25 de junio de 2013

Visita a la casa del brujo

En muchas ocasiones pasé por ese lugar y me llamó la atención ver tantos autos lujosos en esa zona tan pobre. Carros y camionetas de placas venezolanas y colombianas pasaban por esa casa día y noche. Algunos se iban de inmediato y volvían luego. Como si buscaran turno y les dijeran que pasaran al rato. Pregunté qué quedaba allí y me dijeron: La Casa del Brujo.

Por: Alejandra Omaña

En muchas ocasiones pasé por ese lugar y me llamó la atención ver tantos autos lujosos en esa zona tan pobre. Carros y camionetas de placas venezolanas y colombianas pasaban por esa casa día y noche. Algunos se iban de inmediato y volvían luego. Como si buscaran turno y les dijeran que pasaran al rato.  Pregunté qué quedaba allí y me dijeron: La Casa del Brujo.

 

En las tardes se escuchan tambores y es intolerable el humo del tabaco que se percibe a varios metros de distancia. Es curioso para mí, pero para los vecinos ya es normal y no les incomoda en lo absoluto.

 

De ahí nació mi curiosidad, que se incrementó cuando el rumor de la muerte de la madre del brujo se supo en toda la frontera. “Que el brujo dijo que no podían entrar a ver a la difunta si no van vestidos de blanco”, se escuchaba en las esquinas. Ante una curiosidad que rayaba en la necesidad, tuve que ir a verlo, conocerlo y hablar con él.

 

Fui a su casa y sus hermanas salieron a atenderme. En ropa de pijama a las once de la mañana y con una gran camándula de madera colgada al pecho, me dijeron que él estaba ocupado trabajando. Si quería una entrevista tenía que volver a las seis de la tarde cuando dejara de atender a sus clientes. Debo confesar que verles las camándulas a las dos mujeres me dejó tranquila, sentí que eran inofensivas.

 

A las seis en punto de la  noche llegué a su casa, con grabadora de voz en mano y cámara. Él mismo salió a abrirme la puerta, descalzo, con los pies sucios, en pantaloneta, sin camisa y con otra camándula igual a la de sus hermanas. Me preguntó qué quería. Le expliqué de dónde nacía mi curiosidad por hablar con él y muy amablemente me dijo que no podía entrar en detalles porque su legión no lo permitía; sin embargo, podía contarme algunos aspectos de su vida, envuelta en su trabajo.

 

Me senté a su lado en un pequeño mueble de dos puestos y pude percibir su olor a tabaco que alcanzó a marearme. Luego de presentarme y explicarle qué haría con la entrevista, me dispuse a sacar mi grabadora para empezar a preguntar. Fue justo en ese momento cuando me increpó con una certera frase: “no quiero que me grabe la voz, si quiere tome apuntes”. Así frenó mi impulso y me explicó que aunque lo grabara no podría obtener su voz, porque al momento de volver a escuchar la grabación toda estaría en blanco, como una vez que sacó un espíritu y lo filmaron y, al reproducir la grabación, no encontraron ninguna imagen.

 

Acepté su petición no sin antes insistir, aunque ninguna insistencia dio fruto. Y comencé a preguntar. Primero, para mantener el debido respeto a mi entrevistado le pregunté cómo se catalogaba y qué tipo de cosas trabajaba. Me explicó que lo suyo era el esoterismo. “Soy un ‘curandero’, no un brujo, como dice la gente”. Según él, los brujos son los que hacen daño y él hace solo cosas buenas en nombre de las tres y siete potencias (Fuerzas esotéricas representadas en santos del catolicismo e indios latinos). Me dijo que sus conocimientos venían de la Divina Montaña de Sorte de Yaracuy (Venezuela). Al escuchar esto, recordé inmediatamente la canción de María Lionza de Rubén Blades; una vez más me sentí tranquila y supe que no me iba a pasar nada malo en esa entrevista, hecha de noche, en una zona peligrosa y en una casa donde supuestamente sacan demonios.

 

“El Chamán”, como se hace llamar, no quiso que su nombre fuera revelado, pero quien sea de la frontera debe saber de quién hablo. Los carros y camionetas que vienen a buscar sus servicios pertenecen a personas que creen que tienen un maleficio puesto por sus enemigos  que recurren a brujos. Muchos de ellos se escudan en que sus negocios no van bien o sus vidas corren peligro para usar “contras”, que según el “Chamán” alejan a los adversarios y a la muerte.

