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25 de enero de 2011

Diatriba contra las Dr Marten

Después de ser un símbolo del proletariado, las botas Dr Marten se volvieron un producto de la sociedad de consumo globalizada que les quitó su esencia. Además, están sobrevaloradas, son pesadas y ni siquiera son tan prácticas. Ataque a las Dr Marten.

Por: Daniel Pardo

Malditas botas: las odio. Tal vez el día que dejen de volverlo todo una religión, una doctrina fundamentalista y dogmática, tal vez ese día deje de ser infeliz. Pero, por ahora, no me queda más que expresar mi también fundamentalista y dogmática opinión sobre las Dr Martens, unas botas que, después de haber sido un símbolo con el que los obreros se identificaron como una clase social y política en los años setenta y posteriormente se volvieron una de las prendas características de la cultura punk, pasaron a ser un cliché de la clase alta que habla la mitad de sus palabras en inglés; un símbolo de status; un artefacto más con el que los jóvenes de hoy en día creen verse más, no sé, sofisticados, underground, alternativos, lo que sea: cualquiera de esos adjetivos que usan ellos: los neos, los emos, los hipsters, los góticos, los cualquieras.

La contradicción no puede ser más absurda. No solo se trata de que las tales botas estén sobrevaloradas, sino que además están deificadas como si fueran únicas. No puedo más con el culto a las benditas botas. No me resisto más que paguen atroces cantidades de dinero por algo que se puede conseguir muchísimo más barato, sin ese hilo amarillo que distingue a las Dr Marten. No puedo vivir en un mundo que se cree el cuento de que las botas son sofisticadas. No estoy dispuesto a seguir así. No lo quiero. Quiero que la gente reaccione: que se den cuenta de que la diferencia entre las botas y McDonald’s es el producto, porque ambas son marcas multinacionales que se venden por un mito. Y no es que esté en una crisis existencialista en contra del capitalismo. Estoy, más bien, en contra de ese trono que le pusieron a una botas que no se lo merecen.

Y es por eso, por nada más, que le voy a dar diez razones para que no compre –bueno, en caso de que tuviese el dinero para hacerlo– unas botas Dr Marten.  

1. Porque son una incoherencia de clase. Las botas se volvieron populares porque eran los zapatos del proletariado inglés, un símbolo en la lucha de clases. Sin embargo, la gente que hoy en día usa las botas es joven, educada y acomodada. La estética de las subculturas está inherentemente en contra de las marcas corporativas y multinacionales. Los copys de la marca dicen que es ‘la sucesión cultural de los renegados’ y un símbolo de la ‘independencia y la individualidad’, cuando en realidad es un fenómeno masivo que vende la misma bota a cientos de millones de personas, que, sí, se creen ‘renegados e independientes’ pero pagan con la tarjeta de crédito de su papá banquero.

2. Por los derechos de los animales. La mayoría de compañías para zapatos ofrecen una alterativa al cuero para las personas que sienten pudor al usar cuero, pero Dr Martens no. Todas las compañías de zapatos hacen cada vez más campañas para defender y no maltratar a los animales, mientras que Dr Martens es reconocida por ser una explotadora de los animales en cuyos ojos solo se puede ver un signo de pesos.

3. Porque son un anacronismo cultural. Se dice que Dr Matens es un símbolo de la cultura inglesa: la gente, cuando les dicen Inglaterra, piensa en las botas. Pero esto es mentira: cada vez es más raro ver un inglés usándolas y el almacén que hay en Londres es exclusivamente dirigido a extranjeros y queda en un sector para turistas. Esto es como los coffee shop en Ámsterdam: una atracción turística cuyo esencia original ha sido destrozada por la globalización.

4. Por derechos humanos. Las botas son hechas en China y Tailandia, donde las condiciones de los trabajadores no cumplen los estándares universales de derechos humanos. Hay explotación de niños y mujeres, que sudan la gota gorda para hacerle sus preciadas botas. Tradicionalmente las Dr Martens son asociadas con los reivindicación de las culturas marginales, pero en realidad ponerse las botas es financiar violaciones a los derechos de los trabajadores.

5. Porque son carísimas. Gracias a que se han convertido en un mito, las botas son cada vez más caras, cuando uno en realidad puede conseguir más baratas unas de la misma buena calidad y del mismo cuero, que por no tener el bendito hilo amarillo que identifica a la Dr Marten valen menos. ¿En serio está dispuesto a pagar el doble por un hilo amarillo?

6. Porque solo tienen un modelo. Si usted tiene un pie demasiado ancho o demasiado delgado, se jodió: las botas están hechas bajo un molde homogéneo. Es decir, la curvatura de todas las suelas es igual. Como el cuero es tan duro, adecuar las botas al pie de uno puede tomar meses y muchas ampollas.

7. Porque no tienen tallas medias. Las botas solo son hechas en tallas cerradas. Nada de ocho y medio: sólo se consigue ocho o nueve. Por ese precio, uno se esperaría un poco más.

8. Porque no son resistentes al agua. Tratar el cuero no es fácil. Se supone que lo bueno de estas botas es que sirven para la guerra: para el invierno, para Rock al Parque, para ir al estadio. Pero, para que el cuero no se le dañe usándolas de esta manera, toca mandarlas a arreglar seguido y tenerlas bajo permanente cuidado. Estas botas, contrario a lo que dice su guerrerista campaña publicitaria, son finas.

9. Porque son pesadas, imprácticas e incómodas. ¿De verdad me va a decir que le parece más cómodo ponerse unos zapatos de cuero duro –que llegan hasta la rodilla y se demora poniéndose diez minutos– que ponerse unos tenis comunes y corrientes? La gente se pone estas botas, sobre todo, por razones estéticas, no de comodidad.

10. Porque son demasiado duraderas. Recuerde: todos los extremos son malos. ¿En serio le parece sano tener los mismos zapatos durante quince años? Primero, no sea cochino. Segundo, no sea monótono. Estas botas duran para siempre, y eso no es necesariamente bueno, así parezca. Por el contrario: es asqueroso. Además, ¿quiere que lo identifiquen como un niño rebelde, ‘renegado’ e ‘independiente’, cuando vaya a una entrevista de trabajo en cinco años?

Eso es, solo eso, lo que tengo que decir sobre las benditas botas que todo el mundo encarga –y por ende te encartan– cuando alguien viaja a Inglaterra, como si fuera lo único que hay en ese país. No estoy dispuesto a debatirlo: mi opinión sobre estos zapatos es dogmática, uribista: no acepto contrargumentos y no tengo oído para tenerlos en cuenta. Con esto, declaro que no vuelvo a hablar del tema nunca más. Acá, en este artículo, quedó sellado el tema para mí. Hasta nunca, botas del demonio.