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9 de octubre de 2008

Un café en los cafés con piernas

Chile tiene fama de ser el país más conservador de América Latina, pero contradictoriamente también tiene otra cara muy conocida a cuestas: el de los cafés con mujeres semidesnudas como gran atracción. Patricio Fernández reconstruye el nacimiento y expansión de estos lugares.

Por: Patricio Fernández. Fotografías: Alejandro Olivares
En pleno casco histórico de Santiago, desde la década del 90, se erigen más de 60 cafés con piernas. | Foto: Patricio Fernández. Fotografías: Alejandro Olivares

El centro de Santiago está lleno de pasadizos. Debajo de varios de sus edificios más tradicionales hay pasajes que conectan una calle con otra. A las diez de la mañana de un día hábil deambulan por estos laberintos los oficinistas que trabajan en los pisos superiores, los primeros clientes de sus locales comerciales, y los juniors, es decir, los tipos de los mandados, los que deambulan por la ciudad llevando papeles y encomiendas de un punto a otro. Ellos son los principales clientes de los cafés con piernas, quizás el invento chileno más extraño de las últimas décadas. Se trata de recintos diminutos, de no más de 40 metros cuadrados, oscuros, ocasionalmente iluminados por luces infrarrojas y con una barra al centro o alrededor, detrás de la cual ofrecen café mujeres semidesnudas. En realidad, no solo venden café, ni son únicamente juniors quienes las acostumbran.

José, administrador de Ikabarú, la cadena más antigua y una de las más grandes en el rubro, con 12 locales y en torno a los 3.000 visitantes diarios, cuenta que "el primer local, el año 1990, estaba en McIver y era un café con faldas, con vestidos cortos. Después vino el Barón Rojo: ellos incorporaron la onda del bikini. Calzones y sostenes. Inventaron también el minuto millonario. Un momento del día en que alguna de las señoritas se sacaba los sostenes. Después lo copiaron otros. Se hacía a la mala, en secreto. Se supone que en un local, por ley, tú puedes tener jóvenes en ropa interior, pero no desnudas. Parece que el tema es que no se vea el pezón. El Barón Rojo, que estaba en Moneda, se volvió un mito. Esto sucedió a comienzos de los años noventa. Después quebró El Barón y sus dueños abrieron un local que se llamaba Monet, subiendo por Agustinas. El Monet era un apiñadero de gente con olor a camarín de futbolista. A una de las niñas del Barón Rojo, el dueño del Ikabarú le prestó plata y abrió la cadena Alí Babá, que hoy tiene 10 sucursales".

Los cafés con piernas nacieron con la democracia. Antes existían los café Haití, también con barras, sin sillas, y las empleadas con vestidos ajustados, nada muy distinto a lo que puede encontrarse en otras latitudes. Fue durante el período del alcalde Jaime Ravinet, un demócrata cristiano, que surgieron estos peculiares cafés porno. La explosión, sin embargo, vino pocos años más tarde, con Joaquín Lavín a la cabeza de la municipalidad. El asunto no deja de ser paradójico, porque Lavín, que acababa de ser candidato a la presidencia de la república y que volvería a serlo en las elecciones de 2005, cuando fue elegida Michelle Bachelet, es supernumerario de la congregación del Opus Dei y representa al mundo más conservador de la sociedad chilena. Ya sea por populismo o estrategia de algún asesor comunicacional que le recomendó refrescar su imagen, Lavín se dejó retratar y filmar un día en el interior de un café con piernas junto a varias trabajadoras del lugar, y lo que antes era un asunto confidencial, conocido pero callado, asomó a la luz y proliferó. "En ese tiempo —cuenta José—, el team del Barón Rojo salió a desfilar por el paseo Ahumada e hizo giras por regiones. De repente esto se convirtió en un negocio explosivo. Rápidamente Ikabarú instaló 11 locales con mujeres en bikini y empezó a llegar la competencia. Aparecieron los Alí Babá. Después entró Macumba. Hoy día en Santiago Centro hay cerca de 60 de estos cafés, entre Amunátegui y McIver, Moneda y Mapocho". Son las 20 manzanas del casco histórico capitalino, si acaso se puede hablar de casco histórico en una ciudad que ha destruido casi todo su patrimonio. En la calle San Antonio, a pocas cuadras de la Plaza de Armas y La Catedral, existen unos cafés con piernas pobrísimos, donde a las chicas las hacen trabajar con la misma ropa interior que llevan puesta al momento de ser contratadas. "Los de mejor perfil —explica Francisco, un ingeniero que de tanto visitar estas cafeterías planea abrir la suya propia— llegan hasta Teatinos y Monjitas, porque más allá de este perímetro los cafés tienen perreo (algo así como relaciones sexuales inconclusas), son topleteros, los clientes tocan a la niñas y muchos tienen privados para realizar las atenciones extras". Hay sitios donde te masturban en una esquina del local, mientras te rozas con el tipo que está tomando su expresso al lado. Lo hacen por encima de la ropa a cambio de una propina algo mejor que los 200 pesos acostumbrados, es decir, el vuelto del billete de 1.000 (US$2) con que suele pagarse el café que cuesta 800.

