11 de mayo de 2005

Charla para dejar de fumar

Por: Germán Castro Caycedo

A María Angélica le temblaban los dedos. A mí, los labios. La mañana de aquel sábado, un ingeniero quería subirse por las paredes. Había llegado el día lúgubre, el día tenebroso... El día macabro. ¿Dejar el cigarrillo?
-¿Tú sabes cuál es el día mundial del no fumador?
-Claro. El día de mañana.
La mayoría éramos gente grande. Es decir, de más de veintiséis. O sea, viejos. Allí no había rastafaris, capoeiras, neo-hippies, bikers, gente de las culturas por la vida que llenan las calles de nuestros barrios, alimentándose con comidas rápidas, comunicándose con siglas, duros en computadoras y videojuegos, que se aman más temprano que ninguna otra generación, pero que también se sienten más solos. Gente que llamamos "el futuro del país", porque tal vez queremos quitarles la posibilidad de ser el presente. Ellos fuman de otras yerbas.
Una vez en un salón, diez de la mañana, José Manuel Durán -la persona que más víctimas le ha arrebatado al cigarrillo en este país- no habló de corazones que explotan ni de pulmones que se caen a pedazos. Su saludo fue "¿Quieren fumar?".
Mucho después alguien del público dijo que, al parecer, el tabaco ha matado a más personas que todas las guerras de la historia, excluyendo la invasión de América por los españoles y los ingleses.

 

 

La mayoría de los que asisten a la reunión con José Manuel Durán son hombres y mujeres adultos. Al atardecer –empiezan a las 10:00 de la mañana–, de las 26 personas que entraron quedaba solo la mitad.

