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6 de julio de 2009

Mi gente

Por: Adolfo Zableh


Hace poco me acordé de la campaña publicitaria de un banco que rezaba que  lo mejor que tenía Colombia era su gente. Y yo creo que es precisamente lo contrario, lo peor que tiene Colombia es su gente, comenzando por la de los bancos. Solo a un cabrón se le ocurre prestar plata al 30% de interés anual, pero pagar solo el 5% si es a él a quien se la prestan.

No quiero seguir sin aclarar que soy colombiano, siempre he vivido acá y nunca ha sido mi deseo vivir en otro lugar del planeta. Soy feliz con lo que hago, lo que tengo y lo que soy. Uno no se puede sentir el mejor porque tiene dos mares, ni el peor porque el sistema judicial no marcha. Hay que ver todo en su justa medida.

Muchas veces siento que vivo en Finlandia y no en Colombia. Camino a diario de la casa  a la oficina por una ruta llena de zonas verdes, al tiempo que oigo música en un iPod  que cuesta dos sueldos mínimos. No soy millonario, pero mal no me ha ido. Nunca me han atracado, por ejemplo. Mi realidad es la del 10% del país. A la mitad de ese  90% restante se la está follando un negro y a nadie parece importarle. (O un blanco muy bien dotado, para que no me acusen de racista, además de apátrida).

Colombia es grande, tiene tesoros tangibles; café, carbón, oro, flores, esmeraldas, petróleo (más  del que pensamos), todos los pisos térmicos. También son de acá - si así queremos creerlo-, las mujeres más bonitas y el segundo mejor himno. Pero dichas riquezas –salvo el himno- venían con el país, no existen por virtud nuestra.

Se puede decir que el colombiano es hospitalario, buen amigo, fiestero, pero también todo lo contrario, según la circunstancia. Los colombianos somos también flojos, mediocres, regionalistas, violentos, sumisos, corruptos, maleducados. Pero no en el sentido de ser descorteses –que también lo somos a veces- sino que no tuvimos una buena educación porque nunca ha habido plata para invertirle. Me duele decirlo, pero somos brutos, porque es que no se encuentra otra explicación.

Si lo mejor de Colombia fuera su gente, produciríamos carros, iríamos al espacio, seríamos potencia deportiva, tendríamos inventores, filósofos, calles sin huecos y ciudades con metro. Si fuéramos lo mejor de lo  mejor, no habría guerrilla, ni paramilitares desalmados,  ni los narcotraficantes más duros del planeta; los políticos servirían a la gente de a pie en vez de aliarse con los tres gremios antes mencionados.

Si fuéramos lo mejor, el cliente tendría la razón, así fuera de vez en cuando, los ancianos no tendrían que madrugar para cobrar la pensión, las empresas le pagarían prestaciones a sus empleados, no nos pasaríamos los semáforos en rojo ni aceleraríamos cuando vemos  que alguien pone la direccional para cambiarse de carril. Nuestro principal periódico no sería insufrible de leer y la gente en Transmilenio dejaría salir a los que se bajan para después subirse ellos. Los restaurantes también pondrían de su parte y no dispondrían de apenas una sola servilleta partida en dos para cada comensal.

Podríamos buscar un consuelo, encogernos de hombros y decir que la vida es así. De la forma en que yo lo veo, la vida es lo que uno hace de ella. Es virtud nuestra si las cosas funcionan, y falla nuestra si no. Y como acá son más la cosas que no andan que las que sí, ya sabemos cómo está el balance. En Colombia la mayoría se despierta cuando aun está oscuro para empezar a trabajar a las siete, pero inexplicablemente el país no avanza. En Estados Unidos la gente entra después de las nueve, y en España, una reunión de primera hora es a las diez.

Propuestas para salir de la olla han dado muchas, acá va mi humilde aporte: abandonemos esto, disgreguémonos por el mundo, como los israelíes. Dejemos esta buena tierra en manos de japoneses, suizos, alemanes, ellos sí que le sacarían provecho.

Como eso no va a pasar, así el Plan Patriota cada día avance más y nuestras grandes empresas estén en manos de españoles, pues aquí me quedo feliz. Me críe descalzo pese a los regaños de mi mamá, entrando a la casa de los vecinos, que me trataban como si fuera su hijo. Aquí están mis amigos, no me veo en otro lado. Eso nos da más valor: quiero a los colombianos así no seamos un dechado de virtudes.  Debe ser muy fácil apreciar a un primermundista, a un tipo serio, puntual, íntegro, inteligente; eso no tiene ninguna gracia. Querer a un colombiano con todos sus defectos, en cambio, es un acto de patriotismo.

El hecho es que este fin de semana recordé el eslogan del banco y entré en pánico. Lo primero que hice hoy por la mañana fue cerrar la cuenta de ahorros que tenía con ellos. ¿Cómo así que lo mejor que tiene Colombia es su gente? Esos tipos estaban tramando algo.