Home

/

Generales

/

Artículo

30 de noviembre de 2007

Todo lo que vibra es oro

Por: Lola ...

Un lector me pidió que le hablara con más detalle de los juguetes sexuales. Creo que más allá de los vibradores, las pelotitas, los calzones que se comen, los aceites que se calientan y toda esa gama que uno puede conseguir en un sex shop, hay otras cosas más fáciles y más a la mano para poder disfrutar.

Justamente ayer descubrí una. Podré parecer ingenua, pero es cierto. Anoche me serví un whisky y me metí al jacuzzi. Nunca me han gustado particularmente los jets, aunque me encantan los baños de burbujas, pero había hecho instalar el jacuzzi en mi casa para bañarme con el novio de turno, mientras tomábamos champaña. Casi nunca lo uso cuando estoy sola porque no le encontraba una función particularmente relajante, sino más bien lo veía como un instrumento de placer en pareja.

Como ayer estaba sola y sin muchas ganas de salir, decidí meterme, poner un poco de baño de burbujas de vainilla, y sentarme a recibir los masajes de los jets en las piernas y la espalda hasta quedar muerta.

Mientras estaba ahí, recordé la historia de un amigo que me decía que los mejores orgasmos de su novia eran con el chorro de la ducha, así que me senté frente a un jet, ajusté la potencia y empecé a sentir cómo un chorro de agua tibia empezaba a tocarme el clítoris. Abrí las piernas, tomé otro sorbo de whisky y seguí jugando con la presión, con la velocidad y con la posición. Cuando me vine, no reprimí un grito de placer. Me acosté de nuevo sobre la almohadilla de la tina y terminé el whisky y sentí por fin cómo era el que un jacuzzi consiguiera de verdad relajarlo a uno.

Los juguetes sexuales están por todas partes y sólo hay que tener un poco de imaginación. ¿Quién no ha usado una ducha de teléfono? ¿Quién no se ha pasado uno de esos aparatos eléctricos de dar masajes por la entrepierna? No hace falta tener esposas con peluches para amarrar a nadie, basta con una pañoleta de seda, y todas tenemos por lo menos una (que además nunca usamos para salir a la calle).
Ahora, yo atesoro mis vibradores, pero esos tampoco tienen que costar un millón de dólares para ser efectivos. El más sencillo, la tradicional bolita rosada que se consigue en cualquier tienda sexual y es muy barata, combinado con un gel que se calienta al contacto con el cuerpo, ya es suficiente para jugar durante varias horas. Ahora bien, el vibrador de un millón de dólares, que se carga como un celular, que se gradúa según la velocidad que uno quiere y que se puede dejar entre los calzones mientras uno escribe, digamos, una columna de sexo, también es delicioso. Sin embargo, el placer no está en el precio o en el nivel de sofisticación, sino, definitivamente, en la imaginación.