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22 de septiembre de 2009

Herman

Por: Adolfo Zableh

Casi no hay mañana en la que no me despierte queriendo ser otro. Un ingeniero japonés, una campesina peruana, una foca del zoológico de Ámsterdam; lo que sea con tal de no ser el periodista colombiano en el que me he convertido.

Cómo me odio. Odio ser soltero; odio no ser capaz de hablarle a una desconocida que me gusta y odio haber tenido sexo una sola vez durante el último año. No soporto que el internet esté lento, coger una película comenzada, y no tener suficiente plata en el banco para comprar un sofá de contado en lugar de a cuotas. Odio mi vida, pero soy relativamente feliz, no sé si me entiendan.  

Aunque no se con certeza quién quiero ser, tengo claro quién no quiero ser: Luz Helena Rentería, la mamá de Herman Córdoba, el futbolista del Huila que murió en un accidente de carretera el sábado.

Siete años atrás había enterrado a otro hijo, Giovanny, futbolista también, muerto por un rayo mientras entrenaba. Para una familia de escasos recursos, un hijo futbolista puede ser la salvación económica; dos, ni hablar. Hay que ver cómo viven los Valderrama en Santa Marta, o los de Boer en la Ámsterdam de las focas felices.

Luz Helena se despertó el domingo a las cuatro de la madrugada con una  sensación rara. Tres horas después llamaba la policía para contarle la noticia. El carro de Herman  se había incendiado y su cuerpo estaba quemado, apenas reconocible por un tatuaje de su hermano en uno de sus brazos. A diferencia de ella, mi banal angustia dominguera comienza un poco más tarde, ya que no suelo despertarme antes de las nueve de la mañana.

Mientras ella llora a Herman y los de Chevrolet estudian la forma de que la mala prensa no afecte sus ventas, yo sigo odiándome cada mañana porque la tragedia de unos no es necesariamente la dicha de otros. El drama de los Rentería me reveló que no quiero ser ellos, pero no me ha servido para aceptarme como soy. Lujos existenciales que se da uno después de haber resuelto el tema de las tres comidas diarias que Dios manda.

En mis peores días -en todo caso ninguno tan malo como los de la madre de los Córdoba- pienso en comprarme un Chevrolet Aveo como el que manejaba Herman y meterlo en mi cuarto. A ver si hace combustión espontánea y un día de estos amanezco achicharrado.