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8 de octubre de 2009

Traficantes de glucosa

Por: Daniel Pardo



El objetivo es hacer que los adultos se sientan niños que se sienten adultos. En vez de ladrones y policías, acá se juega al junkie y al dealer. Es el teatro del distribuidor de heroína creado con la dulce imaginación de un niño de 7 años. ¿Cómo haría un niño de 7 años para vender drogas? Veamos.

Existe, en lo el lugar más recóndito de Brooklyn, una compañía encargada de hacer eso. Volviendo a la niñez, Club Animals mezcla el alegre mundo de colores infantil con el desviado y oscuro mundo de los adultos. Lo divertido y creativo, acá se vuelve real y depresivo. O viceversa. ¿Cómo? Club Animals tiene un teléfono (347-742-2293) al que uno llama, pronuncia un código y hace un pedido de infinitas clases de chocolates, caramelos y todo lo que a uno (o bueno: a un niño) se le pueda ocurrir en términos de azúcar. Es la fábrica de chocolates en su casa. Sólo funciona los sábados por las noches y no tiene permiso para vender. Por eso es la ilegalidad de lo infantil. Y así es como lo venden.

Suena el citófono, se abre la puerta, y entra al apartamento un tipo de dos metros vestido con una cabeza gigante de un pescado de peluche. Tiene guantes de gamuza, smoking, y uno de sus brazos está pintado de negro, mientras que el otro está descubierto. O viceverza: uno de sus brazos está pintado de piel y el otro es mera piel morena. En fin. Nate Hill es el artista de esta compañía. Por el día, el señor trabaja para un laboratorio de genética, y, por la noche, acumula una hoja de vida increiblemente bizarra, incluidas visitas turísticas a los basureros de Chinatown y peleas de rodillas entre personas que usan el transporte público. Es, en otras palabras, otra de las tantas excentricidades de este pueblo que no duerme tranquilo.