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23 de julio de 2010

Otro país (vía Nepal)

Por: Daniel Pardo

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Mi puerta de salida de la India es, precisamente, Darjeeling, porque me voy para Nepal, y es por eso que a esta cultura de la punta nororiental de la India quiero dedicar mi último comentario sobre este diverso, infinito, bizarro e insólito país.

 

West Bengal es uno de los estados más enigmático y relevantes de la India, uno de los más problemáticos y poblados: es la séptima entidad subnacional más poblada de la tierra. Desde su capital, la ciudad de Calcuta, los ingleses administraron su imperio y la revolución independista forjó su emancipación. Es un Estado histórico, lleno de industria, de riqueza y, como siempre en este país, de pobreza. Y, como todo en la India, está lleno de problemas, uno de ellos, la diversidad.

 

El peor cuarto en el que me quedé fue en Calcuta. Hechas en neón azul, al mejor estilo de cual imagen ochentera de un motel en la mitad de un pueblo roñoso, las letras de The Capital Hotel estaban por caerse. El dueño, el gordo de manos de mecánico que siempre, siempre, que lo vi estaba contando fajos de billetes, fue muy directo conmigo: si quiere este cuarto, por el maravilloso precio de 10 dólares en la costosa ciudad de Calcuta, tómelo. Si no lárguese. Entonces me quedé. La única ventana del cuarto daba al depósito de canecas del hotel. En la vieja televisión solo entraba un canal indio. La cama, por su parte, era un catre. Por supuesto que no había agua caliente: ni más faltaba. Ni luz después de las diez o un gancho donde colgar la toalla, que obviamente era mía, porque este tipo de hoteles, hay que saberlo, no prestan servicio de toalla. En todo caso, estas eran cosas de rutina, porque lo que de verdad me hizo salir corriendo del sitio fue que, en la segunda noche, el ventilador, que era la única forma de salirse del horno que algunos –los locos– llaman ciudad, se cayó encima de mi maleta. Por motivos que solo dios sabe (¿cuál sería? ¿el hindú, el budista, el católico?), el ventilador no cayó sobre mí.

 

Resulta que el sur del Estado, donde se encuentra Calcuta, es muy Indio. Es decir, la gente practica el hinduismo, hace mucho calor, se come con muchas especies y picantes, las calles parecen basureros, las vacas son adoradas, la gente mastica tabaco hasta no poder hablar y se fuman biris, los cigarrillos hechos de hoja seca.

 

Pero al norte del estado, la parte más pobre y menos poderosa políticamente, la gente es completamente distinta en términos culturales, como decía en el artículo anterior. No solo porque la mayoría es budista, sino porque ni siquiera se ven como un indio: su piel es menos negra, sus rasgos son más chinos, su contextura es más gruesa y su uñas están, generalmente, menos sucias. Y esto se debe a que han tenido otra historia, a que comen otros productos, a que piensan distinto.

 

Por eso se quieren independizar y crear su propio estado, el Estado de Gorkalandia.

 

La única generalización que se pude hacer sobre la India es que diversidad hay por donde quiera que uno la busque. Y una de las consecuencias más comunes de la diversidad cultural son los choques políticos y sociales. De ahí que yo nunca diría, como dicen muchos, que la India es una nación homogénea.

 

La verdad es que llegar a Darjeeling fue muy reconfortante, porque me salí de la olla que puede llegar a ser Calcuta, con sus buses, su suciedad, su pobreza, sus avispados y sus hoteles sin reparador de ventiladores. Darjeeling es como un pueblo inglés en las montañas, con cafecitos por todos lados donde la gente toma té, habitado por chinos con un carisma encantador. Allá me quedé, por 4 dólares, en un cuarto con vista a los Himalayas (que, entre otras, es mi próximo destino) y con camas perfectamente tendidas.