Mentiras virginales (Dedicado al único exnovio que no tiene Facebook)  

Dieciocho años estuvo ejerciendo el simulacro de la masturbación. Su novia de dieciséis, en todo más precoz que él, decidió que había llegado la noche de que la conociera por dentro, por abajo, por donde hasta ahora sólo había llegado con su intranquila imaginación.

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Ella se abrió como sabía, esperando que él encendiera la batería de su cuerpo. Pero el muchachito no sabía por dónde tenía que entrar, ni qué debía tocar, ni con qué intensidad tenía que devorarla. Ella se rió como se ríen las de dieciséis, con esa carcajada limpia de los que no tienen ganas de esconder sus hormonas aunque se estén portando mal. Algo hicieron, algo mal hecho, unos empellones desincronizados mientras el agua mojaba con fuerza el vidrio de la ventana. Ella se levantó sin llegar al orgasmo; él se sintió como un vaquero después de matar a su primer indio.

Dos años después, cuando ya ni eran novios, ni amantes, y Shakira ya no tenía el pelo negro, y ya estaban en la universidad y escasamente se acordaban el uno del otro, se citaron en un parque lleno de cafés y sitios para tomar coctelitos, estos sitios que a las cinco de la tarde parecen inofensivos pero a las once de la noche parecen extraídos del Decameron. Un lugar que sirvió de teatro para las confesiones y el reencuentro. Ella visiblemente más crecida y mil veces más atareada. Y él con pinta de neo hippy, sin mucha brújula y con cara de hoy me he echado colonia para ver si la vuelvo a enloquecer.

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Allí, al pie de una chocolatería, ella pensó que por fin había aprendido algo de anatomía del orgasmo. Él se imaginó que ella se tiraría a besarlo y a empezar los preparativos para su última cena. Los dos se equivocaron. Él sólo quería recordarle, en primera persona, de día, y en un parque infantil, que ella no había sido su primera vez.

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