Home

/

Blogs

/

Artículo

1 de febrero de 2011

Consejos para una tusa digna

Sobre cómo no morir de desamor

Por: Isabel Salazar

Claro que es muy duro que lo dejen a uno. Todos hemos pasado por alguna desilusión amorosa en la vida y conocemos lo doloroso que es. Hemos tenido ese hueco en el pecho,  la falta de aire al respirar, la ausencia de sueño, la abundancia de recuerdos que persiguen y que hieren. A mi me dejaron faltando 20 días para mi matrimonio.

El día que pasó pensé que se trataba de un mal sueño, y a medida que se fue volviendo realidad, empecé a tratar de enfrentar lo que eso significaba. Siete años de noviazgo terminados abruptamente.  Todas las ilusiones derrumbadas: el nuevo apartamento donde viviríamos, la ceremonia, la fiesta, las invitaciones entregadas, el vestido blanco, mis sueños de construir una familia…pero sobre todo, el vacío que dejaba la ausencia de esa persona que por tanto tiempo me había hecho feliz y que ahora me mataba con una frase tan escueta como hiriente: “No me quiero casar, nuestra relación es una mentira”.

Mi primera reacción para sobrevivir fue refugiarme en un mundo donde las lágrimas brotaban como el nacimiento de un río. Donde la vida se hacía difícil y la muerte parecía la única salida. Supliqué, grité, imploré, recé y luego entendí, que la única que podía sacarme de ese estado era yo misma. Hoy, 8 meses después, reconozco que esta experiencia, aunque profundamente dolorosa, trajo muchas bendiciones a mi vida.

Lo primero que tuve que hacer  fue entender que el dolor, no debe ser igual al sufrimiento.  Poco a poco fui conociéndolo, aceptándolo, resistiéndolo. Es normal que con un golpe tan fuerte, el corazón se rompa en mil pedazos. Se cree que esta es frase es metafórica, pero cuando algo así le pasa a uno, entiende que es literal. Cuando uno se cae y se raspa la rodilla, siente dolor.  Por eso busca la manera de hacerse una curación. Se soba, desinfecta la herida, la venda y espera a que sane. Lo mismo debe pasar con el corazón.   Hay que tomarse un tiempo para repararlo, para curarlo, pero no aumentar el dolor con sentimientos de culpa, con recuerdos tormentosos,  con quejas, rabias y reclamos, porque son estos los que conducen al sufrimiento y éste a las lamentaciones que acaban con la autoestima.

Entendí que no debía seguir preguntándome por qué me pasó esto a mi. Cambié la pregunta por unas mucho más sensatas: ¿Para qué me pasó? ¿Qué debo aprender de todo esto? Y aunque en un principio estas palabras parecían vacías, poco a poco fueron teniendo significado.

Después, fui dándome cuenta de que la felicidad no se puede basar en nada ni en nadie. Para ser feliz hay que ser fiel a uno mismo. Perseguir siempre los sueños, disfrutar de las pequeñas cosas, aprender de lo difícil y apreciar las cosas buenas que nos pasan y tenemos y que a veces damos por sentadas. En mi caso, tuve suerte porque estuve siempre protegida de pilares que me sostuvieron, me alegraron, lloraron e hicieron catarsis conmigo durante todo el proceso. La vida me dio la oportunidad de demostrarme lo querida que soy por muchas personas.
 
Es importante contarles que para mi sanación, perdonar fue lo más importante. La traición es dolorosa, pero más dañina es la rabia, nada más corrosivo que el rencor. Por eso decidí pensar en los momentos más bonitos de la relación, que fueron muchos. Resolví atesorarlos y agradecerle a la vida, que me hubiera dado la oportunidad de vivirlos.  Cada vez que aparecía un recuerdo doloroso lo cambiaba por otro divertido, y aunque eso me hacía extrañarlo, también me ayudó a dejarlo ir. Si te enamoras de una persona con un espíritu libre, debes entender que en algún momento va a querer volar. Cuando te enloqueces por un rebelde, debes aceptar que en algún momento va a romper todas las reglas, incluyendo aquellas que te unían a él. Nadie es culpable de las cosas que pasan, no se puede juzgar a quien te dejó de amar. El amor no es una obligación, se construye cada día y a veces, simplemente se muere aunque uno no encuentre explicación.
 
De pronto el mundo empezó a recobrar sus colores, las canciones dejaron de arrebatarme lágrimas, mi vida se volvió a llenar de luz. El trabajo en la W radio llegó como mandado del cielo: un  proyecto lleno de retos, de gente maravillosa y sobre todo de una rutina de vida totalmente diferente a la que tenía, edificante. Luego vendría un programa de televisión en Telmex del que me siento muy orgullosa. Hoy en día mi rutina de trabajo comienza a las ocho de la mañana y termina a las once de la noche, y lo mejor de todo es que me divierto mucho y aprendo cada minuto.
 
Curiosamente me he convertido en una muy buena consejera amorosa, y creo que esta nueva habilidad se da porque a pesar del golpe, sigo creyendo en el amor. Siempre he sido una romántica empedernida y por eso sé que algún día volveré a amar. Voy despacio, las heridas a penas están empezando a cerrar, pero tengo la certeza de que cuando eso pase, amaré mejor.



Ilustración Marcela Salazar