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10 de febrero de 2010

La fiesta inolvidable

La fiesta inolvidable

Por: Adolfo Zableh

Cada vez me cuesta más hallar una razón para levantarme de la cama. El otro día llegué media hora tarde a una cita de diez de la mañana; me había despertado a las siete, pero me tomó dos horas y media encontrar una buena excusa para comenzar mi día. Sin embargo, no siempre es así, hay ocasiones en las que me bastan quince minutos para encontrarla, y otras en los que la hora del almuerzo me sorprende aun entre las cobijas. Eso si, debo agradecer que para levantarme dependo de mi propia voluntad y no de un gesto de buena fe de mi EPS.

El asunto es que cualquier obstáculo, por pequeño que sea, me bloquea. Ahora mismo, por culpa de una fuga de agua la alfombra de mi cuarto huele a perro mojado, la madera de la sala se está pudriendo, y tener que reparar el daño me está matando. Como si no tuviera suficiente con mis propios problemas pequeños, me desvelan también los de los demás, aunque no hago nada por solucionar ninguno de los dos.

La sana costumbre de leer la prensa por la mañana no ayuda, porque el periódico siempre viene cargado, no de malas noticias, sino de noticias, que es de lo que está lleno este mundo. La mayoría no son buenas ni malas, todo depende de cómo las leamos.

Cuando vi la historia de un joven que apuñaló a su papá porque este quiso aconsejarlo sobre la táctica que debía usar en un videojuego de fútbol, recordé la vez que rompí un control de Playstation y eché a mi mamá del cuarto por cruzarse frente al televisor en pleno Portsmouth – Arsenal.

Así, la noticia no me indignó por la absurda agresión de un hijo a su padre, sino porque me vi reflejado en ella. A mi favor hay que decir que mi Arsenal estaba divinamente parado en el terreno de juego y no necesitaba consejos tácticos.

Me pone triste que un grupo llamado Bonka lance una nueva canción, me desconcierta que Evo Morales anuncie la creación de la Agencia Espacial Boliviana -cuando el sistema de buses del país andino es de lo más precario-, y me preocupa que en Bogotá vayan a cobrar multas de hasta cincuenta millones de pesos a quien atropelle un árbol, porque quiere decir que vale menos la vida de una persona, y que la alcaldía descubrió que a los árboles se les puede sacar una rentabilidad que los ciudadanos no hemos descubierto aun.

En España, al presidente del BBVA le van a dar ochenta millones de euros de jubilación, lo que no se si sea bueno o malo. A mi me parece que darle a un señor cuatrocientos veinticinco mil ochocientos treinta y un salarios mínimos colombianos - ciento veintiséis mil trescientos sueldos mínimos de España- es sencillamente inmoral, con todo y lo devaluada que está la moral por estos días.

Sin embargo envidio a los españoles, no por los ingresos de sus banqueros, sino porque al menos pueden conocer tal información; vaya uno a saber qué beneficios de ese tipo reciben los de acá. La semana pasada estuve en un Bancolombia que tenía ocho de sus diez ventanillas cerradas, seguramente para ahorrar costos y mejorar las condiciones de jubilación de sus directivos. Hice fila por más de cuarenta y cinco minutos y al final de la misma consigné un cheque del que ellos se quedarán con un porcentaje. Nos han puesto a hacer cola para darles nuestro dinero, así de controlados nos tienen.

Tener que cambiar la alfombra y arreglar el piso hace que pararme de la cama sea un drama, pero es por noticias como las del señor del BBVA que cada día considero más el suicidio como una opción. Pero no como algo triste ni depresivo, porque no tengo argumentos como que la vida es una mierda, que nadie me quiere o que no tengo amigos, nada de eso.

La vida es cruelmente maravillosa, y aunque cueste creerlo, hay un par de personas a las que les caigo bien. Yo la comparo con estar en una fiesta y decidir a las cuatro de la mañana, después de haberse emborrachado y tenido sexo sin compromiso, que es hora de ir a descansar. Miro mi reloj, son las doce y cuarenta y cinco de la madrugada.