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28 de octubre de 2008

UN PUNTO EN EL VACÍO

¿Para qué vinimos a esta tierra? ¿En realidad qué misión tenemos que cumplir? En este texto, partiendo de un punto vacío, Efraim Medina reflexiona sobre la realidad humana.

Por: Efraim Medina Reyes
| Foto: Efraim Medina Reyes

Me despierto en la oscura habitación de un hotel en Roma, me asomo en la ventana. En el amanecer la gente va de un lado a otro. Imagino que en mil lugares distintos está ocurriendo lo mismo. Cada día millones de mamíferos se levantan y corren desesperados. Me tumbo en la cama y miro un punto en el vacío. No tengo intenciones de correr hacia ningún lado, de hacer parte de esa manada... La vida es una cosa miserable allá afuera. Pienso en los millones de mamíferos que corren en busca de migajas como las cucarachas: migajas de oficios varios, de sexo recalentado, de oficinas piojosas, de estúpidas gerencias y lánguidas fiestas que sólo dejan mugre y grasa en sus almas. ¿Qué tipo de mamífero eres? No sé tú, pero yo pienso mucho en eso. Y trato de girar a mi modo, de seguir mi ritmo. Y pienso en los mamíferos con propósitos e intenciones cuyas vidas jamás empezaron, en los mamíferos que van a la deriva siguiendo la corriente de los otros fantasmas. Odio eso, odio esa mierda de buena voluntad, las sociedades sin ánimo de lucro y la falsa rebeldía. Y los mamíferos repiten día tras día su rutina, hundidos en la mierda sonríen. Los mamíferos no caen en cuenta, no tratan de imaginarse, están seguros de tener "una vida" y llaman VIDA a eso que tienen, a la estrecha y hedionda vida familiar, a sus frustraciones, a su sexo funcional y su televisor de pantalla gigante. Odio eso, odio a las mujeres que se entregan al tipo "adecuado" por temor a quedarse solas. Odio a las mujeres que se entregan a cambio de estabilidad y compañía. Y que se pasean con su mamífero imitando la plenitud y el bienestar. A las mujeres que soportan, que culpan a sus hijos, que no me sueñan y desean cada madrugada.

Y los mamíferos corren para no perder el tranvía, y se resecan lentamente encerrados en esa chata prisión que llaman con arrogancia ¨mi propia realidad". Y compran cremas contra las arrugas y canciones de moda. Los mamíferos se saludan en los ascensores, en los estadios, a la salida del cinema. Pequeños fantasmas que inundan los supermercados en busca de carnes frías y desodorantes. Pequeñas alimañas que confunden dependencia con amor, que se revuelcan en su propia mierda y comparten pedos y babas hasta la muerte. Odio eso, odio a las bellas mujeres que no conocen a Emily Dickinson. Odio a las mujeres feas que no conocen al poeta peruano César Vallejo. Y los mamíferos saludan a sus amos sin sopesar la enorme ventaja que habría sido para ellos nacer muertos. Las diminutas e inofensivas alimañas sin voz ni voto; reducidas a sus complejos, sus miedos atroces, su eficacia laboral. Los alegres mamíferos esclavos de su mediocre panorama y de sus perezosas obligaciones. Medio alegres, medio tristes, medio impotentes, medio frígidas... La medianía es su condición natural. Y el pellejo se les escurre mientras tratan de aferrarse a eventos y citas, a telenovelas y noticieros para olvidar que los segundos pasan y nada cambia. Que los segundos pasan y sus traseros engordan, que están condenados a arrastrar sus traseros y alimentarse de sobras. Y se casan, se traicionan, tapan el vacío con hijos y electrodomésticos. Y trabajan en las fábricas del infierno soñando con ganar la lotería. Y compran seguros de vida (ja, ja, ja). Los patéticos mamíferos compran seguros de vida. ¿De cuál vida, carajo? Y van a las discotecas y tararean canciones de moda y miran de soslayo el culo de las mujeres que pasan. Y se llenan de ansia y temor, de livianas sensaciones, de sexo trasnochado, obligado, homologado, escueto una y otra vez. Y cada amanecer es la misma tumba, el mismo epitafio, los mismos chistes y saludos, el mismo rencor. Y se aferran a la vida como babosas. En vez de pedir la muerte como regalo cada Navidad, la temen. Ignoran que quizá muertos resultarían más vitales de lo que jamás serán en vida.