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7 de octubre de 2012

YEVERSON, UNA TRABAJADORA SEXUAL

"... A los 12 años se convirtió en Jennifer. Comenzó practicándose una cirugía de aumento de glúteos en Bogotá, adonde llegó con otros amigos que también querían hacerse la misma intervención. En esa ocasión, se inyectó los primeros 100 cc de silicón, y desde entonces, se ha hecho tres intervenciones más en esa zona, además de los implantes mamarios"

Por: Alejandra Omaña

Yeverson Armando García Ascanio tiene 22 años y desde los 9 supo que era gay, cuando tuvo con un primo  de 14 años su primera experiencia sexual, de la que asegura, fue totalmente voluntaria. A los 11 años, mientras cursaba sexto grado, tuvo que salirse del colegio porque uno de sus compañeros lo chantajeaba con contarles la verdad de su homosexualidad a sus papás, quienes todavía no sabían la noticia.

 

 

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A los 12 años se convirtió en Jennifer. Comenzó practicándose una cirugía de aumento de glúteos en Bogotá, adonde llegó con otros amigos que también querían hacerse la misma intervención. En esa ocasión, se inyectó los primeros 100 cc de silicón, y desde entonces, se ha hecho tres intervenciones más en esa zona, además de los implantes mamarios.

 

Recuerda que a esa edad, cuando sus padres le hicieron confesar su inclinación sexual, recibió como regalo de navidad las primeras prendas femeninas. Su mamá lo acompañó a comprarlas con dinero que su papá le había dado. Ese fue el último obsequio que le hicieron, pues a partir de ese momento, tuvo que conseguir sus cosas por sí solo. Al año siguiente recibió el primer pago por tener sexo con un hombre.

 

 

La prostitución

 

A los 16 años comenzó a trabajar en la prostitución oficialmente. Viajó nuevamente a Bogotá, donde ofrecía su cuerpo en las calles y prestaba servicios sexuales en bares “reservados”. Como un producto exhibía su cuerpo y hacía espectáculos de baile erótico. Sus demás compañeros fueron su impulso, quienes lo alentaron diciéndole que en la capital había más aceptación por la comunidad gay y que recibirían más dinero que en Cúcuta. “Allá nos pagan por show, por desnudarnos, por acostarnos, por todo hay dinero”.

 

 

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Yeverson a sus 17 años

 

 

Luego, para estar más cerca de su familia y de sus pequeños hermanos, decidió volver y empezar a trabajar de noche en las calles de Cúcuta, en los alrededores del Palacio Nacional. Acá por un rato, como él le dice a los encuentros sexuales de 15 ó 20 minutos, le pagan entre $70.000 y $80.000, mientras que en Bogotá recibía hasta $100.000 más por cada cliente.

 

El rato incluye lo que el cliente quiera. “Él paga, él decide. Yo hago el papel que me pidan, si quieren puedo hacer de hombre, de mujer o de los dos géneros al mismo tiempo. Yo los complazco.”

 

En sus servicios hace todo lo que le ordenen. Las aberraciones más excéntricas son comunes en su horario laboral. Siempre se protege con preservativos, pues piensa hacerse una cirugía en la nariz en diciembre y quiere que los exámenes salgan a la perfección.

 

Cuando tiene relaciones sexuales por gusto, sin recibir ningún tipo de pago, prefiere a los “hombres que aparentan ser muy masculinos”, que le permitan jugar el rol de mujer plenamente.

 

Entre sus clientes hay hombres, mujeres y parejas. “A veces me llaman hombres para preguntar cuánto cobro por tener relaciones sexuales con sus esposas o novias mientras ellos se sientan a observar. En ocasiones, se animan a participar del juego. Otras veces son ellas las que llaman a preguntarme lo mismo”.

 

Por eso es que para Yeverson este tipo de actividades son normales, pues tiene que repetirlas varias veces al mes. “Por el trabajo he tenido que estar con muchas mujeres y ya he perdido la pena, pues al principio no me gustaba acostarme con ellas”.

 

A las parejas de esposos se le suman menores de edad, estudiantes de colegio, universitarios, policías, doctores, empresarios y abogados.

 

Ahora que está radicado en Cúcuta y solo sale de la ciudad ocasionalmente, empezó a trabajar por medio de una página web donde se describe como “travesti sensual, versátil, bisexual”.

 

Luego de recibir numerosas llamadas diarias, acuerda citas que a veces van a buscarlo a la puerta de su casa, donde vive con sus padres y hermanos, en un barrio de Villa del Rosario.

 

A los 22 años dice que por todo el tiempo que lleva en su trabajo, ha podido concluir que “los hombres tienen algo de gays y las mujeres algo de lesbianas”, pues ha recibido clientes de todo tipo. Personas que tienen trabajos formales, que aparentan vidas normales a la luz pública, pero que muy en el fondo ocultan sus fantasías sexuales que satisfacen cuando lo llaman.

