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5 de noviembre de 2009

La soledad de una puta

Por: Andrea

No quiero poner en evidencia a nadie. Veo que en los comentarios dicen “ya sé quién eres”, “te he visto en la universidad”, “te llamas así o asá”, no quiero que nadie salga metida en un chisme porque sé que con este blog se me ha ido la mano. Aunque he tratado de cuidarme es obvio que he dado muchas pistas de mi vida y cada vez más tiendo a hablar de mí y lo que siento.
Estos últimos meses no han sido fáciles para mí pues me he confrontado todo el tiempo. ¿Se imaginan donde cada uno de ustedes hicieran eso una o dos veces a la semana? ¿Que se sentaran a escribir sobre lo que hacen, sienten o sueñan? Lo curioso es que uno se burla de las telenovelas pero si se mira bien, la vida real no está lejos de una telenovela: hombres que dejan a sus esposas por un puta, una puta que deja su ciudad para buscar un mejor futuro, un cretino que dice haberse enamorado pero no le perdona el pasado a la mujer que dice amar, etc. Eso no es un libreto, eso pasa.
Tengo la fortuna de no meter drogas, de no inmiscuirme a fondo con traquetos, de no dejarme mangonear de nadie, pero si así fuera, sería otra historia más de esas que ustedes ven en televisión. Conozco niñas prepago que trabajan para mantener a sus hijos, que no terminaron el bachillerato pero son divinas, que no saben hacer más que acostarse con hombres porque, incluso, sus propios padres las obligaban. La vida real es esa. Solo que a veces uno cree que eso solo pasa en las películas, en el cine o en la televisión. A veces la gente vive blindada en su casa, en su trabajo, en un ambiente cerrado que se limita a amigos, familia, novia, pero no saben nada del mundo exterior, no saben que en este momento, mientras escribo este blog, muchas niñas por necesidad, frustración, falta de posibilidades laborales, o lo que sea, están acostándose por dinero.

Claro, es muy fácil juzgar desde afuera. “Tenaz esas viejas putas que lo dan por plata”, “son una porquería”, “son unas vagabundas”. Pero, como dicen, “la procesión va por dentro”. Yo no me creía tan sensible y tan vulnerable hasta que empecé a escribir y a escribir en esta página. Sentarme ante el computador, después de estar con extraños, de darles mi cuerpo, y de querer contarlo a quienes ahora se interesan en mi vida, ha sido una experiencia de contrastes. Mi mejor amiga, que sabe la verdad de este blog, me hizo una pregunta que todavía me sigue dando vueltas: ¿Cuál ha sido el momento más feliz de tu vida? Y ahora que lo pienso, lo que creo que pudo ser la felicidad, fue antes de meterme en el negocio. No es fácil la respuesta, pero siempre pienso en una tarde que estaba en el campo, cerca de la ciudad donde vivía con mi familia, yo era muy chiquita. Tendría unos 6 años. Era un campo de trigo y mi papá me dijo que me apostaba un helado si yo le ganaba una carrera hasta el otro lado donde se acaba el campo. No sé por qué pero para mí ese momento fue feliz. Corrí en medio de espigas más altas que yo, riéndome angustiada porque mi papá iba corriendo al lado mío (obvio, hoy de adulta sé que él se hacía el que corría rapidísimo pero solo estaba dejándome ganar) y me veía como con una paz, una libertad, y cuando llegué al otro lado –le gané a mi papá por segundos- me sentí plena. Me hubiera quedado viviendo ese momento eternamente, abrazándolo, sintiéndome protegida.

Ya sé, díganme cursi, díganme que estoy escribiendo una cursilería barata, pero todo esto va a que uno nunca sabe en qué momento la vida toma el rumbo que toma. Lo que siento por mi papá ya es muy diferente, por mi mamá también, el corazón no se entusiasma con esas cosas y, por el contrario, se endurece. ¿En qué momento mi destino se convirtió en ser una puta? No me arrepiento, ya lo he dicho, no me arrepiento de nada, sé que en la vida todo vale y que si dejo o no este negocio, estas experiencias me dejarán algo. Yo, al menos, he tenido la fortuna de terminar mi colegio y de estudiar en una universidad y sé que puedo seguir adelante sin darlo por dinero. Esa es mi satisfacción. El punto es cómo recomponer o darle una nueva dirección a mi vida si eso pasa. Por esta experiencia reciente, está claro que ya no puedo hablar de mi pasado con nadie. Está claro que es duro para los hombres aceptarlo. No los juzgo ahora, entiendo que no debe ser fácil a pesar de la permanente doble moral que hay en la sociedad. Hombres que quieren darle por el culo a una prepago pero no a su esposa. Hombres que quieren comerse dos viejas a la vez pero ni hablar de que su esposa les pida una fantasía.

Este tipo del que les hablé me decepcionó, no lo he vuelto a ver pues ya estamos acabando semestre y espero no tener que verlo más. Y aquí ratifico algo que ya sé y que todas las mujeres sabemos en el fondo: el hombre, ante todo, solo piensa en sexo. Yo sé que me miran en la calle, sé que en la universidad más de uno me ha tratado de echar los perros, pero porque estoy buena. Pero seguramente hay viejas más buenas y siempre habrán más y más buenas y ellos, como animalitos, se irán detrás de ellas. Por eso hay putas y por eso ellos quieren buscar una cada vez más buena para acostarse. Son así de básicos y de doble moralistas. Nosotras –incluida yo que soy pregago- somos más intuitivas, más analíticas. Ya sé que me dirán que soy superficial porque a la larga me acuesto por dinero. Pero lo hago por prepago, ya les he dicho que no me gusta depender de nadie y así deje este trabajo no quiero un esposo que me mantenga y que me deje aislada de todo. Si empiezo una nueva vida, seré igual de independiente a como soy ahora. Yo elegí ser lo que soy y hasta elegí escribir este blog que ahora me “ha hecho famosa”, pues a la larga pocos saben quién soy.

¿Debo pensar más en eso? ¿Debo relajarme y gozar de mi trabajo? Tal vez. Anoche, por ejemplo, un cliente de mucha confianza, bastante adicto al sexo, me llamó a mi celular y me dijo que estaba en Cali, en un hotel, solo, y que quería tener sexo telefónico conmigo. El me paga una vez al mes y nos vemos 4 veces, una a la semana. Me dijo que se quería pajear pensando en mí, pero me dijo que quería oír mi voz mientras lo hacía. No sé por qué, pero me excitó la idea. Yo tenía una pijama de seda gris y unos calzones debajo. Me fue dando órdenes, me fui desvistiendo y yo le decía lo mismo por el teléfono. Lo notaba muy arrecho, su voz entrecortada me decía “pellízcate los pezones”. Yo lo hacía y en un momento me dijo que buscara un vibrador, pero lo tenía guardado en el otro cuarto y solo se me ocurrió entrar al baño y coger un cepillo de dientes automático, de esos que uno oprime un botón y vibra, y me fui a la cama de nuevo, lo prendí y me lo puse en la parte exterior de mi vagina. Vibraba lentamente pero se sentía mucho. Muy rico, yo le conté por teléfono que estaba haciendo eso y él me dijo que se estaba pajeando cada vez más fuerte. Cuando me dijo que quería verse y conmigo, me froté con dos dedos muy rápido sobre el clítoris y me vine delicioso. Apenas oí el gemido de mi cliente en el altavoz del celular y me dijo que se había venido mucho, sobre su estómago. Yo también estaba muy arrecha y logré venirme, estaba muy sensible. Valió la pena. Fue rico y, al menos anoche, no me sentí tan sola.