"En los cafés top —asegura Francisco— lo que se ofrece es una hermosa compañía, una buena conversación y un trato dulce, como de mujer enamorada. Los clientes se relacionan con ellas, aunque sea por 15 minutos, como si estuvieran con su amante, antes o después de acostarse. Todos las intentan conquistar, y ellas juegan a ser sus presas. El ideal de uno de estos locales top es que cuando se acerque una de sus señoritas a atenderte, si son cinco las que hay, tú nunca te quedes con la sensación de que tuviste mala suerte, y mires con frustración a dos de las otras cuatro. Con cualquiera te tienes que sentir halagado".

De los 60 locales que existen en el centro-centro de Santiago, según los entendidos, hay solo uno que cumple con este requisito a cabalidad: el Federica On Line. Son varios, eso sí, los que tienen un par de joyas en el ajuar. Quienes conocen el negocio aseguran que siempre ellas son más atentas con los habitués que con los primerizos. A los caseros los saludan por el nombre o usando diminutivos cariñosos como "mi peladito". De beso, eso sí, los reciben a todos. Mari, una mulata puertorriqueña que atiende en el Macumba del paseo Edwards, cuenta que casi nadie se queda ahí más de media hora. Los clientes suelen hablarles de sus problemas laborales y tormentos de familia mientras hacen durar su tinto o su cortado. Centímetros más allá, mientras lo dice, un señor de terno barato abraza como en un baile romántico a la garzona con tanga fluorescente que le acaba de llevar su café. Efectivamente parece que se conocieran hace tiempo.

A fines de los noventa, en el centro abrieron lugares donde sucedía de todo. Uno de los más famosos era conocido como el Gallinero, otro era el Pussi, donde al mediodía, en un subterráneo oscuro, se podían tener relaciones sexuales en los pasillos y en los baños, todo por menos de US$8 y la excusa de un refresco. "En el Gallinero —recuerda José—, que ya fue clausurado, había un escenario donde bailaban las niñas, y al terminar bajaban a las mesas y se ofrecían. Estos tugurios se fueron acabando, aunque quedan los TG3, que son cafés con show en vivo". Según él, son como un zoológico sin rejas. Cada cual ve cómo se las arregla. Por US$3 entras y tienes derecho a un vaso de gaseosa para convidarle a la joven que se te acerque. No venden tragos, y así ahorran el pago de la patente de alcoholes. Cada cual negocia después el futuro de la pareja. Por US$10 se consigue una felatio, por un poco más… un polvo rápido. En estos sitios, si te tardas mucho, te llaman la atención. No abandonan su categoría de cafés exprés.

