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9 de diciembre de 2006

NUNCA OLVIDES LA SEGUNDA REGLA

NUNCA OLVIDES LA SEGUNDA REGLA

Por: Efraim Medina

Estamos demasiado acostumbrados a lo que suelo llamar realidad-real, tan presos de ella que nos la hemos creído 100%. En esa realidad los malos parecen estar muy bien definidos: Bush es malo. ¿Cómo llamamos a eso? ¿Evidencia? ¿Y quienes son los buenos? La mitad de los gringos eligió a Bush, es el bueno de esa mitad. Sabemos que lo contrario de la vida no es la muerte sino el amor. Estar vivo no siempre parece bueno. Amar es increíble... durante un instante. Morirse es lo peor y, sin embargo, todos vamos a morir, ¿no? Para otros la vida es insoportable y prefieren anticipar la muerte. Paralelas y equidistantes de esa realidad floja, ingrata y sonza, llena de matrimonios, divorcios, hijos y cuentas por pagar. De guerras, dictadores, gringos de mierda, mafiosos rusos, cantantes pop, escritores ruines, fotógrafos holandeses, columnistas y payasos y etc, etc., hay otras realidades o dimensiones. Las matemáticas también son múltiples, en algunas de ellas no existen ceros a la izquierda. Cada hombre es una cultura en sí mismo o debería serlo, cada hombre es su propia realidad o debería serlo. Que Dan Brown o Paulo Coelho invadan el mundo de caca de ratón enfermo es tan malo en la conciencia del mundo, mi mundo, como los crímenes de Bush o Castro. Se supone, así aprendí a enamorarme de la literatura, que un escritor de verdad sería una especie de reserva moral, alguien que debía defender la dignidad humana a capa y espada. Y también un crítico dispuesto a señalar a los farsantes, por solapados que fueran, y levantar la voz ante la injusticia. Dicen que soy un provocador y no podría estar más de acuerdo, ¿qué otra cosa podría ser un escritor? La razón de ser del arte es romper los duros bordes de una realidad que otros han hecho a su medida. Soy un chico mestizo que nació en un barrio popular de Cartagena, una de las ciudades más injustas y despiadadas que existen. Perdí a mi padre en la infancia y fui criado, junto a tres hermanos, por una recia mujer. Ella me enseñó que no debía pedir nada a nadie y que cerrar la boca y seguir la corriente convierte pronto a un hombre en un ave de corral. En las calles de mi barrio aprendí tres reglas:
A. Siempre hay una víctima.

B. Trata de no ser tú.

C. Nunca olvides la segunda regla.

Sé que hay muchas aves de corral disfrazadas de pavos reales escribiendo en Colombia; un país jodido hasta la crisma. Pasamos por el peor momento de nuestra historia reciente: la guerra es cada vez más atroz y silenciosa. Las columnas de opinión aumentan y las noticias de esa guerra se esfuman. El frío y la indiferencia es cubierto con la mierdita verde que escriben y escriben las aves de corral. Un escritor de juguete puede legítimar la injusticia y dar la sensación que se tienen espacios para combatirla. Algunos columnistas no pasan de ser idiotas a sueldo de un poder que los usa como mascotas de lujo; pueden hacer travesuras porque al final el amo les hará una caricia y les llenará la panza con migajas.

¿Es más peligroso Bush o Coelho? En la realidad-real Bush no parece tener rival. Sin embargo, un gurú light como Coelho puede ser muy dañino. En vez de ayudarnos a tener una conciencia del mundo, de estimular nuestro criterio y aportarnos elementos de juicio, los folletos de turismo espíritual que escribe Coelho de forma automática (no es sospechoso que tenga una revelación que dar al mundo cada ocho meses) empobrecen la percepción de quien los lee, la empalagosa retórica de Coelho es un consuelo para tontos. Se trata de una industria llamada Paulo Coelho que produce y vende cagarruta para engordar mamíferos y sumirlos aún más en la inconciencia. Si uno tiene el alma en su sitio no puede comprar esa basura.

Escribir, al menos para mí, significa asumir una responsabilidad. Leyendo a escritores y filósofos en la adolescencia descubrí que la vida podía ser algo más que comer, cagar y masturbarme. Que el objetivo de estudiar no era tener un título y conseguir un empleo. Que no estaba condenado a podrirme viendo fútbol. Cierto, podía hacer todo eso; podía tener sexo con mi chica siete veces al día, pero había más y a ese “más” lo llamé conciencia del mundo y de mí mundo. No es algo preciso, se trata de entender y percibir lo que hacemos, una especia de moral estética. Se trata de superar la condición del mamífero y disfrutar de la belleza sin códigos ni estereotipos. De la belleza como un bienestar de los nervios, una refrescante oleada de lucidez en el alma. Bush es un hijueputa y Coelho también, a su manera ambos tienen como oficio destruir la belleza concreta y no concreta del mundo. Uno es un estúpido asesino investido de poder y sediento de sangre, el otro un farsante pretencioso que mezcla, rebaja y copia antiguas sentencias taoístas e hinduístas, les agrega un poco de psicoanálisis de peluquerías y manda ese grumo a sus editores. Osho, Chopra, el Indio Amazónico y tantos otros colegas de Coelho viven del mismo grumo.

Hace años escribí un poema: Porque la ferocidad está en el corazón y no en las garras del tigre. La gente ruin y miserable a menudo tiene una apariencia noble y sincera. A menudo los ruines y miserables hablan con prudencia y parecen gentiles y tolerantes. Que alguien escriba y publique libros no significa que sea bueno o inofensivo, no del todo. En cualquier caso cada cual defiende lo que considera justo y defender la dignidad de un oficio como escribir es tan importante como enfrentar la tiranía. La estupidez es un mal que también se propaga leyendo basura.

Cuando expreso una opinión me interesa entablar un diálogo, todo puede ser discutido. Tengo el suficiente sentido común para saber que no hay verdades absolutas. Escribo desde la experiencia y la reflexión. Dentro de un proceso de búsqueda las contradicciones son normales e incluso necesarias. No me importa tener la razón, lo que quiero es conceptualizar y problematizar los asuntos para seguir creciendo como persona y que esa chata y cuadrada realidad-real no se trague todas mis ensoñaciones. El arma más poderosa que tenemos es la autocrítica y si renunciamos a ella estaremos condenados a vagar por la espesa baba de nuestra inocuidad. Si algo falta en Colombia es un mínimo de autocrítica, nadie jamás reconoce un puto error. Los crímenes más atroces permanecen impunes, y también la indignidad de quienes han reconocido públicamente que callan a cambio de favores y, sin demasiada sutileza, han hecho apología de la impunidad y la mentira. Arrancar las alas a una libélula es un acto cruel, escribir y leer grumo es tarea de crétinos. Pero en Colombia siguen las masacres y no se condena a nadie. A NADIE. Nos rasgamos las vestiduras y luego seguimos la corriente. ¡Malditas aves de corral!

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