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10 de septiembre de 2007

Cómo es tener sexo con una



No sabía que ella tenía una hermana gemela, ni tenía la más mínima idea de lo que estaba haciendo, hasta que un amigo en común me lo dijo. De hecho, cuando supe lo del pasado uterino a dos bandas empecé a entender algunas particularidades que van más acompañadas del morbo machista que de cualquier inquietud científica.

Cuando mis amigos se enteraron de que me estaba comiendo a una gemela, de inmediato me acosaron con preguntas y proposiciones que iban desde "sáqueme a la hermana y hacemos cambis cambeo" o "¿será que ambas tiran igual?", y la infaltable: "Fijo ese par tienen la cuca exacta". En fin, mil sandeces que, al final, debo confesar, también se pasaron por mi mente. Luego vino la etapa de superar lugares comunes, como la trillada conexión donde varios científicos y una buena cantidad de gemelas afirman que en algún momento sienten lo que la otra siente. Una especie de "telepatía gemélica".

Me generaba mucha curiosidad preguntarle "¿cuando tú te vienes, tu hermana moja calzón a distancia?". Otro gran temor en el que me hicieron caer mis "depravados" amigos fue el hecho de pensar que alguna vez mi novia no fuera ella sino su hermana. A veces eso me ayudaba a mejorar mi perfomance sexual, y todo quedaba en una fantasía que jamás se dio.

Finalmente llegó el día en que conocí a su hermana gemela, en una comida que organizaron para presentarme a la familia. Los miedos me acecharon y las preguntas morbosas me asaltaron: ¿Y si al verla se me para? Total, ya me la conozco en pelota y hemos hecho de todo. ¿Cómo romper el hielo? ¿Por cierto, tú también tienes ese lunar cerca al pezón izquierdo como lo tiene tu hermana?

Estaba también el asunto de tener que conocer al novio de mi cuñada. Un tipo al que tendría que darle la mano diciendo: "Gusto en conocerlo, hermano. ¿Usted también se come lo mismo que yo?".

Me bajé del carro y pensé :"¿Y si no reconozco cuál es cuál y le trato de dar un beso gigante a la que no es?".

Timbré y abrió la puerta mi novia. En un gran acto de sabiduría se había puesto una blusa que yo le había regalado con el objetivo claro de comunicarme: "Aquí estoy yo, para que no te vayas a confundir". A su derecha estaba la razón de mis pesadillas: la gemela. Se presentó y efectivamente, eran igualitas. No iba a caer en la trampa de soltar semejante tontería, con lo cual actué como si nada. Aún nervioso, saqué a relucir tantos años de estudios de diplomacia, así que acercándome al oído de mi novia —la que tenía la blusa que yo le había comprado— y le dije: "Me alegra tener de novia a la más bonita de las dos". ¡Quedé como un príncipe!