Aunque no haya una explicación científica y solo quede el misterio, la curiosidad y un relato difícil de creer, he escuchado muchas historias contadas por viejos que trabajan con negocios ilícitos, en las que más de uno se ha salvado de la muerte gracias a las “contras”. Esto no es más que un collar de colores, un escapulario o una cruz que, luego de ser “rezada” por el curandero, ahuyenta el mal e, inclusive,  puede lograr que si les disparan no mueran, a menos que sea por un tiro de gracia.

 

La entrevista era sencilla. Le pedí que por favor me contara cómo habían llegado a él esos “poderes” y cuál era su trabajo diario.

 

“El Chamán” me dijo que desde los nueve años empezó a soñar con indios, tenía revelaciones en sus sueños y sentía que “entes” buenos y malos lo perseguían por doquier. Los sueños siguieron hasta los dieciocho años, cuando supo que lo que tenía era un “don” que provenía de sus antepasados y que gracias a otra curandera supo cómo manejarlo. Viajó a la Montaña de Sorte y recibió el resto de conocimientos y oraciones que impartían los veteranos en el tema.  A sus diecinueve años, de vuelta en Colombia, practicó su primera “sacada de espíritu”.

 

En un determinado momento, mientras intentaba dominar el incómodo olor a tabaco, él paró la entrevista y me pidió mi mano derecha; pensé que quería ver mi tatuaje pero no fue así. Puso sus uñas largas, irregulares y sucias sobre mi muñeca, murmuró una corta frase que no alcancé a descifrar y concluyó que una sombra me perseguía desde los quince años. En ese momento sentí que había dejado de ser quien lo entrevistaba para convertirme en uno más de sus clientes. No pude evitar la curiosidad de preguntarle sobre la sombra que me acompañaba. Me explicó que a las mujeres se nos cuelgan “entes malignos” de la espalda, causándonos grandes dolores.

 

Escuchar eso no me aterrorizó. Justifiqué, internamente, mi dolor de espalda con la mala postura y la idea del espíritu la asocié con la película “Shutter”. Este karma, según me dijo, venía de los malos actos cometidos por mi papá. Me pareció curioso porque yo tenía trece años cuando murió mi padre, no quince, que es la edad cuando supuestamente apareció la sombra. Pero no quise refutarle, asentí y le pregunté sobre otras cosas.

 

Luego de intentar en vano infundirme miedo, me comentó que hay días en que alcanza a recibir hasta cuarenta clientes que buscan su paz interior. Que cobra $20.000 por consulta y que esta puede durar entre quince minutos o dos horas. Que a las 5:00 a.m. comienza con su rutina y la acaba siempre a las 6:00 p.m. en un lugar aparte de su casa, donde le expone su cuerpo a las siete potencias y deja que actúen por él. Que ha curado cuerpo llenos de llagas y a un gay que tenía ampollas en sus genitales. Se ha enfrentado con el propio demonio y según él, recibe todo tipo de clientes, desde niños que llegan con maleficios y maldiciones, mafiosos que buscan que le quiten la mala suerte y hasta pastores de iglesias y sacerdotes que buscan ser exorcizados.

 

El chamán prepara rituales y toca tambores, danza con los espíritus buenos de personas que vivieron hace más de quinientos años y les pide que entren en su cuerpo y le concedan la virtud de sanar. Según me dijo, cuando está en su altar se convierte en una persona que puede arder en llamas y no sentir dolor, al bajar del altar sigue intacto e inclusive, no recuerda qué hizo estando en él.

 

Sobre su poder de adivinar lo que le sucede a una persona, me narró una historia, donde un anciano venía buscando ayuda. Él le dijo que la pena que pagaba era porque su matrimonio estaba maldito por actos dañinos. El chamán le aseguró al anciano, que su esposa le estaba siendo infiel con alguien de su propia familia, que la siguiera y lo comprobaría. El anciano, según el chamán, pudo descubrir que el amante de su esposa era el hijo de ambos.

 

Así transcurrió mi tiempo con un curandero. Se levantó y me dijo que tenía que arreglar unos asuntos de contabilidad y que no podía dedicarme más tiempo. Que cuando quisiera fuera para que me quitara la sombra que llevo encima. Me abrió la puerta de su casa y salí. Antes de irme me dijo que yo podía ser un Babalao. No me quiso responder qué era pero cuando llegué a casa busqué en internet y encontré que las personas que no nacen con el don de sus antepasados pueden convertirse al esoterismo y recibir el nombre de “Babalaos”, pero para ello deben pasar una prueba que consiste en: Vivir 5 días a la orilla de un río, 5 días en un cementerio, 5 días en una iglesia y 5 días ayunando.