12 de septiembre de 2005

El eructo

Por: Pascual Gaviria

Entre la mancillada dinastía de las urgencias corporales, los eructos, o regüeldos, para citarlos con la corona de una diéresis como bien se merecen, ocupan la más altiva y sencilla de las dignidades. Son casi tan inofensivos como la respiración misma, un simple hálito sazonado entre los manjares más recientes. Según los médicos, un eructo es solo una buena cantidad de aire atmosférico a la cual se le añade algo de "picante" por parte de los jugos gástricos. Eructar, entonces, no es más que devolver un poco de aire al turbio ambiente de estos días, entregar una leve brisa con la dosis medida de nuestra memoria digestiva. Además, el alivio cortés de los eructos no necesita de largas y oscuras travesías, es una expresión franca, que utiliza vías expeditas y ve la luz por la misma puerta de las sonrisas y los besos.
En los bebés los eructos son manifestaciones celebradas con alborozo, triunfos que aplacan rabietas e hinchazones y requieren las mañas de un quiropráctico. Tales alegrías están más que justificadas, porque según los expertos en el manejo de las esclusas gástricas los niños acumulan la mayoría de sus vapores en el santo oficio de llorar; así que un buen eructo infantil no hace otra cosa que expulsar frustraciones y sacar el triste aire de las primeras angustias. No me cabe duda de que los eructos maduros conservan algo de ese inocente consuelo espiritual, o por lo menos una sensación parecida.
Para la medicina ayurvédica, con cinco mil años de experiencia y Madonna y Nicole Kidman entre sus pacientes más discretas, los eructos hacen parte de la selecta lista de trece deseos naturales del cuerpo humano cuya supresión continua puede provocar trastornos. El eructo en el mismo nivel de la eyaculación, el sueño, el hambre, la sed. Jerarquías que sólo una sabiduría milenaria podría validar. Algunos creerán que equiparar las necesidades amatorias a la simple "tensión de la cámara de aire del estómago" es una exageración esotérica, pero si Madonna y la señora Kidman confían en semejantes escalas de valores, pues...
Después de este pequeño encomio del eructo es justo decir que algunos aires íntimos pueden traer sus sabores agridulces. El llamado "eructo húmedo" es sin duda una especie con problemas, sus burbujas no tienen el regusto que se quisiera para la cercanía de los secretos y las confesiones, pero es apenas un exceso esporádico, una ingratitud estomacal que merece perdón.
En cuanto a las reverberaciones que pueden producir los eructos, creo que es indispensable perder el miedo a la sonoridad. No es fácil decir que un regüeldo puede ser un canto, pero si nos atenemos a la definición de una enciclopedia médica, según la cual eructar es "el acto de sacar los gases del estómago con un sonido típico", se hace forzoso encontrar un estilo propio para la más frecuente de las satisfacciones corporales. No son necesarios los alardes propios del primate, pero se aconseja el tono medio que puede entregar el eructo sin censura. Hace poco un general venezolano de apellido Acosta, candidato a la gobernación de Carabobo, entregó dignidad política al eco amargo y desprevenido de su estómago. Lanzó una "arenga" con tufillo populista frente a los micrófonos y se ganó el gustoso título de General del Eructo. El reflujo de las encuestas premió la elocuencia del candidato.
Lástima que en tiempos de Don Quijote un buen gobernador no pudiera darse los gustos del general venezolano. El pobre Sancho por consejo de su señor debió renunciar a uno de sus mayores placeres la víspera de asumir el mando de la ínsula Barataria:
-"Ten en cuenta Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni erutar delante de nadie.
(...)
-En verdad, señor -dijo Sancho-, que uno de los consejos y avisos que pienso llevar en la memoria ha de ser el de no regoldar, porque lo suelo hacer muy a menudo".
Pero un eructo puede ser mucho más que una efectiva fórmula de proselitismo o una imprudencia para antiguos gobernadores de ultramar. Una afamada matrona de nuestra literatura lo utiliza como canto de cisne para expresar su última voluntad. Sentencia ambigua y acre para los herederos: "...la Mama Grande emitió un sonoro eructo, y expiró".
Y como los eructos no pueden ser propiedad exclusiva de viejos héroes literarios, militarotes venezolanos y divas gringas redimidas por curanderos milenarios, es necesario que una figura joven tome las banderas del eructo sin complejos. Nadie mejor para semejante tarea que Bart Simpson, quien ha sufrido múltiples castigos por la osadía de eructar por deporte. Estas son las falacias con las que ha tenido que llenar cuatro tableros luego de exhibir sus aires de emancipador:
"No debo eructar en clase".
"No eructaré el himno nacional".
"Un eructo no es una respuesta".
"La primera enmienda no incluye los eructos".