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8 de noviembre de 2010

Sálvate tú, cuenta mi historia

Por: Adolfo Zableh

El Mundo está perdiendo el tiempo en burocracias, y no me refiero a las estatales, acostumbradas a emplear cuatro personas en diligencias que podrían hacerse entre dos. Quiero decir que el fin del mundo es inexorable, y que cuando tratamos de evitarlo lo único que logramos es retrasarlo unos cuantos siglos, que en términos del Universo no debe ser más que milésimas de segundo cósmico.

Yo quisiera que a cambio de hacer campañas para salvar al planeta, pusiéramos todo nuestro esfuerzo en acabarlo rápido, para que sus hijos no tuvieran que sufrirlo. Y digo su hijos porque yo no pienso someter a una personita a que pase por lo mismo que nosotros hemos pasado.

Imagine la agonía que nos ahorraríamos si personas como los banqueros, los dueños de operadores celulares, los de los parqueaderos, la gente linda de restaurantes como Criterion, Club Colombia y Gaira, los muchachos de Salvarte, los que fijan los precios de los peajes de las carreteras y del metro cuadrado de la vivienda dejaran de aprovecharse de las personas con sus sobreprecios, y salieran directamente a la calle con un arma a dispararles.

En vez de tener tanta monja misionera y de construir correccionales para menores, de dar limosna y celebrar obras de beneficencia, de adelantar programas de salud y de rehabilitación de drogadictos, más nos convendría regalar pistolas y drogas, prohibir el uso del condón, emborrachar a los ecologistas y mandar de vacaciones a los médicos que buscan curas para enfermedades. Pierde el tiempo Ana Torroja apoyando una escuela de música en África, así como lo perdió Ghandi con su bonita campaña. No tenemos salvación.

Lo que necesita este mundo es más gente como Bush y como Uribe, como Chávez y como ese señor de Corea del Norte; gente obtusa, arrogante, con egos del tamaño del falo de una ballena y sin escrúpulos para ordenar matanzas. Mientras haya personajes así, cualquier esfuerzo de la gente buena equivaldrá a ponerle una curita a un enfermo de sida.

Lo único que podría salvarnos sería una epidemia masiva, una gran guerra que no deje vivos a más de unos cuantos miles, para que los que sobrevivan aprecien la valía de estar aquí. Lo demas son paños de agua tibia: una guerrita como la Segunda, con apenas cincuenta millones de muertos, no sirve para nada.

El asunto de todo esto es que me odio, me odio más de lo que siento lástima por mí. Me odio, y por eso lo odio a usted, porque somos iguales. Pero no me tome a mal, no soy pesimista, al contrario, le deseo lo mejor a la especie humana, le deseo lo mejor a usted. Lo quiero tanto que si lo tuviera al frente le pegaría un tiro.