 

En medio de su trabajo conoció a un hombre que, según cuenta, es un “narcotraficante de bajo perfil” que ha sido su cliente desde hace varios años. Fue él quien le regalo la cirugía de los implantes mamarios, una moto Bws y dinero.

 

“Lo conocí como mi cliente pero poco a poco él se fue enamorando de mí, mientras yo le cogía aprecio por la plata”. Según Yeverson, le proporcionaba seguridad, pues no permitía que nadie se metiera con él. Hoy en día no siguen su relación pues él no acepta que sea promiscuo.

 

Los fines de semana no trabaja porque considera que son días para salir de rumba. Entre semana atiende mínimo 4 clientes diarios a cualquier hora del día. Los interesados tienen que pagar el hotel y los taxis.

 

 

“Lo mejor que me ha pasado en la vida es mi familia”

 

“Un día le dije a mi mamá, en medio de bromas, que ya estaba cansada de ser travesti. Ella me regañó, me dijo que yo me veía muy bonito como mujer y que me quedara así”.

 

Ahora mismo está trabajando para que sus papás lo llamen por su nombre femenino y lo traten como mujer todo el tiempo, pues solo le dicen Jennifer cuando llegan clientes a preguntarlo en su casa. Aún no los presiona por el respeto que les tiene y porque sabe que ellos han hecho suficiente esfuerzo por aceptarlo.

 

Al principio, a su mamá le tomó dos meses comprenderlo, pero luego ya todo fue más llevadero. Algunos familiares al verlo convertido en un travesti, lo aceptaron de inmediato, pero otros, como algunas de sus tías, aún no creen que la decisión que tomó su sobrino haya sido la mejor.

 

La mamá acepta que se prostituya porque sabe que gracias a eso puede recibir dinero para ayudarse con los gastos de crianza del resto de sus hijos. Cuando sale de viaje, su mamá sabe dónde se hospeda y qué tipo de actividades va a realizar su hijo por dinero.

 

 

Reinados

 

Luego de su primera operación en los glúteos empezó a ser solicitado para reinados de travestis en otras ciudades.

 

Ha sido dos veces reina, una vez virreina y dos veces princesa.

 

Ahora, alternado con la prostitución, se trazó como meta organizar este mes el primer Reinado Gay en Villa del Rosario (Norte de Santander), que se llamará “Barbies humanas 2012- 2013”. En este evento, además de organizador, también será presentador. Al final de la noche hará un espectáculo de desnudo.

 

 

Abusos a los travestis

 

Yeverson dice que por su altura (1,83 metros) y contextura, no ha recibido golpes mientras se prostituye. Sin embargo, ha tenido que ser paño de lágrimas de muchos de sus  compañeros que al prostituirse, reciben golpes, amenazas y en muchas ocasiones no les pagan por su trabajo.

 

A veces tiene que ser fuerte para no permitir que pasen por encima de él. Por eso, apenas llega al lugar donde tiene la cita, le advierte a su cliente: “bueno papi, págueme de una vez porque yo cobro por adelantado y dígame qué es lo que quiere”.

 

Asegura que Cúcuta es un pequeño infierno lleno de prejuicios y hombres machistas, pero que gracias a su personalidad y el apoyo de su familia, ha logrado superar todos esos obstáculos. Por eso ahora, para provocar más comentarios fuertes, sale a la calle sin temor a exhibir su cuerpo.

 

Se pone tacones altos y camisas con escotes profundos que dejan asomar sus pezones. También usa camisas cortas que permiten ver el pirsin que lleva en su ombligo y el tatuaje hecho con tinta china de un conejo Playboy en la parte baja de su espalda. Usa maquillaje fuerte, accesorios femeninos, dos pirsin más (uno en la lengua y otro en el labio) y cabello largo al que refuerza con extensiones.

 

 

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Asegura que tiene pocos amigos porque entre los de su tipo siempre hay envidia y problemas. Solo tiene relación cercana con otro travesti, al que invita en ocasiones a trabajar cuando los clientes quieren uno más como él en el servicio (aunque no tiene relaciones sexuales con travestis) o cuando siente que es peligroso ir solo a algún lugar.

 

 

Piensa volver a ser hombre

 

Yeverson se siente orgulloso de lo que es, y si pudiera nacer de nuevo, sería travesti otra vez. Jamás  ha querido ser mujer. Por eso piensa quitarse sus implantes y el silicón de sus glúteos cuando tenga 38 años y su cuerpo no sea el mismo.

 

Mientras tanto, quiere viajar a Europa para prostituirse allá, reunir el dinero suficiente y montar un salón de belleza o un spa a su regreso a Colombia.

 

Quiere tener una pareja, que sea mujer y bisexual, para poder tener “uno, dos o hasta tres hijos”. Quiere ser un buen papá y participar en la crianza de sus hijos. Si alguno nace gay (porque asegura que los gays nacen, no se hacen) lo apoyaría hasta el final en cualquier decisión que tome, como su familia ha hecho con él.