La Toya Montoya en Islas Galápagos

Por la Toya Montoya

En un país, donde se ha dejado claramente establecido que "sin tetas no hay paraíso", era difícil pensar que así, al natural, pudiera ser portada de SoHo. Lo que supe, es que yo sin tetas estuve en Islas Galápagos y que este, sin duda, es el paraíso. Ese paraíso está a más de 900 kilómetros de las costas de Ecuador, a un poco más de dos horas de vuelo desde Quito y yo lo viví de primera mano en las islas de Santa Cruz y Santa Fe, como lo pueden ver aquí.

Siempre he sido una convencida del tema de la preservación de la naturaleza, y viajar hasta Galápagos, este gran archipiélago conformado por 19 islas y decenas de islotes, era un escenario totalmente seductor y más cuando se cumplen 50 años de la creación del parque y de los 200 años de nacimiento de Charles Darwin, uno de sus visitantes más ilustres.

Lo primero, el vuelo Bogotá-Quito, una noche en la capital ecuatoriana en el hotel Mercure; al siguiente día, otro avión con escala en Guayaquil para llegar a Baltra, la isla donde está el aeropuerto y que fue una base militar durante la Segunda Guerra Mundial, en su momento visitada por Marilyn Monroe. Después, el comienzo de una verdadera aventura durante seis días. Aquí debo mencionar que los guías fueron excepcionales, perfectamente informados, y siempre con la mejor actitud de explicar la riqueza de la fauna y la flora que íbamos encontrando.

Las Galápagos o "Islas encantadas", como algunos las llaman, tienen la magia de enamorar en segundos. Y no es para menos. Un día podía estar desnuda en un lugar que se estima se gestó hace cinco millones de años y, al día siguiente, descalza, podía estar en tierras que aún no han terminado de formarse, con rezagos de erupciones volcánicas registradas hace apenas cuatro años. Tanta belleza abruma. Y es tan asombroso, que entendí perfectamente por qué Darwin, aquí en Galápagos, fue concibiendo su teoría de la evolución de las especies, una teoría que cambió toda una visión del mundo, cuando en sus propias palabras dijo: "Aquí, tanto en el espacio como en el tiempo, tenemos la sensación de que estamos más cerca de ese gran acontecimiento —ese misterio de los misterios— que es la aparición de nuevos seres sobre la Tierra".

Aquí se ve de todo. El primer día, en plenas fotos, casi me muero del susto con un lobo marino que de repente apareció debajo del agua. El segundo día casi me muero también, pero de la risa, cuando una iguana marina me escupió (debo aclarar que lo hacen por defensa y porque como no sudan deben eliminar las sales minerales de cuerpo). Después también fue muy cómico cuando nos tocó hacerles muecas a las tortugas (no las podemos tocar) para que se despertaran para la foto pues, aunque no lo crean, estas tortugas inofensivas de aproximadamente 400 kilos y 150 años de edad son realmente intimidantes. En otro momento me tocó limpiarme repetidas veces el popó de pájaros piqueros de patas azules, y a pesar de tener a todo el equipo insistiéndome que era señal de buena suerte, igual creía que cinco señales no eran necesarias, pues con una quedaría agradecida eternamente. Para la foto en que me ven sobre una roca y unos tiburones deambulando cerca, tuve que hacer mucho esfuerzo para mantener la estabilidad y para no distraerme con el peligro.Después, al final de todo, en un arrebato mío, terminé saltando desde una piedra de 17 metros de alto para caer luego sobre el agua. El sexto día casi me muero, pero de la tristeza, pues era hora de regresar a Bogotá.

En las islas vi las famosas tortugas gigantes de Galápagos, iguanas marinas (los únicos lagartos que viven en el océano), pero también las iguanas que viven en la tierra, por ahí refundidas entre cactus y en un paisaje que varía a medida que uno camina, y que están en vías de extinción por culpa de los animales invasores. Pero hay de todo: desde lobos marinos, tiburones, varias especies de tortugas, hasta albatros y golondrinas. También pudimos ver, aunque no nos permitieron acercarnos mucho, al famoso 'Solitario George', la última tortuga gigante de una especie en vías de extinción: la geochelone abingdoni.

Los únicos bichos que no pararon de fastidiarme fueron los tábanos, una especie de moscas que merodeaban por todas partes y que nos picaron a todos. De resto, los mismos animales parecían hospitalarios con nosotros y con el resto de turistas que andaban por ahí. Se acercaban y hasta nos imitaban, o por lo menos eso creíamos cuando a un lobo marino le dio por repetir todo lo que hacía Raúl Higuera, el fotógrafo. Caretear debajo del agua junto a estos animales fue uno de los mejores momentos de las largas jornadas de trabajo que comenzaban a las 4:00 de la mañana con el maquillaje, y también para aprovechar la salida del sol y la luz del nuevo día. Para el que crea que aquí todo es rústico y lleno de incomodidades, se equivoca. En Puerto Ayora, la capital, hay de todo e incluso lugares para tomarse una caña manabita (es como el aguardiente de aquí) y también hoteles con todas las comodidades como el que nos quedamos, el Finch Bay.

Galápagos es emocionante y a la vez invita a pensar en cómo el hombre puede hacer mucho todavía por salvar tantas especies que parecen desaparecer. Espero, humildemente, que esta sesión de fotos invite no solo a apreciar la belleza de la naturaleza, sino también a reflexionar de alguna manera sobre qué tanto podemos hacer por el planeta.