, hoy tierra colmada de restaurantes acogedores y librerías de género, con toda la clase y sofisticación que implica que el dueño –probablemente–sea gay. Después de que, en el 66, Mattachine Society logró abolir una ley que impedía a los homosexuales vender alcohol, el sitio abrió y se convirtió el bar gay más grande EE.UU. La discriminación de la policía, sin embargo, no terminó ahí, y los disturbios fueron una respuesta a la persecución de la que estaban siendo víctimas los maricas, un viernes por la noche en el que uniformados sitiaron el establecimiento. En el contexto de la Guerra de Vietnam, el debate sobre los derechos de los negros y la contra cultura, el movimiento gay tomó forma y la respuesta violenta contra la opresión, en el barrio más liberal de la ciudad, cogió argumentos. Milk, si bien en San Francisco y unos años después, es un retrato de esta tendencia liberalizadora. De hecho, Harvey Milk estaba en Nueva York en el 69.

La bandera de arco iris sopló en Manhattan y el Senado del Estado de Nueva York todavía no pasa la ley para legalizar el matrimonio homosexual. Lo del domingo, en otras palabras, habla de muchas cosas. Habla del significado cultural que tuvieron los disturbios de Stonewall (también compilados en una película en el 95). Habla de un Estado que no sabe bien si es Demócrata o Republicano (tradicionalmente del primero pero que elige alcaldes del segundo). Habla de un barrio histórico, de tabernas decoradas en tonos morados con muebles del siglo XIX y espejos con marco dorado. Habla de gays fortachones en chaleco y pantalón de cuero, bigote, boina y guantes sin dedos con huecos en los nudillos; montados en una Harley Davidson ensordecedora, pelo en pecho al aire, cantando “I’m Comming Out” a grito herido. Habla del Sida, de la represión, de la igualdad, de la libertad, de la democracia. Habla de una clase social que, saliendo del closet, pretende ser tratada como las demás.

Si usted es homofóbico, el fin de semana pasado en Nueva York hubiera podido ser su peor pesadilla. Porque los gays no solo atestaron la ciudad con su cultura de ostentación y espontaneidad, sino que también la disfrazaron, sin algún tipo de vergüenza, de algo que todavía no ha podido ser: un lugar donde dos personas del mismo género sexual se pueden casar. En todo caso, fue un fin de semana de colores, de ruido y de maricadas. Un fin de semana en Nueva York.