10 de noviembre de 2006

cómo es ser cara é papa

Por: Albatros

¿Qué es lo que tienes en la cara

, es la pregunta que más me hacen las mujeres, naturalmente más curiosas que los hombres; en cambio ellos, más brutos que ellas, apenas si les asiste el chiste o la chanza. También preguntan, pero su interés es distinto, debajo de su pregunta subyace esta: y este man ¿cómo le hace? ¿De verdad quieren saber? Pues ahí va: no le hago.

Hace poco estaba en un pueblito, cuando me abordó una mujer de unos cuarenta años y me la soltó: ¿qué tienes en la cara

, a lo que agregó, como justificándose, soy cirujana. Médicas, odontólogas, arquitectas, físicas, abogadas, actrices, artistas, modelos, amas de casa, alemanas, suizas, italianas, portuguesas, canadienses, y las colombianas... todas quieren saberlo, y yo, caballero que soy, les respondo.

Aunque no todas quieren saberlo. Me ha ocurrido que me asalta una mujer y me dice: ay, mijo, yo le tengo el remedio para esa muelita. Cuando tengan un absceso no duden en llamarme, les daré unas diez curas. Pero lo mío no es una muela dañada. ¿Quieren saber qué tengo? Se llama linfangioma, una

variación particular del hemangioma, por la forma de la masa y su ubicación dentro de la boca. A las personas que me preguntan les digo que es un "lunar de

carne", un conglomerado de venas, arterias y vasos linfáticos organizados de manera caprichosa.

Lo cierto es que no paso inadvertido, dondequiera que voy me miran, unos con asco, otros con horror, la mayoría con sorpresa. Parece que no es común ver a un freak mostrando con orgullo su defecto. Pero, ¿qué puedo hacer si la naturaleza me dotó de carisma y encanto para sostener, como Cyrano de Bergerac, ya no una nariz sino un cachete prominente? Nací así y llevó 34 años dándole, literalmente, la cara al mundo.

De pequeño, otros niños me ponían apodos como Bombombum, Kiko y Topo Gigio, cachetones célebres estos dos, pero de ambos lados, así que el símil no aplicaba. Como yo no me ofendía intentaban otras burlas, igualmente fallidas. La adolescencia fue a otro precio. Era el poeta oficial del colegio, tenía una novia preciosa y muchas amigas que morían por mis poemas y por mis ojos. Era la envidia de los muchachos que, incapaces de herirme con palabras, recurrieron a los golpes.

Pasé el bachillerato librando batallas, ganando peleas a verbo o a puño limpio. No me enorgullece decir que la mayoría se arrepintió de habérselas buscado conmigo. Y es que soy buen atleta, delgado, pero recio; muchos pueden dar fe de mi pegada. No fui boxeador, porque me incliné por las humanidades y terminé estudiando Literatura.

Luego me inscribí en un taller de Narración Oral, me gradué como cuentero y así recorrí universidades, teatros, bares y festivales, contando mis cuentos. Recorrí Suramérica, estuve en Estados Unidos y Europa. Fue ahí donde por primera vez me sentí libre de miradas.

Soy, de alguna manera, un personaje público, llevando a donde voy el estigma de ser cachetón, pero no me importa, a ellas tampoco: con todo y eso eres muy guapo, dicen, y qué hermosos ojos tienes. Tuve muchas novias; escritos míos yacen en cajones de mujeres que hoy son casadas. Yo también me casé y tuve dos hijas, luego me separé y me volví a enamorar, de una actriz de televisión que no puede creer que en la calle me miren más que a ella, pero qué le vamos a hacer, soy un fenómeno.