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17 de septiembre de 2006

Respuesta al cardenal

Por: Héctor Abad

Yo había escrito en Semana que el cardenal Alfonso López Trujillo era un malhechor en el sentido etimológico de la palabra: alguien que hace el mal. El primer párrafo de la carta de rectificación que el Cardenal Alfonso López Trujillo envió a la misma revista lo define mejor: es un hipócrita. Dice así el comienzo de su carta:
“Como llevo 16 años en la Curia Romana y ya han pasado no pocos lustros, se me informa que el articulista cuando era estudiante en la facultad de Comunicaciones fue fulminantemente expulsado por la Pontificia Universidad Bolivariana. Había escrito de la manera más vulgar e insultante un artículo contra el papa Juan Pablo II, en un pasquín. Era rector entonces monseñor Restrepo Uribe quien habló de un escrito repugnante e inaceptable. Debo lamentar que después de tantos años prosiga en tal odio de carácter ideológico. Desde entonces, hace muchos años, no tenía noticia de él.”
Dice el cardenal que “se le informa” que fui expulsado. Y fue él, personalmente, quien me expulsó. Es decir, atribuye a otros lo que él hizo, que es la forma más típica de la hipocresía, a la cual recurre varias veces en su carta. No fui expulsado “fulminantemente” de la UPB, es decir, con el fúlmine (el rayo) de monseñor López Trujillo. Digamos que fuimos expulsados muy despacio, precisamente porque el pobre rector, monseñor Restrepo Uribe, no nos quería expulsar (los expulsados fuimos muchos, incluyendo varios profesores que nos apoyaron). Nos llamó la atención, nos citó a la rectoría, nos pidió una rectificación, nos dio matrícula condicional… Pero nada de esto dejó satisfecho al arzobispo, que ordenó personalmente la expulsión. Y el rayo de su poder al fin nos fulminó.
Nunca he ocultado esa expulsión de la Pontificia, y la llevo como una pequeña medalla ganada en la guerra de la libertad de expresión. Pero también, a estas alturas, reconozco que escribir contra el Papa en una Universidad Pontificia, era una especie de suicidio. Así que ese viejo episodio, ocurrido cuando López Trujillo era arzobispo, lo veo con simpatía y sin rencor. Es posible que mereciéramos ser expulsados de ahí, y en el fondo nos hicieron un favor. Mis compañeros y yo (Diego Medina, Emma Arcila, Alberto Echavarría) terminamos en universidades públicas, vimos más mundo, no tenemos cartones clericales… En fin, mucho mejor.
Hay algo más: en los últimos años he sido invitado varias veces a dar conferencias en la UPB, e incluso una vez la Facultad de Comunicaciones, de donde fui expulsado, me invitó a ser profesor de cátedra. No le digo a monseñor quiénes me han invitado, pues sé que el fúlmine de su larga mano todavía podría hacerlos destituir. Solo le digo que ex decanos y ex vicerrectores de ese claustro me han hecho llegar mensajes de complacencia por el artículo de Semana donde denuncio al cardenal. Allí lo acusan, incluso, de ser la causa indirecta de la quiebra que sufrió esa universidad.
En el segundo párrafo de su carta el cardenal también le echa a otro la culpa de lo que él hizo. Dice que fue el “recordado y amado” arzobispo Tulio Botero Salazar el que vendió el seminario. Quizá los primeros documentos hayan sido firmados por Botero Salazar. Pero todos en Medellín sabemos que quien impulsó el Centro Comercial, quien hizo las negociaciones, quien desocupó el seminario, fue López Trujillo. Ahora el cardenal se porta como esos niños de colegio que cuando hacen entre varios una maldad, señalan con el índice al de al lado, para escudarse. Y luego dice que en la capilla no funciona ninguna pizzería. Allá había varias capillas, y en una de ellas sí funciona, o al menos funcionaba, un negocio de comidas, pues yo mismo estuve comiendo ahí. Además, ese no es el asunto: si en la capilla no hay pizzería, en las celdas sí se hacen masajes, y en la oficina del padre superior venden brassieres, y todo el seminario es un centro comercial. Lo que se intentaba demostrar, quedó demostrado sin importar que todavía allá quede una capilla donde dicen misa.
A diferencia de Botero Salazar, el cardenal López Trujillo no es “recordado y amado” en Medellín. Se le recuerda, sí, pero sin amor. Dice monseñor en su carta que los sacerdotes con quienes tuvo problemas “caben en los dedos de una mano”, y que estos problemas fueron “por motivos ideológicos”. Pues yo le digo que no caben en los dedos de las dos manos los curas y ex curas que me han escrito o han llamado a celebrar mi artículo en Semana. Y es más, me dicen que “me quedé corto” al decir que monseñor era un malhechor. Dicen del cardenal cosas tan sucias, que ni yo mismo me atrevo a transcribirlas, pues no me constan. Y varios citan un libro sobre el cardenal, publicado por Hernando Salazar en editorial Planeta, donde numerosos sacerdotes acusan de diversos crímenes al antiguo arzobispo de Medellín.
En su respuesta, el cardenal pasa por alto el tema del condón y de los métodos anticonceptivos, y se concentra en la polémica alrededor del aborto, sobre lo cual lo más sustancial que dice es lo siguiente: “son miles los médicos, centenares las academias y universidades, los centros médicos, que defienden con solvencia científica y moral que el embrión es un ser humano, una persona humana y no un agregado de células, como dice el articulista. Le convendría al autor un mínimo de formación e información, y la bibliografía al respecto ocupa muchas páginas.”
Le aseguro al cardenal que también son miles los médicos y centenares las academias y universidades que opinan lo contrario. Es curioso que a uno lo acusen de ignorante, o de no estar formado ni informado, simplemente porque la bibliografía que lee (y la que yo he consultado me temo que no ocupa menos páginas que la del cardenal) es distinta. La polémica sobre el aborto no es un asunto cerrado y decidido a favor del pensamiento de la Iglesia Católica. Si fuera así, sería un crimen en la mayoría de los países del mundo, y lo que ocurre es todo lo contrario. Dicen quienes apoyan al cardenal que el crimen del aborto es el más cruel y despiadado en que se pueda caer. Yo puedo pensar en crímenes mucho peores. La violación, por ejemplo es mucho peor. Y de hecho aun las legislaciones que penalizan el aborto le dan más años de cárcel a un violador que a una mujer que aborta.
Termina el cardenal recordando que en Medellín fue víctima de amenazas y atentados por parte de guerrilleros y narcotraficantes, y que ahora sufre, por mi artículo, “un nuevo brote de violencia al menos verbal” que “es conveniente que el país conozca.” Estoy en contra de toda forma de violencia y si alguna vez han amenazado al cardenal, lo lamento y lo rechazo. Lo que no admito es que me ponga en ese mismo nivel. Si he escrito contra las cosas que piensa y dice monseñor, no es por simples desacuerdos ideológicos, como él dice, sino porque francamente considero que lo que él dice y hace es dañino, hace el mal, produce sufrimientos en todo el mundo. Sus posiciones frente al control de la natalidad, el condón, y sus últimas declaraciones sobre la niña violada y embarazada en Colombia, fueron declaraciones malignas. Si alguien tiene responsabilidad y culpa por la mayor difusión de sida en el mundo, por poner un solo ejemplo, es nuestro nefasto cardenal colombiano.