8 de octubre de 2009
Traficantes de glucosa
El objetivo es hacer que los adultos se sientan niños que se sienten adultos. En vez de ladrones y policías, acá se juega al junkie y al dealer.
Es el teatro del distribuidor de heroína creado con la dulce
imaginación de un niño de 7 años. ¿Cómo haría un niño de 7 años para
vender drogas? Veamos.
Existe, en lo el lugar más recóndito de Brooklyn, una compañía encargada de hacer eso. Volviendo a la niñez, Club Animals
mezcla el alegre mundo de colores infantil con el desviado y oscuro
mundo de los adultos. Lo divertido y creativo, acá se vuelve real y
depresivo. O viceversa. ¿Cómo? Club Animals tiene un teléfono
(347-742-2293) al que uno llama, pronuncia un código y hace un pedido de infinitas clases de chocolates, caramelos y
todo lo que a uno (o bueno: a un niño) se le pueda ocurrir en términos
de azúcar. Es la fábrica de chocolates en su casa. Sólo funciona los sábados por las noches y no tiene permiso
para vender. Por eso es la ilegalidad de lo infantil. Y así es como lo venden.
Suena el citófono,
se abre la puerta, y entra al apartamento un tipo de dos metros vestido
con una cabeza gigante de un pescado de peluche. Tiene guantes de
gamuza, smoking, y uno de sus brazos está pintado de negro, mientras que el otro está descubierto. O viceverza: uno de sus brazos está pintado de piel y el otro es mera piel morena. En fin. Nate Hill
es el artista de esta compañía. Por el día, el señor trabaja para un
laboratorio de genética, y, por la noche, acumula una hoja de vida increiblemente bizarra, incluidas visitas turísticas a los basureros de Chinatown
y peleas de rodillas entre personas que usan el transporte público. Es,
en otras palabras, otra de las tantas excentricidades de este pueblo que
no duerme tranquilo.