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19 de junio de 2009

Los lectores de Gabo

Por: Felipe Martinez

Lo más detestable que tiene Gabriel García Márquez son sus lectores. Sus supuestos lectores. Sus inventados lectores. Me refiero a los practicantes de esa maña tan colombiana de hablar sobre lo que no sabemos y exaltar todos los productos de nuestro terruño como si fueran magníficas creaciones colectivas. Un político costeño se desgañita gritando que "Gabo es el mejor escritor del mundo", los taxistas se llenan la boca hablando de "nuestra gran novela, Cien años de soledad", las amas de casa lloran recordando el día bendito de 1982 en que "nos ganamos el premio Nóbel", como si la obra del cataqueño hubiera sido escrita por cuarenta millones de manos, sin reconocer, de frente, que ninguno de nosotros tuvo nada que ver con la producción de esas novelas y que, entre tanto elogio gratuito y tanto orgullo prestado, lo único que se esconde es nuestra incapacidad de darle lo justo a quien se lo merece y la necesidad eterna de esconder miserias detrás del éxito ajeno (más ajeno aún en cuanto las novelas de Gabo, como las canciones de Juanes y Shakira, fueron forjadas en el exterior). Y, por supuesto, el oportunismo: mejor escritor del mundo para las festividades literarias, comunista detestable para los demás días del año.

Vuelvo entonces a los lectores. Hace dos años, cuando se conmemoraron los 80 años de vida de García Márquez, en el marco del IV Congreso de la lengua española, en Cartagena de Indias, la prensa se desbordó en encuestas que lo exaltaban, por decisión popular, como el colombiano del siglo, y la gabomanía se tomó por unos días el país. El presidente lo felicitaba, en las calles hablaban de él como si hubiera sido nuestro profeta en el mundo, y en las calles de La Heroica se veían carteles y pancartas con su cara. Sin embargo, al acercarse a una de estas eufóricas personas y entablar una conversación, digamos, sobre la repetición de los nombres en Cien años de soledad, o sobre los 232 años de vida de Zacarías Alvarado en El otoño del patriarca, la respuesta era siempre la misma: "Eche, si Gabo es el mejor escritor del mundo". Así, sin más ni más. Para poner en duda la calidad de un autor es necesario haberlo leído; para exaltarlo como el mejor del mundo, no. Y uno llega a pensar, así, a la ligera, como quien no quiere la cosa, que García Márquez es nuestro escritor más famoso, sin duda alguna, pero el menos leído.

En todo esto, de todas formas, hay algo rescatable. Entre los poemas de Juanes, que son manifiestos de una exaltación lírica que ya hubiera querido José Asunción Silva; entre la amabilidad de Juan Pablo Montoya y la humildad de Shakira, entre los avances de Camilo Villegas en el ranking de la PGA y los triunfos sucesivos de la Selección Colombia, algo de bueno debe haber en que, así ninguno de nosotros hayamos leído más de dos páginas, pongamos a Gabriel García Márquez a dar la cara por el país, a que, en su dimensión colosal como escritor, esconda nuestras vergüenzas y exponga sus virtudes (que son solo suyas) como si fueran de todos.