10 de marzo de 2008
La semana de pasión
¿Les ha pasado que no tienen ni idea por qué su novia les arma un melodrama si todo lo que ustedes le preguntaron fue que si quedaba jabón en el baño? ¿Saben por qué tienen que ver películas de “muchachitas”, en las que las niñas lloramos a moco tendido mientras que ustedes tratan de ver si a la protagonista se le asoma una teta? ¿Han oído los estragos que produce el PMS?
Para los poquísimos que lo ignoran, el síndrome premenstrual es el causante directo de la mayoría de los rompimientos, las tragedias, las lágrimas y, para resumir, todo lo malo que nos pasa.
Hay mujeres a quienes el síndrome premenstrual les dura un mes entero, es cierto, pero para nosotras, las más o menos normales, es una semana amarga en la que nos sentimos gordas, nos duelen las tetas, estamos deprimidas, se nos ensucia el pelo más de lo habitual y se nos daña la cara.
Me pasó el otro día con un amigo con quien suelo hacer ejercicio. Yo sufría en ese momento de PMS (por sus siglas en inglés) y estaba sentada con él comiendo papas fritas y viendo tele. Mi amigo, que en realidad es mi vecino, se voltea y me pregunta en un tono lo más de casual: ¿Salimos mañana a trotar?
Casi me muero. Se me vino el mundo encima. Hubiera preferido que me dijera: ¿Tú eres muy puta?
No podía creerlo. Mi vecino me estaba insinuando que estaba gorda. Salté, tiré el paquete de papas fritas, y le dije que era un grosero.
El pobre abrió los ojos y se le descolgó la mandíbula. No entendía nada, y cometió el error de preguntarme qué había hecho mal.
¿Qué hizo mal? Absolutamente nada, pero a mi juicio estaba todo mal hecho. Yo comía papas a dos días de tener la regla. Me sentía culpable de comer papas fritas, pero tenía ansiedad (otro de los síntomas de ser mujer) y no podía parar. Pensaba que me iba a engordar, que era dramático lo que estaba haciendo y justo en ese momento alguien me habla de ejercicio y pensé que era una indirecta.
Ustedes los hombres son tan primarios, tan básicos, que pueden estar en la mitad de una discusión y la acaban rápido con tal de ver el partido de fútbol de las siete. No les importa quién tenga razón. Quién hizo qué. Se echan la culpa con felicidad con tal de que paremos a tiempo para prender la tele.
Y eso es envidiable.
Nosotras, en cambio, nos volvemos una serpiente que se muerde la cola. Furiosas con ustedes, con nosotras, con el mundo. ¿Y qué pasa cuando viene la regla? Es como si desinflaran una bomba poquito a poco. La presión que sentíamos se va bajando y una pregunta inocente como la de mi vecino se responde de una manera inocente también: Obvio. Te timbro a las siete.
Ustedes, como hombres, deben aprender a leer las señales de la Naturaleza. Como no pueden hacer nada contra ella, no tienen más remedio que aprender a contar los días y, créanme, una semana antes, cuiden mucho lo que dicen y lo que hacen, porque corren el riesgo de terminar con su novia sin saber por qué.
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