Lo cierto es que Chile, en apariencias el país más pacato y comedido de Latinoamérica, tiene su lado B. En los ultra conservadores diarios que circulan —La Tercera, El Mercurio, Las Últimas Noticias— un buen lote de sus páginas está dedicado a la oferta prostibular. Las viejas casas de tolerancia a las que asistían patrones y obreros, donde se cantaban cuecas y boleros, y asistían políticos de todas las tendencias con sus hijos para iniciarlos en el arte de la masculinidad, se acabaron en 1973, con el golpe de estado de Augusto Pinochet. Ahí floreció buena parte de la música popular chilena. Roberto Parra, hermano de Nicanor y de la Violeta, cantó y tocó guitarra durante toda su vida en Las Luces del Puerto, un prostíbulo miserable de San Antonio. Por La Carlina, quizás el lupanar más famoso de la historia patria, pasaron los mejores cuequeros bravos —cantores de conventillos y mataderos—, los mismos que hoy son rescatados por populares grupos de rock.

Durante los noventa, las casas de putas fueron reemplazadas por los saunas, nombre vaporoso para esas dependencias en que, tras tocar el timbre, el cliente era conducido a la sala de espera, donde una por una se exhibían las meretrices. Por entonces los precios de sus servicios, dependiendo de la categoría, oscilaba entre los US$40 y los US$100. Durante esos mismos años nacieron también establecimientos de lujo como el Lucas Bar, en los que podías fácilmente gastar US$1.000 en una noche, pero no era lo habitual. El Lucas Bar marcó un cambio de época. Los hijos de su dueño estudiaban en uno de los colegios más exclusivos y católicos de la ciudad, y se supo que una vez los molestaron por los negocios de su padre. El dueño del Lucas Bar pidió entonces hablar con el director, y cuando lo tuvo en frente le advirtió que si seguían molestando a sus hijos haría públicos los nombres de sus mejores clientes. Problema solucionado. El negocio del sexo arribaba al barrio alto. "Por el año 2000 —recuerda Francisco—, comenzaron a llegar las extranjeras. Primero trabajaron en los cafés con piernas, y todavía las hay, pero estas primeras se dieron rápidamente cuenta de que les iba mejor como prostitutas. La mayoría eran de Argentina. Después aparecieron ecuatorianas, brasileñas, uruguayas. Las argentinas, sin duda, arrasan. Ahora también hay muchas de Paraguay. Actualmente el 50% de las escort (puta cara), si no más, son extranjeras. Las más baratas vienen de Perú y, por supuesto, de los barrios pobres". En la actualidad, gran parte de este negocio funciona por internet; Relaxchile.cl es el portal más destacado. Los que no están en la red son boliches pequeños con un piquete de señoritas, mientras estos portales reúnen a cientos que trabajan en sus propios departamentos. Son el sitio de encuentro de las prostitutas independientes. Otras ponen sus propios avisos en el diario. A diferencia de antes, hoy la mayoría de las mujeres trabaja por su cuenta o junto a un grupito de amigas. De las que tienen sus departamentos en Providencia o en la distinguida calle comercial El Bosque Norte, donde están las oficinas de ejecutivos y empresarios de primer orden, un buen número son universitarias, nacionales o extranjeras. Ornella, una prostituta de élite entrevistada por la revista The Clinic en octubre de 2006, reconoció que "la prostitución en Chile es, sin lugar a dudas, el camino más corto y rápido para que una chica de clase media bien parecida gane una buena cantidad de plata". Su tarifa aparecía en sexo.cl, y era de 150.000 pesos la hora y media (más de US$300). Como sus clientes eran ricos y poderosos, además le regalaban autos, joyas y viajes. Las chicas de Fiorella, la zarina del rubro, cobran entre 115.000 y 170.000 pesos. Ella afirma a quien quiera escucharlo que sus muchachas son las mejores de la plaza. Todo indica que se trata de una actividad pujante. Un quehacer que florece en el invernadero de los infinitos subterráneos santiaguinos.