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16 de septiembre de 2003

Catalina Maya Vs. Marcela Carvajal

Así nos prefieren los hombres

por Catalina Maya


Las curvas me han abierto puertas en todas partes. He ganado reconocimiento, fama y el cariño de la gente. Es que en Colombia no podemos decir mentiras: a los hombres de aquí les gustan las mujeres con curvas. Quizás en Europa el prototipo de mujer se asemeje más a un 'gancho': delgada, sin curvas, sin cola y, claro, con poco busto. Pero afortunadamente vivo aquí, me siento orgullosa de mi cuerpo y no veo por qué las mujeres que le temen a la opción válida de la cirugía estética nos 'tiren piedra' a las que lo hemos hecho y, además, no lo ocultamos.
Cuando me senté a escribir este artículo en la
cafetería de mi universidad estaba a mi lado Julián (todo un 'conocedor') y le pregunté sobre sus preferencias en materia de bisturí. Él se sorprendió tanto que, automáticamente, su mirada se desvió hacia una parte de mi cuerpo que no era precisamente mi cara. Comprobé, una vez más, que a los hombres lo que les gusta es el volumen y así algunos piensen lo contrario, en este caso se cumple a pie juntillas aquello de que 'el tamaño sí importa'.
Cuando a los 17 años decidí operarme el busto no era sólo por capricho. No me cabía en la cabeza que tuviera que pasarme la vida viendo cómo la ropa no me hormaba bien; no era capaz de ponerme un vestido de baño porque sentía que a la parte de arriba la faltaba forma. Marcela, yo no entiendo por qué algunas mujeres como tú pueden estar en contra de las cirugías estéticas. Entiendan que el bisturí es apenas una manera de subir la autoestima, de sentirnos más bonitas y, digámoslo como es, de llamar la atención del sexo opuesto. Son tres argumentos de peso.
No quiero pecar de superficial, y reconozco que no todas las mujeres voluptuosas han pasado por el quirófano. De acuerdo, Marcela. Admiro particularmente a las mujeres que gracias al gimnasio poseen un buen cuerpo, pero no todas corremos con la misma suerte. Yo hubiera podido ser todo lo disciplinada que tu quieras con ejercicios y regímenes, pero nunca hubiera tenido unos senos como los que tengo ahora. Lo que la madre naturaleza niega, la cirugía lo concede.
En cualquiera de los dos casos (gimnasio o cirugía) el fin es el mismo: tener un cuerpo voluptuoso y disfrutar de las ventajas que trae consigo.
En fin, Marcela, las mujeres voluptuosas son y seguirán siendo el centro de atención de los hombres -¡y de las otras mujeres!- donde lleguen, estarán en las principales campañas publicitarias y calendarios del país y no tienen por qué pasar la vergüenza de algo que no es pecado ni tabú. ¿Acaso nunca se te ha pasado por la mente hacerte una cirugía? Dime que no para no creerte.

Catalina: no compre belleza

por Marcela Carvajal


Las cirugías plásticas pueden devolverle la felicidad a un niño de labio leporino, a alguien cuyo rostro haya sido masticado por un pitbull rabioso o al pobre diablo que no pudo salir a tiempo de un edificio en llamas. Bienvenido sea el bisturí que corrige una deformidad o el implante que disimula un muñón; pero que una ojiverde preciosa, con una sonrisa que abre todas las puertas (hasta las de Palacio) y un cuerpo espectacular, se traumatice y necesite una cirugía para recuperar su autoestima... Es como si Acuamán se metiera a clases de natación porque le da miedo ahogarse.
Ahora, cada vez que uno piensa en Catalina Maya tiene que hacer una pausa para acordarse cuál de todas las esbeltas y tetioperadas es. Uno ya no sabe si le está poniendo la nariz de Tatiana de los Ríos o la recuerda con el mentón de Ana Sofía Henao. Quizá se deba a que si le hacen mucho caso a los estándares de belleza, todas terminan teniendo belleza estándar. Aparte, es una belleza importada, pura belleza para gringo barrigón que se ve el superbowl y goza con las porristas de los intermedios, arma viaje para ir al reinado de Hawaiian Tropic y tiene sueños eróticos con Pamela Anderson.
El problema, Catalina, es que usted le hizo mucho caso a esa idea de belleza que no se tiene sino que se debe comprar. Esa ilusión que, sin embargo, nunca se alcanza porque siempre habrá algo que mejorar; esa ansiedad que desemboca en niñas de seis años haciendo dieta, adolescentes que se comen un maní y se sienten gordas; muchachitas que, después de comer, se van corriendo al baño a vomitar. Todos estos excesos en procura de una felicidad que jamás se va a alcanzar de esa manera, porque no existen cirugías para ser feliz. Hoy en día la belleza se puede comprar, la felicidad no. Y lo peor es que mucha gente piensa que son lo mismo.
No es para tanto, no es necesario, pues la belleza también es una marca personal: esa pequeña cicatriz, esa leve imperfección que hace a una mujer irrepetible y bella para los ojos de quien la ama. La belleza, a fin de cuentas, no es una forma de verse, es una forma de ser.
En los términos que he descrito, reconozco, eso sí, Catalina, que hasta yo pensaría en someterme a una cirugía de ese tipo. Pero en este momento ese asunto no me preocupa.