Claro, se calcula que en América Latina fueron exterminados 150 millones de indios. Y los cuáqueros se cargaron a otros 50 millones en Estados Unidos -para los colombianos Miamí-, porque aquellos, muy blancos, muy blancos y muy religiosamente fanáticos, no se cruzaron. Darles chumbimba a los de las caras pintadas les parecía una plausible deniabiliti, como dicen en Colombia aquellos que han pisado Miamí: todo es explicable, pero tiene que ser plausible.
A eso de las once y antes de que comenzaran a apagar algunos cigarrillos, una mujer de piernas largas y medias negras de seda que brillaban a la luz de una ventana, salió al quite:
-Hombre, yo creo que las estadísticas no dicen la verdad si nos atenemos al pensamiento del filósofo Cochise Rodríguez. ¿Saben qué dijo una vez el tipo?. "En Colombia muere más gente por envidia que por cáncer".
-Pero, ¿qué tal las motosierras de los paramilitares? Yo pienso que si mata, el cigarrillo es menos cruel: con este uno va a fuego lento.
-No, maestro: diga, a humo lento.
El cuento es el de un curso entre las diez de la mañana y las cuatro o cinco de la tarde con el tema del tabaco. Al final, cada cual decide: lo fuma o lo deja. Ese día, la mayoría lo dejamos.
Aquel sábado éramos doce, algunos con la fiebre de Miamí, de donde un rebaño de colombianos plei, gentecita de ciudad, intenta copiar las costumbres "americanas" porque piensa que allí está la cuna de la civilización, y que "en esos moles absolutamente maravillosos" y en las hamburguesas y en todas esas cosas, se encuentran la historia de la humanidad, y la cultura, y el futuro del mundo.
Otros que eran la minoría, no. La minoría confesaba que no veía realiti chows, ni buscaba en El Tiempo cuáles artistas "americanos" cumplían años cada mañana. No. Esos llegaron porque Danielito les recomendó ir allá, o porque su empresa se enganchó en los planes corporativos para que su gente corte con el cigarrillo, y hombre, ella sí había pensado muchas veces en dejarlo, pero cuando decía "ya", sentía que algo le punzaba la boca del estómago, y unos deseos de, como dijo . ¿Tú eres?
-Juan Manuel.
-Sí, como dijo Juan Manuel: unos deseos los verracos de treparme por las paredes. Bueno, pero llegó este día lúgubre, y aquí me tienen: tranquila, y me parece que contenta.
Después del quite de la dama salió nuevamente al ruedo el maestro Durán y cambió el tercio: banderillas.
-Las gentes ignoran las poderosas razones que se tienen para no fumar: se está degradando la calidad de vida porque te dedicas a agredir tu salud en lo síquico y en lo fisiológico. Y también hay inconvenientes ásperos como el rechazo social, copiado en los últimos años de Miamí. Fíjense cómo en las zonas de gentecita plei de algunas ciudades, el fumador es agredido.
-Es cierto, en esas zonas, hasta los celadores han sido adiestrados para atacar: "Tire su cigarrillito allá afuera o no entra", me gritó uno la semana pasada en la puerta de un edificio del Nairi Therd Park de Bogotá.
Y la de medias oscuras que brillaban:
-Mira, es que en Miamí ya no se puede fumar casi en ninguna parte. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo en Colombia?
-Vamos a poner las cosas en claro -dijo Durán-. Aquí, en Easyway no utilizamos amenazas, ni terrorismo, ni advertencias. Aquí vamos por otro lado, porque, cuando se le dice a un fumador que el cigarrillo lo está matando, lo primero que hace es alargar la mano y sacar el paquete.
-Qué maravilla. ¿Easyway viene de Miamí?
-No. Es un método que se usa en veinticinco países del mundo. Cuando esté terminando la tarde ustedes mismos pensarán si es efectivo o no.
-¿Pero también lo dictan en los Estados Unidos?
-Desde luego.
-Entonces debe ser bueno.
Un arquitecto miró a la de las medias brillantes y entró al tercio de varas con el primer pullazo:
-A mí me llama la atención que en Miamí sean tan intensos en la lucha contra el tabaco, cuando su verdadero problema son la marihuana, la cocaína, la heroína y las drogas de diseño.
-¿De diseño?
-Sí. Eso que nos están mandando por toneladas: digamos anfetaminas y metanfetaminas. Éxtasis y cosas así. Allá meten desde los doce años. ¿Usted no entra a internet?
-¿Y?
-Pues que ellos son la nación más viciosa de la humanidad ¡Contra el tabaco! Mire: es que los de Miamí se han pasado la vida buscando su inocencia y como no la encuentran han decidido echarles la culpa de sus vicios a los negros, a los italianos y ahora a los musulmanes y, desde luego, a los mestizos del Tercer Mundo. ¡Contra el tabaco!
-Entonces, ¿cuál será la fórmula para acabar con el narcotráfico?
-Que les cosan las narices a los gringos.
Orden en la sala.
José Manuel Durán no lo dijo así, pero llevarse el toro a los medios parecía lo mismo:
-Este método fue diseñado por un inglés, se llama Allan Carr, y hoy es recomendado por los médicos de medio mundo como la clave para dejar de fumar sin sentir que uno ha hecho un sacrificio. Hombre, aquí no van a ver nada de hipnotismo o de Ziban o de chicles de nicotina, inhaladores, inyecciones, brebajes, acupuntura, conjuros, etcétera, etcétera. Mucho menos usamos la amenaza o el terrorismo.
-Claro, no es un sistema colombiano.
Había allí, entre los doce del patíbulo, una mujer de unos veintiséis con unos senos "absolutamente maravillosos": un poco más grandes que pequeños apuntando en la dirección de los ojos del maestro, es decir, desafiando la gravedad. Unos senos que no se fruncían cuando ella daba un paso. Senos consistentes y puntiagudos. En el vocabulario de los taurinos, una dama bien puesta de defensas, cornidelantera y astifina. Un miura: Islero, el toro que le perforó la femoral a Manolete.
Entonces, como dice Su Santidad, "nos" sentamos buscándole el perfil en el contraluz del ventanal y esperamos a que abriera la boca. ¡Para qué la abrió! Voz de pecho hablando en un Re sostenido que hacía perder el sentido. Un poco antes del mediodía, ella preguntó:
-Entonces, ¿dónde está el secreto del plan?
Ahí, el maestro Durán comenzó a hacer el toreo profundo.
-El secreto está -dijo- en algo parecido a un mapa de instrucciones que ya estamos recorriendo para salir de este laberinto tan complejo y tan enredado. Sin ese mapa será imposible liberarnos del cigarrillo. Ustedes no lo han visto, pero ya está funcionando.
-¿Liberarnos? ¿Es que el cigarrillo nos secuestró, o algo así? -embistió nuevamente Islero, con esa garganta de arena de fumadora diplomada.
-Bueno, no tan a la colombiana, pero piensen que todo fumador ha caído en una trampa que aprisiona y mantiene a la persona, allí, atrapada a partir del miedo.
-¿A qué?
-Pues a la crisis de abstención, a tener que dejar el placer, a no manejar el estrés, a aumentar de peso, por ejemplo.
Dos de la tarde. Realmente a esa hora se habían comenzado a apagar algunos cigarrillos. De los doce aún fumábamos siete. Cuatro horas de escuchar, y de hablar, y de escuchar nuevamente: que si el esfuerzo de los empleados del gobierno definitivamente es terrorismo para tratar de lavarle el cerebro a la gente, pero así no le lavan a nadie el cerebro. El terrorismo lo que consigue es que fumen más... Que si me dicen, "usted no puede fumar en este restaurante porque es un sitio plei", pues no vuelvo allá. Que si.
Cuatro horas. Cinco desertores. Y sin dolor. ¡De una!
A eso de las cuatro, el sistema de José Manuel Durán tenía todo el gobierno de la sala. Realmente no se había escuchado una sola palabra terrorista, cuento que le enseñaron a recitar a Uribe los de Miamí. Allí se raciocinaba con el mismo ritmo que la gente encendía menos cigarrillos.
¿Inconvenientes del vicio? Hombre, ese estigma social, permanentemente, un fumador presionado y agredido por la sociedad en que vive. Esclavitud, ¡a quién le gusta la esclavitud? Dinero malgastado. Los fumadores ignoran todas esas razones, mientras se concentra todo el esfuerzo en las razones por las cuales sí se fuma, pero, ¿por qué se fuma? ¿Cuáles son las ventajas de fumar? ¿Qué es lo bueno de fumar? ¿Por qué lo hacemos?
Silencio en la sala. Gente pensando. Shh...
Luego supimos que el promedio de desertores que se reinsertan en la sociedad normal luego de cada curso es estupendo. Y si no nos lo hubieran dicho, en ese momento lo comprendíamos muy bien, sencillamente porque lo sentíamos, a pesar de que todo fumador quiere seguir fumando, pero todo fumador quiere dejar de fumar.
El cuadro aquel atardecer éramos el de doce personas sentadas como en la sala de la propia casa, en un ambiente distensionado, de diálogo cordial. Casi un diálogo en familia, pero sin la mamá dándole garrote a uno.
Y al margen, la vehemencia del maestro Durán:
"Se trata de liberarse de este yugo, de este sometimiento, de esta esclavitud, de esta ignominia".
A las siete o algo así, la oscuridad en la puerta del edificio.
-Yo he fumado durante cuarenta y un años.
-Yo llevo treinta y dos.
Y yo... Ya no me acuerdo, pero, carajo, este día lúgubre y tenebroso, a las cinco horas de escuchar, y de hablar, y de escuchar nuevamente, casi sin darme cuenta le había dado chumbimba a la esclavitud. "Esfúmate", le dije al verraco cigarrillo, y, ¡ya! Se ex-fumó.

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