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7 de agosto de 2010

Una Campaña

Una Campaña

Por: Isabel Salazar

                                                                                          Isabel Salazar

Cuando llegué a media noche, y el portero me recibió con un paquete, me sentí gratamente sorprendida, pero aun más cuando vi que el paquete que esperaba por mi en portería era una botella de vino tinto. Tenía un moño rojo grande y una tarjeta que rezaba: FELIZ ANIVERSARIO! Se me aceleró el corazón, y empecé a hacer un listado mental, a tratar de recordar eventos, personas, datos… pero no, realmente no se me venía nada a la cabeza. Como buena mujer guardo celosa las fechas importantes, pero esa, 17 de Julio, no me decía nada. Voltié la tarjeta y me encontré con una leyenda: Nuestra relación es como un buen vino, con los años va madurando y mejorando. Gracias por estar con nosotros estos cinco años, firmaba Super Cable. Sí, Super Cable, mi servidor de televisión e internet de calidad promedio, me conquistaba con un detalle de fina coquetería que desearía una mujer encontrar en cualquier hombre.

 

 

Y aunque me parece hasta patético, es cierto, la relación más estable que tengo por estos días, es con mi servidor de cable. Esta, comenzó con un contrato claro, donde yo me comprometí a pagar mensualmente por un servicio que ellos se comprometieron a darme. Un acuerdo claro, directo, sin mayores expectativas ni falsas promesas y sellado con firma y cédula.

Qué fácil sería todo si las relaciones amorosas funcionaran de igual manera. Pero por el contrario, cada vez más vemos que hombres y mujeres se mueren del susto del compromiso. ¿En qué momento cambiamos el romántico noviazgo por el tibio “estoy saliendo con alguien”? Me acuerdo con ilusión de aquellos días de adolescencia cuando los hombres pedían el cuadre a través de una credencial, una carta...  Incluso los más arriesgados se atrevían a citar a la niña de sus sueños en el recreo, quizas en el kiosco de las paletas, y ahí, lanzaban la pregunta: ¿Quieres ser mi novia? Con las manos sudorosas, el corazón acelerado y los cachetes estirados queriendo ocultar la sonrisa, la mujer trataba de que no se notara demasiado que se moría por decir que sí ya que lo correcto era decir: lo voy a pensar. Las mejores amigas espiaban a lo lejos pues la petición ya contaba con el beneplácito de todos los del año. ¡Eran días felices en los que el hombre proponía y la mujer disponía! Al otro día con un piquito tímido se sellaba esa unión.

Pero con la llegada de los 20 –y peor ahora abrazando los 30- perdimos ese derecho. Ahora, además de la liberación femenina, donde se nos exige ser súper mujeres, trabajadoras, amas de casa, bonitas, económicamente sólidas y hacendosas, también nos toca ceder ante las aguas tibias que muchos ofrecen. La música urbana crea himnos como Amigos Especiales, y uno cae redondito, coreando feliz eso de “tu sales conmigo y sólo somos amigos, mándame la clave, y en nuestra guarida voy a estar contigo” y entre el perreo y sandungueo termina uno entregando su corazón sin título alguno que lo cobije.

 

 

Las mejores amigas, -las mismas que antes espiaban la pedida del cuadre en el recreo- empiezan a cranearse maneras de ayudar a que se formalice la relación, y sueltan como quien no quiere la cosa la pregunta del millón: “¿Y ustedes que son?”, uno se queda callado esperando la respuesta, y el otro, cuando es lo suficientemente hábil, logra contestar saliéndose por la tangente. Siempre hay una que insiste, presiona, “¿pero… Son novios?” y el hombre con taquicardia responde “hmmmm… pues, algo así”.

¿Qué significa eso? ¿Con qué se compromete un “algo asì”? ¿Por qué el miedo a ponerse un título? ¿Es acaso temor de sentir la responsabilidad de la relación? Y si es así… ¿Debe uno enamorarse de quien no es capaz de asumirla? No nos digamos mentiras, a las mujeres nos cuesta trabajo eso de salir sin comprometer sentimientos. Queremos el título, ¿o es que acaso es lo mismo ser asistente que ser gerente? Ahora resulta que por culpa de la liberación femenina nos toca proponer, disponer y concretar, pero eso sí, con mucho cuidado y sin que se den cuenta, porque no hay nada que espante más a un hombre que sentirse presionado ¡Qué cansancio!

Es por eso que hago una campaña para que los hombres vuelvan a pedir el cuadre. Recuperemos el orden natural de las cosas. No peleemos contra la naturaleza cazadora del sexo masculino, que iba al acecho de su presa hasta conseguirla para proveer a su familia. Olvidémonos de querer hacerlo todo. ¡Qué viva el romanticismo y el cortejo! ¡Qué vivan los hombres que conquistan, que abren la puerta, que regalan rosas, que se declaran y no le tienen pánico al matrimonio!

 

 

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