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5 de junio de 2009

Los hombres que me gustan

Por: Alexa ...

Siempre es buenoencontrarse con gente que viene de afuera para airear un poquito la mente y diversificarlas posibilidades. Porque en esas ando: diversificando ingresos, como dice unamigo, poniendo mis huevos en distintas canastas —y, claro, probando los huevosde las distintas canastas que me encuentro por ahí—. Y ando en esas desde hacemás o menos dos fines de semanas, cuando amanecí en la casa de un desconocido(uno de esos amaneceres en los que uno se despierta con una vaga noción de loque había pasado la noche anterior, un terrible dolor de cabeza y una pequeñitavergüenza por no conocer las reglas de la casa —y la cama— en que se despertó),y el personaje me quedó gustando. Pero por ahora no voy a hablar de eso: hemoshablado un par de veces desde entonces, hace ocho días se fue de viaje y no haynovedades dignas de registrar.

Deboadmitir, sin embargo, que para quitármelo de la cabeza, lo único que he hechoes salir con otros tipos (psicología inversa o lo que sea) y puedo decir que enun fin de semana he conocido a más hombres de los que conocí en los dos mesesanteriores. El jueves, fue Andrés (amigo del novio de una amiga) que llegó aArmando Records en la 85 dizque con "ganas de lo que fuera" y enmenos de dos horas me pasó unos cinco vasos de vodka llenitos. Y yo: besitos ynada más. El viernes en Penthouse, también en la 82, de la nada apareció untipejo que aparentaba unos 28 años —después me enteraría que tenía 40, no porél sino por una amiga que es esposa de la prima de yo sé quién; ella también medijo que "ese tipo es una cafre, siempre llega a todas partes con unavieja distinta"—, bailamos un rato, y como estaba enguayabada y el tipo unpoco insistente, después de concederle una pieza erótica al son de KinitoMéndez lo mandé al carajo. Y el sábado me encontré con un viejo polvo de launiversidad que desde hace 4 años vive en Nueva York, donde está terminando undoctorado en Literatura y minorías (o alguna extravagancia posmoderna), y alque a pesar de todo todavía le tengo mucho cariño.

En suscartas varios lectores me han preguntado que cómo me gustan los tipos a mi.Bueno, llegó la hora de responderles, a partir de la extraña conversación quetuve con mi amigo neoyorquino a quien llamaré David. Después de tomarnos un parde cervezas, de desatrasarnos en detalles nimios (el trabajo, la soltería,algunos libros), empezamos a hablar de sexo —él es una de esas personas conquién todos los caminos llevan al sexo— y me empezó a contar sobre susexperiencias: una novia que tuvo, mayor que él, que para seducirlo tocaba cheloempelota por las mañanas; cómo se ha convertido en blanco de la coquetería gayde varios dominicanos; sus polvos con una feminista activista (y las reglas queellas tienen para tirar: nada de ponerse en cuatro, nada de misionero, nada denada); y cómo no, el éxito que últimamente tienen en esas latitudes los hombrescon un dejo homoerótico (ciertos gestos y gustos que muchos de ustedesconsideran de maricones: la cruzada de pierna, una leve fractura de muñeca, lapulcritud de los metrosexuales acompañada de cierta sensibilidad femenina). Miamigo, aclaro, no lo tiene. Y ese, precisamente, es el prototipo de hombres queme encanta. Por eso, mientras él intentaba cruzar sus gruesas piernas sin muchoéxito (me diría después que le era físicamente imposible, que se le subían lasguevas), intenté explicarle cuál es la magia del homoerotismo.

Despuésde todo, para seducirme (bueno, eso creo) me han desfilado en kimono mientrascantan al son de un tal Falete (el Rafael del flamenco; por favor, ¡vean susvideos en youtube!), varios de mis noviecitos de colegio decidieron que seríangay después de vivir un tiempo por fuera del país (por momentos he creído quees una especie de maldición. Y no. Ahora sé: mi pasión por lo homoerótico es loque ha desviado mi camino); y algunos incluso me han dicho entre sábanas queson bisexuales (en realidad me da lo mismo y admito que me encantaría verlos enplena acción con otro man si después me dejan participar). La magia de lohomoreótico radica en un sencillo argumento: muchas mujeres a veces loconfundimos con la sensibilidad femenina con la que tanto nos identificamos,que supuestamente hace que los hombres en vez de querer ser los protagonistasde toda novela sean buenos oyendo nuestras historias y que nos entiendan cuandonos dan esas "molestas cosas de mujeres" como la regla.

En la mayoría decasos, esta percepción no más que una falacia, como ocurre con la mayoría deestereotipos. Pero hay algo en que el homoerótico nunca falla: la estética y elrefinamiento. Físicamente, detesto al prototipo de hombre peludo y musculoso. Yaunque no tengo un tipo de hombre definido, me encantan los hombres que leponen atención al detalle, que quieren romper las reglas y si lo hacen con sufísico y gustos sexuales, tanto mejor: me siento plenamente identificada. (Undato: un psiquiatra alguna vez me dijo que en mi pareja yo buscaba la imagen demadre. Perro les aseguró, no soy lesbiana: mi madre fue, ante todo un padre.Hagan las cuentas).

Porfortuna, no me cierro a las posibilidades —Colombia es un desierto si lo que sebusca son hombres de estirpe homoerótica—: el domingo amanecí entre las gruesaspiernas de mi bello David y esa tarde, en un asado, me vi con Andrés, el deArmando Record ¿se acuerdan? Nos cruzamos un par de miradas despachadoras y findel asunto.